La editorial Siglo XXI de Argentina publicó un ensayo clásico del reconocido historiador Tulio Halperin Donghi, La larga agonía de la Argentina peronista. El historiador económico Pablo Gerchunoff escribió el prólogo para esta edición y, con el libro como referencia, conversó con la diaria sobre el presente del peronismo, los cambios de largo alcance en la “sociedad salarial”, cómo se expresa la crisis del peronismo en el fenómeno Javier Milei. También reflexionó sobre las similitudes y diferencias entre Carlos Menem y Milei, y qué perspectivas tiene la sociedad argentina más allá de la coyuntura.
Gerchunoff es profesor emérito de la Universidad Torcuato Di Tella y autor de varios libros y ensayos relevantes sobre historia económica y política de Argentina.
Un tiempo después de la publicación de La larga agonía de la Argentina peronista, Tulio Halperin Donghi afirmó que, en realidad, tendría que haber titulado “la agonía de la sociedad peronista”, no necesariamente del movimiento político. ¿Cómo evolucionó esa sociedad?
El peronismo es el producto de la expansión de la “sociedad salarial” en el mundo. Esto es una sociedad inclusiva que, en el peronismo, hace espacio a la idea de comunidad organizada. Porque la representación de esa sociedad puede formar parte de un pacto de gobierno o un pacto de transacciones. Perón lo expresa muy bien –lo cuenta Tulio [Halperin Donghi] en el libro–, es un hombre de un talento extraordinario para capturar la naturaleza de la sociedad, una capacidad especial para capturar el interés político y llegar a acuerdos tácitos con esa sociedad. Sobre todo, la experiencia de los años 1945 y 1946, que es claramente democrática en términos electorales; después pudo haber derivado en otra cosa, pero en ese momento es una sociedad democrática.
Continuó siendo así por menos tiempo de lo que se cree. Desde mediados de los años 60 la sociedad salarial comenzó a declinar en el mundo y en Argentina, desde el momento en que Bretton Woods se modifica muy profundamente en 1971 con el cambio de paridad del dólar contra el oro y luego de los shocks petroleros comienza más nítidamente una declinación de esa sociedad. Pondría el punto de partida del declive de la sociedad peronista a principios de los años 70 o incluso a fines de los 60.
Esa dinámica continuó hasta hoy, cuando tenemos una sociedad en la que apenas el 30% del trabajo privado es asalariado formal. Por lo tanto, es una sociedad fragmentada y plantea una pregunta interesante: ¿una sociedad fragmentada puede tener una representación política única? El kirchnerismo tuvo tanto talento para suturar las partes fragmentadas…
Sin terminar con la fragmentación...
Diría que es imposible terminar con la fragmentación porque hay un problema muy de fondo, mundial, que afecta no solamente al peronismo, también a los partidos socialdemócratas. La declinación de la socialdemocracia en Europa tiene mucho que ver con la desaparición de esa sociedad. También con problemas como la inmigración, la reacción ante movimientos como el feminista o las respuestas poco productivas políticamente que han tenido los socialdemócratas, pero la declinación de la sociedad salarial jugó y sigue jugando un rol muy importante. En Argentina estamos viviendo una recomposición política que tiene que ver con eso.
El mismo Halperin Donghi decía en 1994 que la sociedad estaba quedando a la intemperie. ¿Qué posibilidades de sobrevida tiene el peronismo a la crisis de la sociedad que le dio sustento?
Si Tulio dejó claro que hablaba de un problema sociológico y no de un problema político, de un cambio en la sociedad y no de un devenir político cuando dijo “agonía”, creo que la pregunta eterna sobre el peronismo sigue abierta. Porque hay un malentendido con ese título: claramente todo el mundo lo interpreta como el fin del peronismo, que Tulio se equivocó y después nos equivocamos todos afirmando que el peronismo iba a desaparecer. Ahora, es evidente que el peronismo tiene cada vez más dificultades para reinterpretar a la sociedad.
El kirchnerismo logró interpretar bastante a la sociedad; tuvo costos, pero lo logró. Ahora el peronismo se enfrenta a un nuevo desafío, que es cómo enfrentar esta novedad de un Milei tratando de acercarse a lo que en algún momento fue su base social: clases medias bajas hartas de la intervención estatal, que se manejan por su cuenta, que lo único que quieren es que no las jodan más.
