Podría pensarse en La altura del derrumbe como una novela sobre el lado oscuro del “Uruguay optimista” de mediados del siglo XX. Casi todo se desata unos meses después de que Uruguay consiguiera su último campeonato del mundo, en las elecciones presidenciales de noviembre de 1950. Ganó la 15, el grupo de Luis Batlle, antorcha del batllismo original, pero, entre otras cosas, la historia que ficciona Margarita Heinzen viene a recordarnos que también había otros parientes de José Batlle y Ordóñez que lideraban una dura reacción contra el progresismo colorado, a pesar de compartir lema y antepasados. Desde el diario El Día, que heredaron de su padre, César y Lorenzo Batlle vertebraron la Lista 14, que nucleaba a buena parte de la derecha de la colectividad política entonces más convocante, el Partido Colorado.

A ese sector pertenece Oldemar Inchausti, el patriarca de la familia en la que se centra la novela. Acaba de perder la intendencia de un departamento del litoral (Heinzen es de Paysandú) y hará lo que sea para mantener una cuota de poder. Su hijo más rebelde, hastiado, parte a Montevideo, donde se vinculará al movimiento obrero, mientras que el otro hijo intentará conciliar el idealismo con los manejos paternos. Pasivamente, la madre asistirá a la destrucción de la familia.

Hay por lo menos tres asuntos atendibles en la construcción de la verosimilitud de esta novela. Aunque hay que notar que le sopla “viento a favor” en el actual clima de denuncia de la corrupción en varias administraciones departamentales, Heinzen despliega mansamente un enorme dominio de los pequeños negociados, traiciones, ocurrencias que atravesaban, y seguramente atraviesan todavía, la política de esos ámbitos. Además, desarrolla una subtrama que involucra el progreso técnico y la idea de justicia social (el debate sobre la construcción de una planta pasteurizadora de leche), y uno no puede dejar de pensar, siendo la autora, además de escritora, agrónoma y doctora en Ciencias Sociales, que también allí hay conocimiento de primera mano (corresponde blanquear también otra fuente de mi percepción de la autenticidad del relato: en mi familia había agrónomos batllistas que trabajaron en el interior).

El aspecto más llamativo de esta construcción de lo verosímil es la complejización de los asuntos políticos. La denuncia de la violencia política que anida en el relato es impactante, y de ella se desprende que la reacción contra el movimiento obrero y sus posibles ramificaciones fuera de la capital tienen responsables claros y antecede, por mucho, las acciones armadas de izquierda en la década de 1960. Aunque eso queda bien establecido, Heinzen no presenta una visión unívoca ni idealizada del sindicalismo fabril, y permite distinguir corrientes internas más o menos institucionales, más o menos idiosincráticas; para esto se vale, entre otras cosas, de un romance entre el “nene bien” Inchausti, que se va convirtiendo en un militante valioso, y una compañera, igualmente orientada a la lucha, que vive en condiciones precarias. De manera análoga, el asunto de la planta pasteurizadora, que a primera vista no ofrece dudas en cuanto a su conveniencia, resulta tener contratiempos prácticos que la razón técnica no alcanza a percibir, y que sólo atiende acertadamente la “vieja” política.

En esos matices hay una ganancia que termina potenciando la idea política central (algo de eso tenía también la otra “novela histórica” de Heinzen, Un montón de espejos rotos, que giraba en torno a la generación del 83). Los años 50 no fueron solamente los del renacimiento batllista, parece recordársenos, y la crisis que se volvió visible hacia el final de esa década y se sostuvo hasta comienzos de este siglo tenía raíces profundas que se hundían en épocas anteriores al triunfo en Maracaná.

Lo que hasta acá presenté como una trama política también puede leerse como un drama doméstico. En ese plano, el conflicto atrae, avanza, y nos enteramos de algo de lo que piensan los personajes sin ir nunca muy delante de ellos. El estilo realista acapara la mayoría de las páginas y contrasta con algunos capítulos breves en los que aparece otro tipo de texto, articulado en presente y en segunda persona, que podrían ser las reflexiones de la madre de María Esther, la esposa de Inchausti. Es una especie de relato paralelo que se remonta a la infancia y la juventud de la coprotagonista y que conjuga descripciones biográficas con expectativas frustradas para dimensionar cuánto de su desarrollo personal ha debido relegar la esposa del político. En este alegato feminista también es marcada la ambición de brindar un panorama epocal, pero valiéndose de un tono íntimo.

No sólo por esa atención tan contemporánea, sino por su registro de prácticas y modos de concebir lo público que persisten, La altura del derrumbe es una novela que se ambienta en otra época pero le habla a esta. Su rescate de ciertos modos de relacionarse, más ligados a la memoria afectiva, también la vuelve cercana.

La altura del derrumbe, de Margarita Heinzen. 248 páginas. Fin de Siglo, 2024.