Benjamín Netanyahu podrá volver a su cargo de primer ministro sobre la base de una mayoría parlamentaria (64 sobre 120 diputados). Si no surgen sorpresas, su coalición contendrá tres elementos principales: el partido Likud, tradicional partido de derecha israelí con apelaciones populistas y neoliberales; la ultraderecha que abiertamente propugna la formalización de la supremacía judía en todas las esferas de la vida y que obtuvo un considerable premio al unir en una lista sus tres partidos (14 diputados); y los partidos religiosos ultraortodoxos, el sefardita Shas con 11 diputados y el ashkenazi Judaísmo de la Torá con siete. El Shas logró ampliar su base de votos en sectores populares no necesariamente religiosos, a quienes apeló prometiendo mejorar la asistencia económica, muy descuidada por la coalición gobernante hasta ahora. En parte se trata de votantes que no habían participado en las elecciones anteriores.

Sin embargo, un análisis de votos y no de escaños obtenidos revela que el empate entre el bloque de votantes pro Netanyahu y sus opositores se mantiene. Lo que cambió fue que esta vez la extrema derecha se unió, mientras que los partidos que representan a la minoría árabe se dividieron en tres opciones y una de ella, la del partido de izquierda nacionalista Balad, obtuvo 2,9% de los votos, por lo que no pasó la valla electoral de 3,25% de los votos emitidos, desechando así el equivalente de tres escaños que obviamente se hubieran opuesto a Netanyahu. Más trágico aún fue el fracaso del partido de centroizquierda sionista Meretz, que recibió 3,16% de los votos y no estará representado, perdiéndose así otros cuatro diputados del bloque opositor a Netanyahu. También el laborismo, histórico partido fundador de Israel, tocó fondo y, aunque superó la valla electoral, sólo tendrá cuatro diputados en la Knéset.

Con esta victoria de la arquitectura electoral de la derecha más extrema y los sectores religiosos Netanyahu podrá volver al poder, aunque será un Netanyahu muy debilitado, con un juicio criminal en marcha por varios actos de corrupción y a merced de sus extremistas socios de coalición, más aún después de que estas elecciones evidenciaron una vez más que él y el Likud sólo cuentan con algo menos de la cuarta parte de los votos.

¿Quiénes son los socios ultraderechistas de Netanyahu?

La lista ultraderechista llamada Sionismo Religioso está compuesta por tres partidos. El primero, que lleva el nombre de la lista, está liderado por Bezalel Smotrich y es representativo del sector radical de los colonos que viven en los territorios ocupados militarmente por Israel a partir de la guerra de 1967.

La propia biografía personal de Smotrich encarna a estos sectores. Él nació en 1980 en una colonia israelí en el Golán, territorio ocupado perteneciente a Siria, y creció luego en Beit El, otra colonia israelí, seis kilómetros al norte de la ciudad palestina de Ramala y próxima al campo de refugiados palestinos de Jalazone. O sea, representa a una generación de colonos religiosos muy nacionalistas completamente comprometida con la colonización de los territorios ocupados, que se niegan terminantemente a la perspectiva de la creación de un Estado palestino en los territorios que colonizan y que, al postular la anexión jurídica a Israel de la Margen Occidental del Jordán (llamada por los israelíes Judea y Samaria), tampoco están dispuestos a otorgar plenos derechos ciudadanos a los más de dos millones y medio de palestinos que la habitan.

La realidad actual es que en estos territorios se vive en un régimen de apartheid y de colonización que va despojando a los palestinos de sus tierras, una realidad que Smotrich y su partido proponen profundizar y ahondar. Smotrich se hizo célebre en el pasado por varias expresiones racistas, proponiendo, por ejemplo, separar a parturientas judías de árabes en las maternidades dentro de Israel.

El segundo partido, Potencia Judía, es liderado por Itamar Ben Gvir y es la continuación del movimiento creado en la década de 1970 por el rabino Meir Kahane, un movimiento que en sus postulados fundacionales copiaba varios del programa del partido nazi cambiando las palabras “arios” y “Alemania” por “judíos” e “Israel” y la palabra “judíos” por “árabes”. La ilegalización de la formación inicial por postular abiertamente el racismo forzó a sus descendientes ideológicos a “moderar” su lenguaje. Así, por ejemplo, cuando a Ben Gvir le preguntaron si aún piensa que Israel tiene que expulsar a sus ciudadanos árabes respondió: “No a todos, sólo a quienes no demuestren ser fieles al Estado de Israel como Estado judío”.

