Los niños la interrumpen y, con autoridad, pero sin autoritarismo, ella les advierte: “me están haciendo una entrevista”. Estrella es directa, no titubea ante las preguntas y no tiene pelos en la lengua.

El interior del merendero está pintado del color del cielo. En una de sus paredes hay un árbol de la vida, del que, en vez de frutas o flores, se ven las huellas de los niños y sus nombres. De otra pared cuelga una imagen de la Virgen de Guadalupe, que Estrella compró a un vendedor de la feria de los domingos, luego de que cayera a sus pies.

El terreno sobre el que se erige el merendero era un terreno baldío lleno de desechos y vidrios cortantes que los niños utilizaban como espacio de juego, recuerda Estrella. Ocho años después son cincuenta los niños que concurren para merendar y, algunos, van a jugar.

“Algunos niños pasan acá todo el día. Como ella”, dice Estrella señalando a una niña de rizos de oro. “Era chiquitita cuando empezó a venir y le decíamos ‘la mordedora’. Si la upabas porque estaba por caerse de una hamaca o de un banco, te clavaba los dientes”, recuerda. “Todavía muerdo”, avisa la niña que se sienta al lado de Estrella y la abraza.

Estrella vive en el Barrio Kennedy hace 22 años. El barrio se ubica cerca del Club del Golf, entre La Barra y Maldonado y allí viven unas 500 familias, que esperan un realojo prometido por las autoridades.

A principios de marzo, Enrique Antía, intendente de Maldonado, dijo que necesita que el gobierno central aporte los 40 millones de dólares, que le faltan a la intendencia debido al déficit fiscal, para poder hacer la obra.

Estrella, por su parte, quiere mudarse pero aclara que no está dispuesta a irse sin la gente de su cuadra y sin sus niños.

La crisis sanitaria y el cierre de las escuelas hizo que creciera el número de niños que necesitan el servicio de comedor, observa Estrella y agrega que la mayoría concurren a la escuela 21 de Punta del Este y a la escuela 19 de La Barra, que brindan desayuno y almuerzo.

Algunos niños también hacen los deberes en el merendero, pero Estrella no tiene wifi y usa sus datos de Internet para las clases por zoom. “Ellos tienen las computadoras pero sin internet no pueden usarlas. Algunos van a la esquina del Club del Golf y hay que verlos sentados solos en la calle con sus tablets para conectarse a internet. El comunal tiene pero está cerrado. Si lo trajeran, acá le podríamos dar uso”, explica.

Antes de que el gobierno suspendiera la presencialidad en la educación, acceder a la educación presentaba otra dificultad para los niños: el transporte público de Maldonado no entra al barrio, cuenta Estrella.

Para llegar a la parada de ómnibus más cercana se debe caminar un kilómetro y medio, atravesando el barrio hasta llegar al parque El Jagüel o caminar por la Avenida San Pablo hasta llegar al Motel Posada de Luna. Eso lleva a que en invierno faltaran a las clases.

La primera persona que donó alimentos y ropa al merendero fue Rúben, un monje que apareció un día en bicicleta y prometió ayudar a Estrella. La cantidad de gente que ayuda ha crecido con los años, pero Estrella lamenta la falta de contribución por parte de las autoridades departamentales.

En los primeros meses de la pandemia la intendencia destinó canastas familiares de alimentos y Estrella las repartió. Pero esa medida se cortó y tuvo que volver a llenar planillas de la intendencia para acceder a ellas.

La merienda se hace todos los días, el almuerzo, de viernes a domingo y la cena, los jueves y los martes. Los alimentos surgen de la colaboración de un supermercado, dos carnicerías, una verdulería y amigos como “Maxi Cereales”, un distribuidor de cereales que Estrella bautizó con ese apodo.

La ONG Dejando Huellas, por su parte, lleva la merienda todos los miércoles. Además, Estrella realiza ferias americanas, utiliza la canasta de emergencia alimentaria del Mides y cuida niños para cubrir las necesidades que emergen.

Aunque siempre estuvo rodeada de niños,-los suyos y los de otras madres que le pagaban para que los cuidara-, fue una vecina suya la que trajo la idea de cocinar para los niños del barrio. Un día reunieron 400 pesos entre las dos y compraron leche, cocoa y harina. Desde entonces Estrella lleva a cabo la tarea todos los días y asegura que no la va a abandonar nunca.