La única manera de llegar a Pueblo Edén es por la ruta 12, atravesando un panorama de curvas pronunciadas, olivares y ganado, flanqueado hacia el este por la cadena de turbinas eólicas de la Sierra de Los Caracoles. Aparecen casas pequeñas y otras más destacadas, incluso con piscina, ubicadas en la altura. En el kilómetro 30, un cartel da la bienvenida al pueblo que celebró su 108º aniversario en dos jornadas –el sábado 9 y el domingo 10 de agosto– y que, según el último censo nacional, cuenta con 112 habitantes.

“Este es un pueblo tranquilo (slow town)”, advierte otro cartel, más adelante. La traducción al inglés no es casual: la cantidad de extranjeros allí crece año a año. Holandeses, alemanes, ingleses, canadienses, franceses y argentinos lo eligen no sólo como destino turístico, sino como lugar para vivir y producir. Desde 2005 el lugar fue ganando cotización cuando el peluquero argentino Roberto Giordano se instaló en una propiedad de 500 hectáreas junto al cerro Negro.

Aun con la llegada de gente de otras tierras, con sus culturas y costumbres, el pueblo intenta mantener las tradiciones de la época en que nació como Villa de Mataojo, cuando el comerciante don Román Furtado parceló su campo a orillas del arroyo Pintado. Los primeros terrenos fueron adquiridos por policías y pequeños productores sin suficiente poder adquisitivo para comprar un campo mayor, contó a la diaria el presidente de la comisión vecinal, Artigas Santos. “Todo era a base de sacrificio”, e incluso en los años 90 no había energía eléctrica ni agua potable. Pero ahora es otra cosa.

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Foto: Alessandro Maradei

La tecnología ha facilitado la radicación de nuevos emprendimientos, de la mano de personas adineradas cuyas camionetas de alta gama trasiegan calles y caminos vecinales junto a paisanos y peones a caballo. “Los descendientes autóctonos tienen el interés de defender su identidad y los extranjeros acompañan”, dijo Artigas, contento con esa sinergia que le recuerda al club social que hubo 80 años atrás, donde “no había diferencias entre peones y patrones, y convivían todos sin importar el poder”.

Delicias sabatinas

Son las 12.30 del sábado y en la plaza de El Edén los gazebos rodean la manzana con ofertas gastronómicas y artesanales surgidas mayormente de manos de productores de la ruta 12. Hay clientes para todo: asado con cuero, chorizos de jabalí, empanadas de cordero, pasteles de membrillo, roscas de chicharrón, tortas fritas. Entre las bebidas, se destacan las cervezas artesanales y los vinos finos, originados en viñedos de la zona. También hay propuestas de aceite de oliva –otro fuerte de la producción local–, budines integrales, milhojas, mermeladas y conservas.

El cielo despejado y el sol cálido invitan a recorrer los puestos, instalar una silla playera sobre el césped para matear o degustar comidas frente al escenario donde más tarde comenzarán los números musicales. Las personas son amables, saludan como de costumbre y los expositores hablan con entusiasmo sobre sus emprendimientos a quien decida consultarlos.

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Foto: Alessandro Maradei

En una carpa amplia trabaja la Sociedad Criolla de Mataojo, que también está a cargo de la organización del desfile de caballería gaucha del domingo. El aroma del humo y de los chorizos de rueda causa furor en los que andan en la vuelta. Javier Aguiar dice que asarán 1.700 chorizos y que se vendió una cantidad inesperada de asado con cuero; duda de si alcanzará para el domingo, aunque hay en total 900 kilogramos.

“Me gusta mucho el asado”, comenta una mujer de 20 y pocos años, de llamativo cabello rubio y sombrero. Se llama Mary y es de Sudáfrica. Vive cerca del pueblo y, si bien habla poco español, se hace entender. “Las culturas son bastantes diferentes, las personas reciben a la gente con los brazos abiertos y se alegran de verla”, comenta.

Cerca de la capilla San Isidro Labrador, que fue fundada en 1928 y es ícono del pueblo, aparece Milka Troche vestida con pantalón de cuerina, sombrero campero y cinturón con la imagen de un caballo en su hebilla. Lleva una canasta con panes y roscas de chicharrón que está vendiendo junto con su hija mayor en uno de los puestos. Cuenta que vive en el pueblo desde hace 24 años, que la atrapó su naturaleza: el canto de los pájaros, la paz, los arroyos, las sierras. “Viajo seguido a otras zonas del departamento por otro trabajo, pero siempre estoy deseando volver acá porque me llena de energía; es mi lugar en el mundo”, afirma.

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Foto: Alessandro Maradei

Al lado, una mujer mueve una rueca en la que hila la “lana de galpón”, es decir, la que se obtiene en el mismo lugar de la esquila. Luego procederá al escarmenado para peinar, estirar la lana y separar las fibras y eliminar impurezas; y al escardado para eliminar la suciedad, la grasa natural (lanolina) y otros residuos. Se trata de una demostración del curso municipal de tejido de lana rústica que desde hace cinco años brinda la profesora Ana González en San Carlos, Pueblo Edén y El Chorro. Ella dice que le agrada dar clases en Pueblo Edén porque “la gente es muy unida y humanitaria”.

En otro stand saltan a la vista unos cuadros con coloridas imágenes de caballos. Son óleos sobre lienzo de Paola Pertelle, quien vive próximo al pueblo por la ruta 12. Su trabajo busca “reflejar el espíritu del trabajo en el campo y el vínculo con las personas”, ya que los caballos son “compañeros de trabajo más que herramientas”, explica. Resalta que el pueblo, como lugar tranquilo, es parte del eslogan de sus obras.