La actividad pública de Ben Gvir se caracteriza por innumerables provocaciones callejeras, particularmente por su agresiva presencia en barrios palestinos de Jerusalén Oriental en los cuales se instalan colonos israelíes y desalojan a vecinos árabes, amparados en procesos de despojos que generalmente son avalados por cortes israelíes. Ben Gvir, quien desde su juventud tiene un historial violento, suele buscar enfrentamientos con pobladores árabes ante las cámaras de televisión, llegando a intentar ingresar en una sala de hospital donde yacía un preso palestino internado con peligro de vida durante una huelga de hambre. Esas actitudes provocadoras le han valido el repudio de la Policía que lo considera un estorbo en su accionar.

Ben Gvir logró atraer votos de judíos de sectores populares en poblados en los que hubo enfrentamientos violentos entre árabes y judíos en mayo de 2021 y en lugares que sufren de una creciente inseguridad debido al incremento de la criminalidad en sectores marginados de la población árabe. Ahora Ben Gvir reclama para sí mismo ser nombrado ministro de Seguridad Interior, la cartera responsable de la actividad policial. Netanyahu, consciente de las infinitas provocaciones uniformadas que esto implicaría, intentará darle otro cargo. Sin embargo, depende totalmente de los votos de Ben Gvir en el parlamento.

El tercer sector que participa en la lista de la ultraderecha es un pequeño partido llamado Noam, que consiguió apenas un diputado. Este partido es a la vez ultrarreligioso y nacionalista y centra su prédica en los valores de la familia, pide prohibir las marchas del orgullo gay, excluir toda referencia de legitimidad en el sistema educativo a la diversidad sexual y modificar leyes en las cuales ha habido avances en el reconocimiento de parejas del mismo sexo a constituirse como núcleos familiares.

Este tema es muy delicado, ya que el partido Likud tiene a un dirigente abiertamente homosexual y adoptó, moderadamente, la agenda de derechos a la diversidad sexual. Netanyahu se apresuró a calmar a la opinión pública diciendo que no permitirá medidas contra la población gay; sin embargo, algo tendrá que ofrecerle a ese diputado (que además puede ejercer presión sobre otros socios ortodoxos) si no quiere iniciar su gobierno con un factor que le desestabilice la coalición.

El aporte del gobierno saliente al triunfo de Netanyahu y los extremistas

Más allá de los errores estratégicos en la arquitectura electoral de los opositores a Netanyahu y la división de los tres partidos árabes, hubo otros factores más profundos que contribuyeron al fracaso electoral de la heterogénea coalición gobernante. En primer lugar, que en sus políticas no amplió su base social en ninguna dirección. Los votos en 2022 de los partidos que la componen son casi idénticos a los votos en elecciones anteriores, con modificaciones en la distribución entre los componentes, pero sin sumar a ningún sector adicional.

La política económica de restauración neoliberal (incluyendo el aumento de la edad jubilatoria), tras los ensayos de populismo distributivo de Netanyahu durante la pandemia, impidió a los partidos de la centroizquierda sionista (Laborista y Meretz) ofrecerse como alternativa a votantes que sufren esas políticas, ya que aceptaron y fueron partícipes de la política neoliberal. Así, el descontento y las penurias económicas de los sectores judíos más pobres fueron capitalizados por los ultrarreligiosos de Shas o por los extremistas de Sionismo Religioso.

Luego, las políticas frente a los palestinos no han modificado nada sustancial a lo que fueron las políticas en la era de Netanyahu. Si en algo se ha modificado la situación es que bajo órdenes del ministro de Defensa, Benny Gantz, el ejército israelí intensificó sus incursiones en los territorios bajo control policial de la Autoridad Palestina, agravando y aumentando los incidentes con milicianos palestinos y con la población civil, con el consecuente aumento de muertos y heridos por el conflicto. Por su parte, surgieron nuevos grupos guerrilleros palestinos que realizaron acciones contra patrullas israelíes, lo que desencadenó más incursiones y represalias. A la vez, los gobiernos de Naftali Bennett y Yair Lapid persistían en su negativa a reanudar negociaciones de paz con la Autoridad Palestina. Sin desmarcarse de estas políticas de perpetuación de la ocupación militar y agravamiento del conflicto y sin ofrecer un horizonte alternativo de paz, la centroizquierda se volvió a anular como alternativa e incluso Lapid, que al comienzo de la campaña electoral deslizó que consideraba que la creación de un Estado palestino sería una solución al conflicto, luego enmudeció y no puso sobre la mesa ninguna propuesta alternativa.

