Quince días antes del 22-O, Sergio Massa tuvo el primer indicio de que podía ganar la elección: su encuestador de cabecera, Marcelo Escolar, le arrimó un informe que lo mostraba unas décimas arriba de Javier Milei, en empate técnico dentro del margen de error, pero que antagonizaba con la meteorología política que daba por hecho que el libertario –que había sido la sorpresa de las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO)– se encaminaba sin tropiezos a ganar la general y hasta, por momentos, se especulaba con que podía resultar electo en primera vuelta.
El plus que llevó a Massa a ganar con 37% emergió y se consolidó en la semana previa a la votación. La referencia alumbra como combustible para el optimismo peronista: que se repita la remontada de los últimos días, en una combinación entre estructura y micromilitancia, y le permita al ministro-candidato llegar al 19-N en ascenso, con envión, para revertir un partido que está abierto y en el que irrumpió, según cuentan en el Partido Justicialista (PJ), como un factor vital y sólido, el antiperonismo. Lo dicen, casi extrañados, en Tucumán y en Chaco, en La Pampa y en el conurbano, como si no supiesen que estaba ahí. O como si se desayunaran, tarde y mal, con que todavía sigue ahí.
Emilio Pérsico retoma, cada tanto –y lo hizo estos días–, la referencia de que Alejandro Lanusse impulsó la segunda vuelta para “joder al peronismo”. En 1973, Héctor Cámpora no llegó, por décimas, al piso imprescindible de los 50, pero Ricardo Balbín, con algo más de 21%, desistió de ir a la segunda vuelta. Carlos Menem, en la reforma de 1994, negoció con Raúl Alfonsín ese balotaje criollo del 45% más un voto o el 40% con 10 de diferencia sobre el segundo a partir de la convicción de que al peronismo le costaba más que al antiperonismo llegar al 50%. Hubo dos excepciones: Juan Domingo Perón, en 1973, con casi 62%, y Cristina Fernández de Kirchner, en 2011, con 54%.
Anomalías
En la elección del 19-N colisionan dos anomalías. Una: que Massa, como ministro y candidato de un gobierno en crisis, con una economía incendiada, haya sido competitivo, luego ganador de la general y llegue ahora con chances a la segunda vuelta. Dos: que Javier Milei, una figura sin soporte ni territorio, con ideas extravagantes y una personalidad –de mínimo– errática, pueda ser el próximo presidente. Massa no sería competitivo si la oposición hubiese llegado a esta instancia con un candidato razonable, no un Winston Churchill, sino alguien apenas correcto. Milei no hubiese emergido como opción sin la deriva de la política, sus desastres públicos y privados, sin el festival de fracasos de los últimos dos gobiernos que coronó –con tormentas externas e insólitas guerras domésticas– el Frente de Todos de los Fernández.
¿Qué explica que Milei, que nunca viajó a Misiones, no tiene ahí referentes locales y propone romper relaciones con Brasil, socio esencial para la economía misionera, haya sacado 42,3% en las generales en esa provincia? El libertario tocó una fibra íntima y/o canalizó un rechazo que estaba en busca de alguien que lo expresara. Hay un elemento más para la cuadratura del voto mileísta: el Frente de la Concordia que gobierna Misiones, de matriz y amplísima mayoría peronista aunque incorpore radicales, gana con más de 60%. Massa, con apoyo del espacio que conduce Carlos Rovira, rozó el 38%. Entre las PASO y la general sumó 100.000 votos. Debería sumar otros 800.000 para ganar el balotaje en la provincia.
Como Mauricio Macri antes, Milei se nutre de algo que jamás exploró: el antiperonismo. En los territorios, los referentes palpitan esa negatividad que vinculan con una realidad económica desesperante, fracaso que atribuyen a la política. Hay, claro, otras toxicidades del peronismo, como el caso Martín Insaurralde. Una encuesta de la Universidad de San Andrés (UdeSA) refleja que los votantes de Unidos por la Patria (UxP), La Libertad Avanza (LLA) y Juntos por el Cambio (JxC) comparten la principal preocupación: la inflación. Eso sintetiza la gravedad del problema económico. Aparece además que libertarios y cambiemitas tienen un podio casi idéntico, lo que puede explicar por qué al menos dos de cada tres votantes de JxC migraron, sin conflicto, a Milei. El votante panperonista de UxP le otorga un rango altísimo al endeudamiento externo, renglón que para el resto es casi inexistente.
