Sólo una crisis –real o percibida– produce cambios verdaderos. Cuando esa crisis ocurre, las acciones que se toman dependen de las ideas que están ahí. Esa, creo, es nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, mantenerlas vivas y disponibles hasta que lo políticamente imposible se transforme en lo políticamente inevitable. (MF)
No son tiempos sencillos para las izquierdas. En donde aún gobiernan, ya desde hace años o en alternancia con las derechas, la sensación es más o menos la misma: la de que nada cambia sustantivamente. No es casual que en muchos casos ya ni se proclamen como tales y hayan mudado el nombre por el más amable de progresismo, en una transformación que incluye cambios en el lenguaje, en su simbología y, más profundamente, en sus ideas y prácticas.
Hay, aunque no se tenga el coraje de decirlo con todas las letras, un estado de situación que inhibe el uso hasta de ciertas palabras o conceptos que han caído en el descrédito. Si de fechar se trata, 1989 es el año de quiebre, cuando comienza el velatorio y posterior entierro de las experiencias socialistas surgidas a partir de la Revolución rusa.
Acerca de este “estado de situación” escribió el británico Mark Fisher en su primer libro, cuyo título, Realismo capitalista, lo sintetiza y conceptualiza. Debajo, en letra más pequeña, Fisher pregunta: “¿No hay alternativa?”. De la descripción de la situación, así como de responder esta pregunta, se ocupa en esa, su obra más célebre, publicada en 2009 y absolutamente vigente.
El filósofo que se fue de la academia
“Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Con esta afirmación, atribuida tanto a Fredric Jameson como a Slavoj Žižek, titula Fisher el primer capítulo de Realismo capitalista, en lo que podría considerarse casi un spoiler, no falto de fatalismo, sobre la consecuencia ineludible de las ideas que desarrollará en adelante para caracterizar el estado del capitalismo, tanto del de hace 15 años como del actual.
El libro tiene poco más de 100 páginas y Fisher se ocupa rápidamente de definir el punto central con precisión: “El realismo capitalista puede ser descrito como la creencia de que no hay alternativa al capitalismo”. Parecería que resta poco más por decir, pues transmite valentía, crudeza y la sensación de acabar de lanzar una idea tan obvia como rotunda, pero que a la vez unos cuantos sospechábamos aunque no nos animáramos a pronunciarla ni en voz baja.
Fisher opinó de casi todo, no solamente del estado del capitalismo actual. Al estilo de los teóricos de la posmodernidad, y desde su influyente blog k-punk, fue crítico musical, pero escribió sobre sus adyacencias: la televisión, la ciencia ficción, el cine mainstream. También sobre la alta cultura –artes visuales, fotografía, literatura y cine culto– y, más que nada, sobre política, filosofía, salud mental, internet y las redes sociales.
Nacido en 1968 en Reino Unido, completó su tesis en 1999, aunque su carrera académica terminó abruptamente por su propia voluntad en 2007, para trabajar en su primer libro, Realismo capitalista, publicado por Zero Books, la editorial alternativa de la que fue fundador.
Para él, el blog k-punk, que lanzó en 2003, era “algo mucho más serio que los papers académicos”. El nombre revelaba la centralidad del punk y del pospunk en su visión del mundo, a la vez que justificaba su apartamiento del sistema universitario, con el que tuvo una relación “literalmente –académicamente– depresiva”. La K, por su parte, venía de kyber, la matriz griega de la palabra cíber.
Tenemos entonces, pese a lo breve de la semblanza biográfica, un académico –su formación filosófica es sólida–, mal que le pese, punki, europeo –esto es sustantivo–, a quien, para seguir simplificando, podríamos caracterizar como un marxista y radical de izquierda.
Si bien las ideas centrales de su pensamiento en relación con el capitalismo actual están expresadas en ese libro inaugural, Fisher profundizó sus elaboraciones desde su blog. Por eso es relevante la lectura de la compilación de esos artículos, editada en 2018. Son tres gruesos volúmenes, aunque para el tema que nos ocupa, los artículos que conforman el tercero, Reflexiones, Comunismo ácido y entrevistas, resultan el complemento ideal a su primer libro, pues en ellos y en variados reportajes Fisher desarrolla las ideas elaboradas en 2009 y explora, aunque sin demasiada precisión, caminos de salida de la situación que describe.