¿La democracia israelí en peligro?

En los sectores de la golpeada centroizquierda y en sectores de centro y centroderecha israelí que hegemonizan los medios de comunicación masivos se expresan temores acerca del futuro de la democracia israelí ante el advenimiento de un gobierno sostenido por extremistas que no creen en la democracia liberal. Inquietudes semejantes son expresadas en medios internacionales, y diplomáticos occidentales han hecho saber que se negarán a mantener relaciones con ministerios israelíes que sean administrados por Ben Gvir, considerado el más extremista de todos los extremistas.

Sin duda, pensar que en breve estos personajes abiertamente racistas y que siempre han demostrado nulo respeto a normas democráticas de pluralismo o tolerancia accederán a cargos en ministerios estratégicos causa justificados escalofríos en la espalda de muchos, quien esto escribe entre ellos.

Sin embargo, los temores ante la integridad de la democracia israelí resultan un tanto hipócritas. La democracia israelí no es una verdadera democracia. No lo es en el sentido más simple y llano de la democracia: un mecanismo de representación política de quienes viven en un territorio determinado. No todos los habitantes nativos y residentes en lo que Israel considera jurídicamente su territorio tienen derecho de voto.

En Jerusalén Oriental residen unos 330.000 palestinos nativos del lugar. Si bien están bajo jurisdicción israelí, carecen de derechos de voto para la Knéset. Otros alrededor de 100.000 palestinos residen en el territorio catalogado como C, bajo control militar y civil israelí, en los territorios ocupados de la Margen Occidental. Esta población está sometida desde todo punto de vista a jurisdicción israelí y también carece de derechos de voto y además está sujeta a duras limitaciones de movimientos y de actividad económica impuestas por Israel, mientras que alrededor de medio millón de colonos israelíes que viven en el territorio C sí votan y son electos; Smotrich es un ejemplo.

Más aún, el argumento con el cual Bennett y Gantz explicaban en 2021 la intensificación de las incursiones militares israelíes en ciudades policialmente bajo jurisdicción de la Autoridad Palestina es que era necesario poner de manifiesto la soberanía israelí. Es por eso mismo que la Autoridad Palestina no es en realidad un Estado, porque carece de soberanía militar sobre su territorio. Unilateralmente el ejército israelí dispone y penetra, abre y cierra accesos, realiza detenciones y allanamientos. El sistema judicial militar israelí juzga a diario a cientos de civiles palestinos sin las garantías propias de los juzgados civiles.

Organismos de derechos humanos tienen muchas razones para preocuparse ante las fuerzas que gobernarán Israel a partir de las próximas semanas. Pero en esta ocasión conviene recordar que fue el ministro de Defensa, el general Gantz, quien el 16 de octubre de 2021 ilegalizó a seis ONG palestinas, organizaciones de derechos humanos y organismos de desarrollo social, acusándolos, sin presentar pruebas, de terrorismo. Las pruebas que tras protestas internacionales sí fueron presentadas ante una comisión de la Comunidad Europea, que financia parcialmente a estas ONG, fueron rechazadas por no tener carácter probatorio alguno.

No se trató de una mera declaración de ilegalidad. Patrullas israelíes irrumpieron en ciudades palestinas, allanaron las oficinas de esas organizaciones, robaron computadoras y materiales, rompieron muebles y tapiaron los ingresos a las oficinas. Y los dirigentes de estas organizaciones viven entre detenciones, interrogatorios y el temor a ser arbitrariamente detenidos de manera administrativa por tiempo indefinido.

Probablemente, el nuevo gobierno israelí compuesto por fanáticos racistas y religiosos cometa más y más graves violaciones de los derechos de los palestinos (y probablemente también de israelíes), intensificando despojos e injusticias, desatando más hostilidades, más víctimas y horrores recíprocos. La responsabilidad de lo que suceda será obviamente del nuevo gobierno. Pero para entender cómo se ha llegado a una coalición de gobierno tan extremista y fanática hay que entender cómo quienes la precedieron les abrieron el camino.

Gerardo Leibner, desde Tel Aviv.