Los tanques en la plaza Murillo terminaron siendo una especie de farsa que podría haber desembocado en tragedia, en un clima político cada vez más deteriorado por las disputas en el seno del Movimiento al Socialismo boliviano (MAS), hoy fracturado en dos alas: evistas y arcistas.

Tras el regreso del partido al poder en diciembre de 2020 de la mano de Luis Arce –el candidato elegido por Evo Morales en su exilio en Argentina–, las relaciones entre el expresidente y el actual (que fue su ministro de Economía durante más de una década) se deterioraron rápidamente y terminó en una lucha abierta por el poder. Arce, que aparentemente había prometido no presentarse a la reelección en 2025, decidió más tarde que buscaría un segundo mandato; Evo Morales, que buscó reelección tras reelección sin prestar atención a la letra y el espíritu de la nueva carta magna, considera que fue derrocado por un golpe de Estado en 2019 y que tiene derecho a postularse nuevamente. Esta disputa paralizó al Legislativo, en un contexto económico que hoy poco tiene que ver con los años de bonanza económica previos a 2019.

La escasez de dólares y combustible revela un agotamiento del modelo aplicado desde 2006, cuando Evo Morales fue elegido primer presidente indígena de Bolivia y, en medio de una epopeya política espectacular, inició la “Revolución Democrática y Cultural” que, a nivel económico, desató un “populismo prudente” que buscó no aumentar el déficit fiscal y acumuló reservas récord de divisas en el Banco Central.

El propio Arce reconoció recientemente que la situación del diésel era “patética” y ordenó militarizar el sistema de suministro de combustible, con el objetivo de impedir el contrabando de diésel, subsidiado por el Estado boliviano, hacia los países vecinos. La crisis económica afecta especialmente a Arce, quien, sin mucho carisma, construyó su legitimidad como ministro del “milagro económico”. En el plano político, un pellizco entre los poderes Ejecutivo y Judicial ha debilitado al Poder Legislativo, cuya mayoría también está dividida entre arcistas y evistas, y cada bando acusa al otro de “hacerle el juego a la derecha”. También se ampliaron los mandatos de las autoridades judiciales, lo que es denunciado diariamente por los medios de comunicación.

El presidente del Senado, Andrónico Rodríguez, sindicalista cocalero formado por Evo Morales como una especie de sucesor, tuiteó tras el retiro de los militares: “De magistrados autoprorrogados a un presunto golpe o autogolpe, el pueblo boliviano está hundido en la incertidumbre. Este desorden institucional, donde las autoridades extienden ilegalmente sus mandatos y los principios democráticos son socavados, está llevando al país a una situación de caos y desconfianza, empeorando la crisis y amenazando la estabilidad y el bienestar”. Los codos tienden a continuar. Una tregua en el espacio del MAS parece lejana.

Parte de la disputa gira en torno a la sigla MAS, un partido de movimientos sociales que demostró, en 2020, su capacidad de movilización electoral incluso en contextos difíciles como el que vivió durante el gobierno de Jeanine Áñez. Los congresos de las dos alas del partido fueron judicializados. El centro de la disputa son las elecciones de 2025, año del bicentenario de la independencia de Bolivia.

La fragilidad de la oposición, asociada al gobierno autoritario, ineficiente y corrupto de Jeanine y que tiene grandes dificultades para encontrar un nuevo liderazgo, alimenta la “guerra champa” entre evistas y arcistas, que ven el poder como una disputa interna. Pero en medio de la volatilidad electoral regional y global, esta visión conlleva un riesgo, incluso si consideramos que la base electoral alrededor del MAS sigue siendo fuerte y que la experiencia de Áñez funciona como una “dosis de memoria” para los movimientos sociales e indígenas.

Todavía es demasiado pronto para saber cómo afectará el golpe fallido a las relaciones de poder dentro del espacio del MAS (que hoy ya no existe como partido unificado). Tras superar el desafío del grupo militar rebelde, Arce enfrenta ahora el fuego político cruzado de activistas y opositores, que han comenzado a hablar de un “espectáculo político” para intentar devaluar el capital político que el presidente obtuvo a través del apoyo nacional e internacional a instituciones y democracia, y su presencia de ánimo, para reprender cara a cara al general golpista.

Una versión más extensa de este artículo fue publicada originalmente en Outras Palavras.