Problemáticas según voto en la elección general
El malestar presente sumado a lo anti –se aplique para peronismo o para kirchnerismo, se asuman o no como sinónimos absolutos– parecen ensamblarse en torno a Milei. Macri resucitó de la derrota de JxC y le arrimó –o se anticipó a un movimiento que de todos modos se cristalizaría– ese componente al libertario. El único antecedente para mirar balotaje es el de 2015, cuando, más allá de las demandas del momento, el factor económico era muchísimo menos apremiante que ahora y, sin embargo, Daniel Scioli perdió.
“Después de la general, Daniel perdía por 10 puntos y fue remontando, aunque muchos recién se pusieron las pilas diez días antes”, recuerda un dirigente que trabajó en la campaña de Scioli. La matemática electoral se puede mirar, en parte, sobre aquella experiencia. La obsesión de Massa por mejorar en Córdoba se ancla en aquel resultado. Ese territorio merece un zoom: salvo en 2011, cuando CFK ganó con casi 38 puntos, el peronismo de la era K se cansó de perder en la provincia. En 2003 ganó Menem, en 2007 Roberto Lavagna, en 2015 Macri con 53% que, en la general de 2019, escaló hasta 62%.
El registro electoral muestra, a priori, que la resistencia al kirchnerismo es preexistente al conflicto de diciembre de 2013 cuando el gobierno nacional no envió fuerzas federales durante el autoacuartelamiento de la Policía de Córdoba, episodio que suele citarse para explicar la enemistad. En 2019, la fórmula Fernández-Fernández rozó los 30 puntos, el número que debería rondar Massa el 19-N, no sólo como número cordobés sino como reflejo de un voto, bastante similar, que se da en la franja media, donde se concentra casi la mitad del “voto libre”, según el mapeo que hizo Betta Lab, la consultora de Juan Ignacio Belbis y Antonio Milanesi.
El lunes, Juan Schiaretti recibió en Córdoba a Estela de Carlotto, una reunión que estaba planificada desde hacía tiempo. El encuentro, que se aseguró que nada tiene que ver con la previa electoral, se da en el marco de las declaraciones negacionistas de Victoria Villarruel que generaron la reacción de los organismos de derechos humanos y de múltiples sectores políticos, incluso Mario Negri, diputado y referente de la Unión Cívica Radical cordobesa. Schiaretti, que durante la dictadura estuvo preso y se tuvo que exiliar a Brasil –donde se vinculó con los Macri, porque allí empezó a trabajar en Socma–, no opinó sobre los dichos de Villarruel, a pesar de que es un tema que lo interpela de modo directo y el cual, a pesar de los cruces políticos con el kirchnerismo, fue un punto de acuerdo.
El gobernador fue enfático contra el juicio a la Corte, hecho que con toda intencionalidad atribuyó al “gobierno kirchnerista de Sergio Massa”, pero enmudeció frente a los planteos de la candidata a vice de Milei. En Córdoba dicen que la reacción de Schiaretti se debió a que Massa se metió en la provincia. Tras la elección general, el gobernador y Martín Llaryora, su sucesor, habían bajado la indicación de ser neutrales y dar libertad de acción al peronismo cordobés. Eso cambió una semana atrás. Se habla de un acuerdo de Schiaretti con Macri, mientras que otros lo vinculan con el mandamiento schiarettista de “Córdoba para los cordobeses”. La novela tiene un capítulo abierto: en el PJ deslizan que cuando Milei vaya este jueves a la provincia a hacer su cierre de campaña, Schiaretti también le hará una crítica pública.
