La política del odio y la desinformación son peligrosas. Tanto que hasta pueden poner en riesgo una democracia. Ejemplo de ello fue el asalto al Capitolio en Estados Unidos hace dos años, cuando una turba de simpatizantes de Donald Trump trató de detener con violencia la certificación del triunfo electoral de Joe Biden. El domingo 8 sucedió en Brasil, cuando miles de bolsonaristas radicales asaltaron el Congreso, el Tribunal Supremo y la sede del Ejecutivo brasileño con el objetivo de derrocar al gobierno del presidente Luiz Inácio Lula da Silva.

La desinformación y las noticias falsas, que presentaron a Lula como un presidente ilegítimo, fueron precisamente uno de los detonantes del asalto a los tres poderes en Brasil. El propio expresidente ultraderechista Jair Bolsonaro emprendió hace tiempo una campaña para sembrar dudas sobre la seguridad del sistema de votación en el país y, tras las elecciones de octubre, muchos de sus seguidores denunciaron sin pruebas que las urnas electrónicas fueron manipuladas y que, por lo tanto, hubo fraude. Sin embargo, Brasil es un referente internacional en el voto electrónico y no ha registrado fraudes desde que implementó el sistema en 1996. “Si hay algo que sabe hacer Brasil es justamente esto. El sistema de votación es muy seguro”, explicó a la diaria la periodista brasileña Cristina Tardáguila, directora de los programas del International Center for Journalists (ICFJ) y fundadora de la agencia Lupa, especializada en verificación de datos, que asegura que “si no hubiera habido tanta desinformación, no se habría producido el ataque a los tres poderes” en el país.

Desmentir noticias falsas en un país tan diverso y grande como Brasil no es tarea fácil para los verificadores de datos como Tardáguila, quien tras los comicios de 2018 en los que venció Bolsonaro tuvo que abandonar su casa debido a las amenazas de muerte que recibió por luchar contra la desinformación, y desde entonces vive en Estados Unidos.

Entre las grandes mentiras que promovió el bolsonarismo en los días previos al asalto a la democracia en Brasil se destacan, según Tardáguila, “la idea de que las Fuerzas Armadas iban a tomar el poder y que el Tribunal Superior Electoral se ha convertido en una amenaza para la libertad de expresión”, después de que en octubre la institución ampliara sus poderes para combatir la desinformación en las redes sociales.

¿Se podía prever que ocurriera este ataque a la democracia en Brasil? Si es así, ¿por qué no se hizo nada para evitarlo?

Era totalmente previsible. El gabinete de seguridad de la Presidencia tenía datos y avisó, e incluso hay registros de que algo pasaría ese domingo. Hubo alertas de la Inteligencia brasileña a las autoridades, pero al parecer prefirieron ignorarlas. Quizá lo que no era tan esperable es el elevado número de gente, pues fueron al menos el doble de personas de las que hubo en el asalto al Capitolio. Hubo más de 1.200 detenidos.

¿Qué papel ha jugado la desinformación en todo esto?

Ha sido fundamental. Es evidente que si no hubiera habido tanta desinformación, no habría sucedido lo que pasó. Desde que Bolsonaro asumió como presidente, puso en duda las elecciones [al considerar que si las de 2018 “hubieran sido limpias”, habría ganado en la primera vuelta] y hubo además numerosas fake news de última hora.

¿Cuáles son, en tu opinión, las tres grandes mentiras que propiciaron ese asalto a los tres poderes?

La primera sería el falso decreto que ponía al gobierno brasileño bajo el control del Ministerio de Defensa y que otorgaba poder al general Augusto Heleno, el ministro del Gabinete de Seguridad Institucional y mano derecha de Bolsonaro, sobre las instituciones del país. En realidad, Bolsonaro firmó un decreto bastante ambiguo y mucha gente interpretó que las Fuerzas Armadas tomarían el poder y que Heleno tomaría posesión a partir del día 3 de enero, lo cual es completamente falso.
La segunda mentira que circuló en redes es que el ministro presidente del Tribunal Superior Electoral, el juez Alexandre de Moraes, impondría la censura para limitar la libertad de expresión en el nuevo gobierno de Lula.
La tercera es que Lula quiere imponer un régimen comunista y que Brasil debe luchar para no entrar en ese grupo de países de la región donde gobierna la izquierda.

Sin embargo, los bolsonaristas radicales no han conseguido su objetivo, mientras que Lula ha logrado un gran apoyo político tanto en Brasil como en el resto de América Latina y en la Unión Europea. ¿Se podía esperar algo así en un país tan dividido como Brasil?

Lejos de lo que los grupos bolsonaristas radicales pretendían, el golpe fracasó. No lograron tomar el poder y, desde el punto de vista institucional, Lula ha logrado unir el país como nunca. Una muestra de ello es la imagen de Lula como nuevo presidente caminando junto a los 27 gobernadores del país, que son de diferentes partidos políticos. Es una imagen de unión muy fuerte que nunca se había visto.
También logró otra imagen de unión cuando un grupo de ciudadanos representantes de la diversidad le entregó la banda presidencial. En la primera semana de gobierno Lula creó dos fotos en las que se ve una gran unión de gente muy diferente y pacífica, mientras que el lado de los bolsonaristas, si bien hay unión, es un desastre. Han estropeado el espacio físico, histórico y protegido, pero las instituciones no han detenido su actividad y Lula ahora mismo tiene mucha fuerza política, se siente apoyado.
El bolsonarismo ha metido la pata. Si el objetivo era tomar el poder, no se prepararon bien, y si el objetivo era generar el caos, lo que han hecho es enterrar el movimiento. Seguirán alimentándose de sus grupos de Whatsapp y Telegram, como el trumpismo, pero el bolsonarismo se aproxima a la destrucción.