Por el momento no veo, ni en el peronismo ni en el conjunto de la clase política que se opone a Milei, referentes que se acerquen a una respuesta. En ese sentido, creo que Milei lleva la delantera en términos interpretativos: sabe a quién le habla, sabe cómo le habla y todavía le habla con eficacia.
Halperin Donghi afirma que ni la dictadura militar se animó a impulsar determinadas medidas, por ejemplo, fogonear el crecimiento del desempleo para que sea la variante disciplinadora, que permitiera romper con esos vetos que ponía la sociedad argentina. Vos afirmás en La moneda en el aire (Siglo XXI Argentina, 2021) que todo líder que llega al gobierno tiene la intención de hacer recortes fiscales drásticos y que después el peso de la historia se lo impide. ¿Cómo se interpreta el profundo ajuste de Milei en esas coordenadas?
Es una muy importante pregunta. Primero, Milei lleva siete meses. Me he acostumbrado –a lo largo de mi vida como profesor o como escritor– a tener un poco de paciencia. Quiero decir, a los siete meses no me atrevo a decir nada definitivo sobre Milei. A los siete meses de Carlos Menem se decía que estaba negociando con el opositor radical Eduardo Angeloz porque no podía gobernar solo. Después lo vamos a ver como un extraordinario intento de reconstrucción de la sociedad, pero a los siete u ocho meses era un hombre perdido en medio del desierto. A mí me consta que esa situación impactaba emocionalmente en él. A los seis meses no sabíamos quién era Arturo Frondizi [presidente argentino entre 1958-1962]. En realidad, comenzábamos a saber que era una cosa distinta de lo que nos había prometido. Frondizi terminó siendo algo muy diferente de lo que había prometido en la campaña electoral. Menem también y, para mí, con Milei ocurrirá algo parecido.
La primera pregunta que me hice cuando Milei ganó las elecciones es la siguiente: ¿Milei va a cambiar a la sociedad argentina o la sociedad argentina lo va a cambiar a él? Probablemente la respuesta sea una transacción y la salida por una diagonal entre esos dos caminos.
Dejame tomar arbitrariamente ciertos elementos de Milei. En primer lugar, una marca de su programa es el “dólar barato”. ¿Qué quiere decir “dólar barato”? Que está expresando a la coalición más inmensa de la sociedad argentina. Es lo que permite coaligar a las clases medias con los sectores populares. En ese sentido, hay un único elemento común que es el tipo de cambio bajo.
Esto implica necesariamente un control de cambios (cepo) y proteccionismo, porque el problema es que si no hay control, el tipo de cambio es el que dictamina el mercado y no el que quiere la sociedad.
Entonces, ¿qué encontramos hoy, a los siete meses de Milei? Que es una combinación de tipo de cambio bajo, control de cambios y proteccionismo. ¿Esto quiere decir que Milei es como el peronismo o como el kirchnerismo? Hay una diferencia muy importante y es su obsesión fiscalista. Eso no lo tuvimos nunca, a excepción de Frondizi, que fue un reformador de su época, tuvo su propio plan de promoción de inversiones extranjeras directas con el modelo de aquel momento, que era la sustitución de importaciones de capital intensivas. Y llevó adelante un fiscalismo desaforado que nos condujo a un tipo de cambio bajo. Por eso, cuando termina su gobierno se produce una devaluación que no va a comandar él, pero sí el gobierno que lo sucede. Si encuentro algún parecido a Milei en la historia es con aquel Frondizi. A Milei no le gustaría esta comparación porque no le gusta ninguna comparación con el pasado.
Para describir a la sociedad argentina, alguna vez Halperin Donghi recordó que Valentín Alsina [político del siglo XIX que fue gobernador de la provincia de Buenos Aires] cuando se fue al exilio se despidió diciendo “¡Adiós, pueblo italiano!” y con “italiano” se refería a intratable, veleidoso o igualitarista. Vos en una entrevista para el diario La Nación cuando comenzaba el gobierno de Milei afirmaste que esa sociedad seguía estando ahí: contenciosa, veleidosa e igualitarista. ¿Cómo la ves hoy?