Hay un link adicional con Llaryora, a quien se atribuye apostar a una derrota de Massa para emerger, desde Córdoba, como un jefe del peronismo sobreviviente. Esa posibilidad quedaría disminuida si el candidato-ministro fuese, desde el 10 de diciembre, presidente de la Nación. Esa tesis brutal tiene más consistencia política que el comportamiento de Schiaretti, cuyo último acto en el tramo final de una carrera política de más de 50 años puede ser contribuir al ascenso de Milei al poder.
Tercios
En los laboratorios políticos enseñan que el balotaje hay que proyectarlo más por votos que por porcentajes. Hay un ejercicio específico para mapear un potencial resultado que consiste en repartir el territorio en tres tercios: provincia de Buenos Aires (PBA), con 37% de los votos; zona centro, con 32%; y norte-sur, con 31%. De ahí se pueden estimar techos y pisos para ver cuántos votos/puntos puede lograr cada partido en busca del 50 más 1 de los votos. El consultor Pablo Salinas cuantificó ese análisis.
Con 9,8 millones, Massa necesita sumar al menos 3,3 millones para ganar. La apuesta es que la provincia de Buenos Aires, donde obtuvo 42%, crezca hasta 55%: para lograrlo debe incorporar 1,3 millones sólo en PBA. Más de la mitad de eso lo debería aportar el conurbano, donde Axel Kicillof y los intendentes se pusieron la meta de crecer entre 8 y 12 puntos, según el distrito, lo que implicaría sumar casi 700.000 votos a la torta general. El resto debería llegar de La Plata, Mar del Plata y el interior de la provincia. A la vez, según los tercios, Massa debería repetir el 56,8% de Scioli en 2015 y estar lo más cerca posible de los 38% de entonces. Dato obvio: aquel balotaje Scioli lo perdió y en buena medida porque traccionó menos de lo esperado en PBA, donde ya era gobernadora electoral María Eugenia Vidal.
De repente, la semana pasada, Milei suspendió sus actos en el área metropolitana de Buenos Aires y armó un viaje a Mendoza y planificó su cierre en Córdoba, con un bajísimo perfil que parece la táctica de quien se siente ganador: para qué salir a escena si, en silencio, tiene resultados. El mutismo disparó la versión de que no quería ir al balotaje. Milei, en persona, lo niega: dice que no le preocupa el mano a mano con Massa.
Miedos Massa-Milei, según Celag
El candidato-ministro, que hizo una campaña sin errores, hizo el proceso inverso: intensificó su protagonismo, sus anuncios, sus medidas. Un dato para leer, más allá de las encuestas, los climas: hasta acá, la regla de la campaña era que el dispositivo UxP debía cuestionar al libertario pero Massa no tenía que entrar, en persona, a ese espadeo. Empezó a hacerlo. A su lado, dicen que fue un movimiento planificado. Es eso o que el estilo de campaña que desarrolló hasta acá no está dando los resultados esperados.
El objetivo de Massa, para que se cristalice el envión de la última semana, es profundizar dos diferencias con Milei. Un estudio del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag) de Alfredo Serrano Mansilla escarbó en cuestiones anexas a la intención de voto y detectó –al igual que Hugo Haime, según se contó la semana pasada en elDiarioAR– que el miedo a Milei es mayor que el miedo a Massa, mientras que el peronista es visto como un dirigente con más capacidad que Milei para gobernar en la crisis. El libertario tiene un renglón donde se impone: es visto como el más apto para resolver el problema de la inflación, que, como muestra el estudio de UdeSA citado más arriba, es la preocupación determinante de todos los votantes.
Esos factores volcarán, se especula, el ánimo del universo de indecisos que, ante un resultado de paridad, son los que definirán la elección. Según Celag, que puede mostrar como cucarda que en su encuesta de mayo pasado ubicó a Milei en primer lugar (con casi 30 puntos, seguido por JxC y UxP) y antes de las PASO dio ganador a Massa por encima de LLA, el balotaje está en empate técnico y los factores anteriores serán la llave para determinar quién será el futuro presidente. Otros estudios, como el de AtlasIntel, dan arriba a Milei. La consultora internacional fue otra de las que, junto a Proyección, dieron ganador a Massa en la general de octubre.
Este artículo fue publicado originalmente en elDiarioAR.