Mark Fisher.
Foto: S/D autor
¿Cómo llegamos a esto?
Todo se habría originado, según Fisher, cuando el modelo fordista quedó obsoleto y los neoliberales se movieron rápidamente para asociar la producción en serie, la estabilidad y la seguridad de la democracia social con el tedio, la previsibilidad y la burocracia verticalista. La reestructuración del capitalismo parecía responder a deseos de los propios trabajadores, a quienes no les parecía seductor vivir una vida de aburrimiento durante 40 años en la misma fábrica y querían una mayor libertad. La clave, señala Fisher, es la discrepancia entre lo que querían y lo que recibieron. Fue la derecha la que aprovechó de manera exitosa las corrientes antiautoritarias que surgieron en los 60, mientras que la izquierda no logró tener un modelo antiautoritario convincente.
En lugar de eso, agrega Fisher, los neoliberales ofrecían emociones e imprevisibilidad, al tiempo que ocultaban el lado negativo de estas nuevas condiciones fluidas: la ansiedad perpetua correlacionada con la precariedad (económica, social, existencial) que los gobiernos neoliberales han normalizado.
“Quizá el sentimiento más característico del momento actual es una mezcla de aburrimiento y compulsión. Nos movemos incesantemente entre lo aburrido, pero nuestros sistemas nerviosos están tan sobreestimulados, que nunca podemos darnos el lujo de sentirnos aburridos. Nadie está aburrido, todo es aburrido”, escribe Fisher en Realismo capitalista.
Y es en este punto, vinculado a la salud mental –Fisher padecía depresión y quizá por eso se ocupó tanto del tema–, en el que encuentra también una clave: “El trastorno bipolar es la patología mental propia del interior del capitalismo, así como la esquizofrenia es la enfermedad que señala los límites exteriores del capitalismo. Con sus continuos ciclos de auge y depresión, el capitalismo es un sistema fundamental e irreductiblemente bipolar, que oscila de modo salvaje entre la manía optimista en la exuberancia irracional de las burbujas y el bajón depresivo. En un grado nunca visto en ningún otro sistema social, el capitalismo se alimenta del estado de ánimo de los individuos, al mismo tiempo que los reproduce. Sin dosis iguales de delirio y confianza ciega, el capitalismo no podría funcionar”.
Sus referencias son múltiples y Karl Marx es recurrente. Fisher cita textualmente el Manifiesto comunista, que brevemente explica el porqué del triunfo del capitalismo hasta la fecha: “El capital ha convertido el valor personal en valor de cambio y ha sustituido un sinfín de libertades inalienables y particulares por una sola libertad espeluznante: la libertad de comercio”.
A partir de estos estados recurrentes de ansiedad y depresión, el capitalismo impone la subordinación a una realidad infinitamente plástica, capaz de reconfigurarse en cualquier momento, y su poder deriva de la forma en que el capitalismo subsume y consume todas las historias previas. Es este un efecto de su “sistema de equivalencias general”, capaz de asignar valor monetario a todos los objetos culturales, sea iconografía religiosa, pornografía o El capital de Marx.
Es también el realismo capitalista, según la concepción de Fisher, una expresión de la operación de descomposición de clase y una consecuencia de la desintegración de la conciencia de clase. Fundamentalmente, “el neoliberalismo debería ser visto como un proyecto dirigido a lograr ese objetivo”.
- Leé más sobre esto: Un pospunk en la academia
Izquierdas improductivas, izquierdas ineficientes
¿Y qué hay de las respuestas hasta ahora? Porque si hay algo evidente es que no han funcionado. Aquí Fisher no anda con vueltas; reclama, por un lado, abandonar toda inocencia, pues las estrategias “horizontalistas” que han predominado en el anticapitalismo, si bien tienen nobles objetivos, tienen el problema de la eficacia: “El horizontalismo neoanarquista ha tendido a favorecer estrategias de acción directa y retirada; no constituye un desafío al realismo capitalista, sino más bien es uno de sus efectos”.