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Foto: Alessandro Maradei

Peña de despedida

Pedro Arocena, de 80 años, manejó el bar El Reencuentro durante los últimos 12 meses, pero ha decidido dejarlo para ocuparse de su familia. “No quisiera”, dice emocionado, pero no tiene otra y la idea es despedirse a lo grande, con una peña folclórica en plena celebración del aniversario del pueblo. Por las calles gélidas no anda un alma, pero adentro el bar explota.

La barra está repleta de gauchos que piden una y otra vez cerveza, fernet con coca o pomelo, y al calor humano se suma una cocina a leña. La nieta de Arocena vende pizzas y pastafrolas para sostener a su hermano, que hace unas semanas sufrió graves lesiones en un siniestro de tránsito; pocos de quienes están allí saben que la peña es, además de una despedida, un evento benéfico.

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Foto: Alessandro Maradei

Una mesa de billar quedó tapada y oficia como apoyo de botellas y estuches de guitarras. Apenas son las 21.00, pero la cosa va para largo. Mingo, músico local que escribe canciones sobre el pueblo, llega con un colega cantor media hora después. Enseguida le piden “cantate una”, ubica un pie sobre un casillero para apoyar la guitarra sobre la rodilla y empieza el repertorio folclórico.

El bullicio de las charlas y las risas se impone. No hay micrófono ni amplificador que resista, pero el público acompaña y hay coros y aplausos. Después, se arma bailongo al ritmo de charangas y varios gauchos tiran pasos con el facón a la cintura; en las heladeras ya no hay cervezas.

Domingo con récord de público

Alrededor de las 11.00 del domingo, cientos de personas se acomodan en hileras para observar y alentar a las diferentes aparcerías del departamento. Bordeando la plaza, hombres y mujeres, adolescentes y niños desfilan a caballo con vestimenta típica. Algunos gritan “¡viva la patria!” para activar al público que se mantiene en silencio, registrando el momento con sus celulares, en un gesto propio de una época consumida por la tecnología.

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Foto: Alessandro Maradei

Tras el desfile, llega el momento del Himno Nacional, que subirá desde los altoparlantes en toda su extensión y que cantarán casi todos: los representantes de las aparcerías con sus banderas, los alumnos de la escuela rural 30 y las autoridades departamentales encabezadas por el intendente Miguel Abella, y los visitantes esparcidos por toda la plaza. Al fondo, en la capilla San Isidro, siguen los niños concentrados en dar vueltas en kart y saltar en los juegos inflables instalados en el predio.

Al terminar el acto protocolar, los cabalgantes descansan y toman un refresco. Entre ellos está Jorge García, que vive desde hace 70 años en el pueblo. Cuenta que la escuela 30 funciona desde la década del 50 y que “el primer maestro fue el español José Frade [bisabuelo del pianista y locutor uruguayo Julio Frade], enviado tras la reforma educativa de José Pedro Varela”. Dice que abundaba la pobreza y que eran familias numerosas con hijos que “se criaron comiendo boniato cocido y tatú”. Le da nostalgia que ya no estén aquellos pobladores o sus descendientes.

Un lugar para quedarse

Este pueblo de pocos habitantes, que fomenta las costumbres campestres, es atractivo para todo el mundo. Así lo destaca Jigme Abhivan, un joven ingeniero alemán que se dedica a trabajar en obras y en su chacra ubicada a un kilómetro de distancia. “Compré mi terreno sin haberlo visto; siento que es un paraíso”, dice sobre su mudanza, en 2022. Destaca que la gastronomía “tiene un nivel alto, una cocina más creativa que atrae a las personas”, y que el vínculo con los lugareños le recuerda a su infancia, cuando tenía más contacto con sus vecinos.

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Foto: Alessandro Maradei

También hay “muchos uruguayos de Ciudad de la Costa, Costa de Oro y Montevideo que quieren un pedacito de tierra para descansar, estar en contacto con la naturaleza y la fauna y salir un poco del ruido”, dice Antonio, de Calceta Propiedades. Así, los terrenos que hace 20 años valían 4.000 dólares hoy superan los 70.000. Una chacra “económica” de cinco hectáreas y sin construcciones a 10 kilómetros del pueblo cuesta entre 70.000 y 90.000 dólares; a tres kilómetros vale entre 100.000 y 140.000 dólares y con infraestructura, 260.000 dólares en adelante, informa.

Pueblo Edén es lo que remarca la gente campera y extranjera: una mezcla de tranquilidad, naturaleza y tradición. El regreso se hace cuesta arriba porque la fiesta está en su máximo esplendor; entre el asombro y la alegría, Artigas Santos dice que este domingo la cantidad de visitantes duplicó a la del año pasado. A las cinco de la tarde del domingo, mientras los ómnibus de excursiones y los vehículos particulares se estacionan por cientos desde las orillas de la ruta hasta las calles cercanas a la plaza, la gente sigue llegando.

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Foto: Alessandro Maradei

Las filas de clientes se alargan frente a los puestos, la música sigue y el sol todavía brilla, antes de que la luna llena asome tras la sierra. Todavía hay mucho por conversar y conocer, seguro hay cientos de anécdotas e historias por descubrir. Este pequeño pueblo, inmenso y atrapante por la calidez y sencillez de sus habitantes, invita a regresar, a escaparse de lo urbano y disfrutar la experiencia de ser un vecino más, envuelto por el aroma del pasto, el canto de los pájaros y la belleza serrana.