Después de experimentar uno de los incendios más dramáticos en la historia del departamento de Maldonado, la reinauguración del Punta Shopping fue, literalmente, una fiesta.
Los propietarios del centro comercial (Marystay SA) resolvieron invertir 50 millones de dólares para reconstruirlo, ampliado y modernizado, aunque pudieron optar por quedarse con los 30 millones que pagó el seguro y dar otro destino a sus 60.000 metros cuadrados de terrenos ubicados a la altura de la parada 7 de la avenida Roosevelt de Punta del Este.
Ese proceso empresarial y la reapertura al público con 150 locales, el jueves 21, fueron el punto de partida para conversar con el economista carolino Daniel Urrutia (64), gerente administrativo y financiero del shopping, más allá del impacto que esto representa para la generación de empleo en Maldonado.
¿Por qué resolvieron reconstruir e incluso ampliar el shopping?
Todavía estábamos con el fuego en marcha cuando tomamos la decisión de volver y hacerlo mejor, como empresa y como respuesta socioeconómica para el departamento. Hay una disciplina dentro de la economía, que se consolidó en los 90, que es la economía del comportamiento: la relación entre la parte científica y su vínculo con las emociones de la sociedad. Esta empresa no es el típico fondo de inversión que viene de cualquier lugar y no va mucho más allá del plan de negocios y del análisis de rentabilidad. No quiere decir que se desprecien los números, pero es 100% nacional y 100% familiar muy identificada con el departamento. A partir de eso, pueden entenderse las fuentes de algunas decisiones.
La Junta Departamental les aprobó una exoneración de 500.000 dólares en contribución inmobiliaria, aunque algunos ediles objetaron la medida por “injusta”. ¿Cómo observó usted ese proceso?
El shopping es el que genera las fuentes de trabajo, es la inversión de la empresa la que atrae a los locales comerciales que tienen necesidad de marcar presencia en el lugar y que contratan gente. Además, con las obras se generaron 70.000 jornales directos; fue una obra meteórica y monumental que superó ampliamente el monto del seguro, porque queríamos ser más modernos y eficientes.
Pedimos la exoneración de la contribución inmobiliaria como una ayuda para volver más rápido; durante 2022 la contribución se pagó completa, aunque el edificio se perdió en su totalidad; lo mismo pasó en la mayor parte de 2023. No queríamos forzar nada, pero nos pareció razonable que la IDM aportase una ayuda de 1% de la inversión total que se desparrama en la sociedad.
¿Cómo incide la operativa del Punta Shopping en las fuentes laborales de Maldonado?
Maldonado tiene unos 65.000 activos -dependiendo de la actividad de la construcción- y aquí hablamos de un complejo con 2.000 puestos de trabajo directos. La existencia del shopping implica, en sí, un total de 1.5 millones de dólares mensuales que se pagan en salarios, unos 20 millones de dólares anuales que el personal vuelca en otros negocios.
¿Cuál es el perfil de ese personal?
El 90% son personas de entre 18 y 40 años, con una mayoría de mujeres trabajadoras, un factor importante, porque muchas veces tienen más dificultades para acceder al mercado y a un buen salario. Esto repercute mucho más en los números de los activos del departamento, que en dos tercios son hombres. Que el shopping se conforme mayormente de tiendas de ropa femenina puede explicar por qué la contratación apunta hacia las mujeres.
Por otro lado, en la empresa nunca quisimos entrar en el camino de la tercerización. Todo el personal, desde administración y marketing hasta los sectores de mantenimiento, limpieza y seguridad, es propio. Entendemos que de ese modo hay una construcción de identidad, un sentido de pertenencia que, en la mayor parte de los casos, tiene buena repercusión. Es contribuir con un grano más para la conformación de ese contrato social que implica considerar al otro.
¿Cómo se da la competencia o la coexistencia con los otros centros comerciales? ¿Hay público para todos?
El desarrollo de Maldonado empezó a atraer migración de otros departamentos en las últimas cinco décadas, con carriles paralelos donde comenzaron a desembarcar cada vez más inversionistas y turistas extranjeros que se radicaron de forma permanente. La zona se transformó en un lugar cosmopolita, multicultural, una conformación urbana heterogénea que también genera una demanda heterogénea hacia el mercado. Entonces surgieron y surgen propuestas cada una con sus características: algunas más abiertas, otras más compactas, otras que apuestan a la diversidad en términos comerciales, otras a las tiendas amplias y comercios satélites. Pero en conjunto, andamos bien.
Tengo la impresión de que la competencia, un término que suena bastante parecido a convivencia, nos tiene más cercanos a esto último. Siempre puede haber un componente de riesgo en esa coexistencia de shoppings, pero creo que lo que pasa en Maldonado es producto de un crecimiento que se contempla día a día, que genera una gran demanda de resolución de servicios, incluso de cada gobierno de turno.
Hay quienes asocian la apertura de los shoppings con “la muerte” de los comercios de Gorlero o del centro de Maldonado. ¿Usted qué opina?
No tengo cómo medir el impacto económico en el centro fernandino, que era abismalmente más pequeño y con menos propuestas que el actual cuando el Punta Shopping se inauguró (en 1997). El centro de Maldonado debería compararse con su propio pasado, aquel centro de hace casi 30 años donde uno estacionaba en cualquier parte y recorría todo en un rato. Creo que el problema actual deriva de la falta de estacionamiento, algo que los distintos gobiernos departamentales han tratado de enfocar y en lo que el actual está trabajando.
En cuanto a Gorlero, trabajé allí muchos años cuando era joven y también era otra Punta del Este. No sé si eso tiene que ver con todas las opciones de centros comerciales que han surgido, porque tampoco en el Gorlero más próspero que conocimos existía la Calle 20 que concentra las tiendas más importantes. La gastronomía se corrió hacia la costanera, las cafeterías y las confiterías finas desaparecieron; hoy eso no existe porque también cambió el gusto del consumidor. Es algo difícil de explicar, aunque lindo para estudiar.
Los shoppings parecen punto de encuentro para adolescentes o sitio de paseo para las familias. ¿Cómo observa ese fenómeno?
Cuando era chico mi madre me llevaba de la mano a mirar las vidrieras, después yo iba con mi novia, por el pueblo chico que era San Carlos. Subíamos por una calle y bajábamos por la otra. Era un clásico, incluso carente de ánimo de compra, que se hacía en la nochecita cuando las tiendas habían cerrado. Eso es un fenómeno mundial. Ahora, en América Latina todo el mundo intercambia la misma experiencia: el shopping es la nueva plaza pública y, además, ofrece multiplicidad de servicios para atraer visitantes. Un shopping es una ciudad dentro de la ciudad. Tanto en la pandemia como durante el tiempo que el shopping estuvo cerrado debido al incendio, el comentario más frecuente de vecinos y familiares era que no sabían qué hacer sin él.
¿Eso también se vincula con el consumismo que afecta a todas las clases sociales?
Es casi imposible pensar en que las personas en el mundo no experimenten necesidad de consumir determinadas renovaciones de la moda o la tecnología, por ejemplo. Los móviles son múltiples. Según muchos estudios serios internacionales, el 70% de las compras que se generan en un shopping no fueron planificadas. Es decir que quienes van a comprarse algo específico son apenas el 30%.