Tampoco propone “recaer en la reconfortante fantasía de que cualquier regreso al antiguo leninismo es posible o deseable”. “El hecho de que las posibles opciones disponibles sean el leninismo y el anarquismo es una medida de la impotencia actual. Es fundamental dejar ese binomio estéril. Lo que sí se requiere es tomar seriamente el hecho de que nos enfrentamos a un enemigo que no tiene ninguna duda de que está en una guerra de clases”, escribe.
Y si del fin del mundo hablamos, es claro para Fisher que la relación entre el capitalismo y el desastre ambiental no es accidental: la necesidad de un mercado en expansión constante y su obsesión con el crecimiento implican que el capitalismo está enfrentado con cualquier noción de sustentabilidad ambiental, y “no se resolverá subcontratándonos a nosotros como individuos, como si pudiéramos hacer algo poniendo el plástico en el cesto adecuado”.
Tampoco las posturas “alternativas”, “independientes” u otros conceptos similares le resultan eficaces, pues no designan nada externo a la cultura mainstream; más bien, dice, se trata de estilos, y, de hecho, de estilos dominantes en el interior del mainstream: “El éxito entonces es una forma del fracaso desde el momento en que tener éxito sólo significa convertirse en la nueva presa que el sistema quiere devorar”.
Revolución fumeta o el regreso a los 60
Responder la pregunta original –¿no hay alternativa?– no es sencillo. Muchos de los intentos de Fisher en Realismo capitalista resultan vagos, aunque, en cualquier caso, trazan algunas pistas, líneas de reflexión para la búsqueda de nuevos caminos. Como bien dice, “tenemos que inventar el futuro” en respuesta a la “aburrida distopía” de nuestro presente, activar una oposición a la “alienación colectiva posmoderna”.
En cambio, en entrevistas posteriores a su libro y fundamentalmente en Comunismo ácido. Introducción inconclusa, las potenciales respuestas aparecen. Allí la referencia cambia: son ahora Herbert Marcuse y sus dos principales trabajos, El hombre unidimensional (1964) y Eros y civilización (1955). Fisher delinea algunas rutas a partir de experiencias fallidas, las de la contracultura, que tienen su punto más alto en 1968, pero también de movimientos revolucionarios anteriores y posteriores, aunque bastante más under y en consonancia con su corazón punk.
En síntesis, parte de una idea formulada por Marcuse hace ya 70 años: “En los últimos 40 años no se ha buscado otra cosa que exorcizar el fantasma de un mundo que puede ser libre”. Siguiendo a su mentor, Fisher reivindica el arte como motor, como “gran rechazo; la protesta contra aquello que es”, que terminó siendo considerado, en la época del realismo capitalista, un romanticismo pasado de moda, tan atractivo como irrelevante.
“Hay un conflicto inherente entre el arte y el realismo político”, dice Marcuse. Agrega Fisher: “El arte era una alienación positiva, una negación racional del orden existente de las cosas. Pero todo fracasó, y la contracultura de los 60 es hoy inseparable de su propia simulación, y la reducción de la década a imágenes icónicas, clásicos de la música y recuerdos nostálgicos ha neutralizado las verdaderas promesas que habían explotado en esos años”.
A pesar de la tradicional sordera y hostilidad de gran parte de la izquierda hacia estas corrientes, señala Fisher, la contracultura tuvo un impacto en la fuerza de trabajo, en batallas que llevaba a cabo un nuevo tipo de trabajador que “fumaba porro, socializaba de manera interracial y soñaba con un mundo en el que el trabajo tuviera algún sentido”.
En un nivel, señala Fisher, “la revuelta de los 60 era una ilustración imperfecta de la idea de Lenin de que el capitalista te podía vender la soga con la que ahorcarlo”.
No es casual, por otro lado, que al ser consultado por los libros que más lo habían influido Fisher mencione Rastros de carmín, del también crítico musical Greil Marcus, que le “abrió una ruta de escape”. Absolutamente original, el estudio del estadounidense recoge y describe, en un recorrido que inicia en la Edad Media, sucesivas rupturas –culturales, religiosas y políticas– o intentos revolucionarios hoy olvidados: anabaptistas, anarquistas místicos, milenaristas, letristas, situacionistas, dadaístas, surrealistas, punks y demás freakis que la historia se ha devorado. Parece haber un hilo conductor que no deja de extrañar por lo escondidos que se mantienen estos movimientos de las historias “oficiales”. Y lo que en principio parece un despropósito abre también una nueva pregunta: si todo hasta ahora ha fracasado, ¿no habrá que explorar nuevos caminos?