Hice esa afirmación, pero creo que tengo derecho a revisarla. Tulio se pregunta al final de su libro si la sociedad de 1994 no era una sociedad resignada, y si aceptamos el término “resignación”, estamos diciendo que Valentín Alsina dejó de tener razón. Tiendo a creer –porque me dedico a la historia– que la realidad se parece más a sí misma que lo que la voluntad de cambio nos quiere hacer creer. Aunque una cosa que tenemos que hacer todo el tiempo es preguntarnos si no hay signos de resignación, porque la propia fragmentación de esa sociedad peronista puede llevar a que muchos sectores estén dispuestos a atravesar esta experiencia apoyándola y que otros estén derrotados, resignados y sin voluntad de pelearla. No lo puedo asegurar, pero lo que más me interesa cuando recién pasaron siete meses es hacernos buenas preguntas, no darles una respuesta, porque no la tenemos.
Ahora, llama la atención la persistencia del apoyo a su figura.
¿Cómo ves el peronismo político en el presente?
No lo veo. Del mismo modo que te digo que a los siete meses no puedo decir nada definitivo sobre Milei, a medio año de su derrota no puedo decir nada sobre el futuro del peronismo. Tampoco puedo asegurar nada sobre las figuras que hoy aparecen públicamente: no sé si [Guillermo] Moreno [un referente que se postula como nuevo líder del peronismo] es efímero; no sé si Cristina [Kirchner] “agoniza”.
Creo que el peronismo está en un proceso de mayor convulsión interna que lo que se muestra públicamente, aunque lo que se muestra públicamente es bastante. Esa convulsión nos va a llevar a algún lado que todavía es desconocido para nosotros.
Puede haber una nueva versión del peronismo, pero ojo, puede no haberla también. La “larga agonía” algún día también puede llegar a ser política, miremos al PRI mexicano, al APRA peruano, al brasileño Getúlio Vargas; todos “movimientos nacional-populares” de América Latina que no sobrevivieron al vendaval de la historia. El único caso de sobrevivencia increíble es el peronismo. Entonces, tenemos derecho a preguntarnos si es una sobrevivencia en un tránsito político o es una eternidad. No lo sé. Lo único que puedo decir es que me saco el sombrero frente a su capacidad de reciclarse y estoy atento a la posibilidad de que vuelva a reinventarse.
¿Cómo observás a Argentina en el contexto latinoamericano?
Tulio afirma muy provocativamente en 1994 que el proceso de latinoamericanización argentina no estaba tan lejos, justamente en un momento en el que todavía uno lo veía bastante alejado. Esa provocación cobra un sentido muy potente vista desde hoy.
Sin embargo, creo que Argentina es algo distinto. En algún momento relativamente próximo volverá a ser un país más vital. Creo que es una sociedad que va a recuperar algún dinamismo.
Esto que vemos hoy también tiene un componente de ficción. Así como en los años 70 ya no estaba del todo bien decir “sociedad salarial”, inclusiva y vital “a la Valentín Alsina”, porque ya estaba en crisis, hoy está mal pensar que va a continuar en esa especie de declinación monótona en términos de voluntad política y estructura social. Intuyo que es un error. No creo que la sociedad argentina sea esto, entre otras cosas, porque nada es monótono, no hay trayectorias monótonas.
Por ejemplo, si tomamos una perspectiva de mediano plazo y nos colocamos en 2001 o 2002, la idea de declinación argentina y de catástrofe estaba tan difundida que tardamos mucho tiempo en ver la recuperación que ya se estaba viviendo en 2003 o 2004. Seguíamos viviendo como si estuviéramos en 2002, te diría, hasta 2005. No pudimos percibir que no había una trayectoria monótona declinante que nos conducía inexorablemente a la implosión. Tardamos en visibilizar que la experiencia kirchnerista por varios años fue de mucha recuperación política del peronismo a través de su nueva versión, pero también de una recuperación económica y social, de una vitalidad y de una experiencia incluso redistributiva como la que va de 2009 a 2011 y que explica el voto a Cristina [Kirchner] ese año.
Por eso siempre digo: no es que ese peronismo recordaba los años que van de 1946 a 1948, porque en 2011 no lo necesitaba; necesitaba observar lo que había sucedido en los últimos dos años, que era exuberante. Vos sabés que yo pienso que era exuberante y al mismo tiempo –como dice Tulio– era un problema económico. Como dicen los economistas, tenía un problema de sostenibilidad. Él lo dice muy claramente en varias entrevistas: a los argentinos les gusta vivir en una sociedad feliz que no es sostenible.