Ese quizá sea uno de los legados de Fisher: pensar “fuera de la caja”. Tampoco eludió las afirmaciones políticamente incorrectas. En uno de los artículos de su blog, “Nosotros los dogmáticos”, no tiene problema en afirmar, a contracorriente: “¿Qué implica ser dogmático? Significa un compromiso con la idea de que hay Verdades. Se podría incluso agregar: la idea de que existe el Bien”.
En cuanto al comunismo ácido, Fisher, no sin humor, intenta una síntesis, en una mescolanza que no deja de ser original: “El concepto de comunismo ácido es una provocación y una promesa. Es también una broma, pero una broma con un propósito muy serio. Señala algo que en un momento parecía inevitable, pero que ahora aparece como imposible: la convergencia de la conciencia de clase con la autoconciencia feminista y la conciencia psicodélica, la fusión de nuevos movimientos sociales con un proyecto comunista, una estetización sin precedentes de la vida cotidiana”.
Ideas para desnaturalizar
Hay muchos términos que se repiten en las argumentaciones de Fisher a lo largo de todos sus textos, y quizá uno de ellos pueda sintetizar y, de alguna forma, brindar una explicación adicional a sus afirmaciones. Fisher habla de la “creencia” de que no hay alternativa al capitalismo. ¿No será esta creencia el resultado más flagrante de la alienación colectiva que ha provocado el capitalismo?
Marx dedicó una buena cantidad de páginas a explicarnos qué significa la alienación y cuáles son las etapas en que se constituye. Hay, en primer lugar, una creación, de una idea, por ejemplo. Luego se desarrolla hasta que se vuelve incontrolable, se va de nuestras manos. Finalmente, el momento culminante de la alienación, cuando ni siquiera reconocemos que ese objeto, el que nos aliena, ha sido creado por nosotros y admitimos con naturalidad su existencia inobjetable. El ejemplo paradigmático de esta situación es ni más ni menos que Dios, al que ha creado el hombre, que finalmente termina dominado por esta idea. ¿O acaso las religiones no son ideas?
Con el capitalismo parece ocurrir otro tanto. Un invento de los hombres que ya no se reconoce como tal, que hemos naturalizado y que parece irreversible. Si esto es así, la única receta sería la de dar la lucha por las ideas, si es que las tenemos. En este sentido, el aporte de Fisher, que es sustantivo en la identificación y caracterización de la situación, también brinda, al menos, caminos de pensamientos alternativos y poco explorados por la izquierda actual.
No es país para los débiles
Quizá pueda parecer de mal gusto lo que tengo para terminar, pero tiene el valor de la verdad. Me regalaron Realismo capitalista hace unos años. Lo leí de un tirón, y recientemente, también víctima de un feroz aburrimiento ante la política local, lo rescaté junto con los volúmenes que recopilan sus textos blogueros, de una lucidez todavía vigente. Me interesé también por su peripecia personal.
Fue entonces que recordé el desasosiego de Clifford –uno de los tantos álter egos de Woody Allen– en Crímenes y pecados. Mientras está revisitando entrevistas del profesor Louis Levy para construir un documental, en las que el profesor filosofa y hace gala de toda su sabiduría en la comprensión del mundo, a Clifford le llega el aviso de su suicidio, que noticia el propio Levy con una breve esquela: “Me fui por la ventana”. Fisher hizo lo propio: se suicidó en 2017, cuando tenía 48 años.
Una última advertencia para evitar una posible confusión: el texto que figura como epígrafe al inicio aparece firmado por MF, pero no es de Mark Fisher; es –otra broma– de Milton Friedman.
Realismo capitalista: ¿no hay alternativa?. Traducción de Claudio Iglesias. 160 páginas. Caja Negra, 2016.
K-punk, volumen 3. Escritos reunidos e inéditos (Reflexiones, Comunismo ácido y entrevistas). Traducción de Patricio Orellana. 256 páginas. Caja Negra, 2021.