¿A qué viene todo esto? A que creo que vamos a ver una recuperación. Aquí la pregunta de fondo es si Milei puede encabezar un proceso de reconstrucción de una esperanza.
¿No creés que haya esperanza ahora?
Está bien tu pregunta. Vamos a decirlo así: materialización de la esperanza. Porque una cosa es la esperanza y otra es que eso se convierta en una experiencia material o en una recuperación.
Él tiene una apuesta que es muy difícil. En cierto sentido, Milei está a la defensiva cuando se mantiene en el cepo [a la compra de dólares]. Lo entiendo perfectamente. Él no está en una discusión técnica. Es la persistencia en un tipo de cambio que signifique salarios reales recuperándose en dólares y, por lo tanto, recuperándose en general, aunque sea lentamente. Una segunda devaluación sería un golpe muy duro para Milei. Si la salida del cepo implica una segunda devaluación, eso puede significar pasar de la ilusión al desencanto. Como es un político, tiene mucho temor a la salida del cepo y lo comprendo muy bien. Es el miedo del político; no está pensando en clave económica, está pensando en su futuro político, está pensando en las elecciones de 2025.
Milei dice que quiere ser “el Menem de esta época”. ¿Cuáles son los elementos comunes –si es que los tiene– y cuáles son las diferencias?
Hay una diferencia que a mí me interesa muy especialmente: Milei tiene una oportunidad productiva que Menem no tuvo. Argentina vivió su fantasía o su imaginación minera, diría que desde la pérdida del Potosí hasta el presente. Todos la tuvieron, no encontrás presidente que no haya puesto sobre la mesa la fantasía de la minería: el oro, el cobre o después el petróleo.
Otra cosa son los costos de esa trayectoria. Sabemos lo que significa un país fundado en materias primas extractivas; eso es otra discusión, una discusión más universal.
Tanto en términos económicos como ambientales.
En muchos términos; por ejemplo, cuánto puede durar un proyecto de ese tipo. Pero en todo caso, en los tiempos cortos clásicos de Argentina, él tiene una oportunidad.
Una cosa que a mí me llama la atención es que impulsó un régimen de incentivos a las grandes inversiones [RIGI] muy audaz, muy concesivo, un regalo extraordinario a las grandes empresas.
El economista Emmanuel Álvarez Agis afirmó: “Nadie le pedía tanto”.
Efectivamente, nadie le pedía y no se necesitaba tanto, pero él, como en todo, también en esto fue muy exuberante.
El RIGI es un régimen especial, un segmento de la economía que queda fuera del cepo. A ese sector [inversiones extranjeras de más de 100 millones de dólares] le da un tipo de cambio competitivo y beneficios fiscales que duran 30 años. Por lo tanto, puede tener un aumento significativo de la producción de bienes exportables. Por el contrario, Menem tenía que vender empresas públicas para obtener dólares, no tenía este horizonte productivo.
La cuestión es cómo traer al presente los beneficios de ese régimen, es decir, cómo traer los dólares al presente. Eso es enormemente difícil porque ese sistema es complejo y lento, no ocurre de un día para el otro.
Entonces, no lo veo tan parecido a Menem. En el horizonte largo tiene una mejor oportunidad que Menem y su dificultad es cómo transitar un corto plazo caótico para llegar a ese escenario nuevo.
Para seguir la comparación con Menem, hay quienes dicen que la crisis hiperinflacionaria del final del mandato de Raúl Alfonsín le dio un aval para su programa, pero la crisis que heredó Milei fue mucho más larvada, diferente.
Sí, pero fue agotadora. La híper de Alfonsín fue un fogonazo terrible, pero ahora venimos de tres presidencias seguidas que salieron mal y que terminaron fatigando, hartando y enojando a la sociedad. La locura retórica de Milei entronca con el fracaso consecutivo de tres gobiernos. Aunque no hayamos tenido una hiperinflación, tenemos una experiencia que hace que la sociedad pegue un viraje. Y ahí volvemos a preguntarnos sobre si ese viraje acarrea resignación o no.
Aunque en ese tránsito entre un corto plazo casi imposible hacia una Argentina productiva distinta, Milei tiene tantas dificultades, que puede terminar muy mal.