La victoria de la derecha libertaria en Argentina significa que esa fuerza política interpretó de mejor manera los problemas de la sociedad argentina respecto a la lectura que hicieron las demás colectividades políticas. Los libertarios, o anarcocapitalistas, según se autodefine Javier Milei, lograron hacerse del gobierno a partir del hartazgo de la sociedad con las prácticas de los partidos políticos tradicionales.
La insatisfacción generó inicialmente desinterés y frustración. En circunstancias normales, estas se traducen en una baja participación ciudadana en la convocatoria para acudir a las urnas. Podría haber prevalecido un sentimiento de apatía.
Pero en forma paralela al escepticismo, surgió un actor que interpretó ese sentimiento y lo canalizó. El proceso tuvo dos grandes protagonistas: la construcción de una opción política alternativa y el surgimiento de un comunicador con dotes histriónicos.
Ambos factores gravitaron sobre las mayorías desencantadas. Se les decía cosas que querían escuchar: acabar con la inflación, hacerlo llevando a cabo un gran ajuste, pasarles la factura del ajuste a los grandes culpables.
El sentimiento fue la materia prima detrás del cual se alineó un universo amplio y transversal de sujetos dispares. El proceso convirtió los sentimientos de frustración en rabia colectiva, en indignación. Se le puso nombre al culpable y se canalizó la bronca hacia el sujeto merecedor de todos los repudios: la casta.
Existe un ideario libertario cargado de principios y conceptualizaciones excesivamente abstractas para la gran mayoría de la población. El factor que realmente prevaleció en los desencantados fue la bronca canalizada en cánticos agresivos y en imágenes de fuerte contenido simbólico. El león melenudo y mal hablado blandiendo una inmensa motosierra para meterle miedo a la casta. Esa es la imagen triunfal que quedó grabada en el imaginario colectivo.
El relato libertario se fundó en la convicción de que el pueblo ha estado oprimido por un largo tiempo, casi los últimos 100 años, por un enemigo tiránico y abusivo. Ese enemigo se ha beneficiado, se ha enriquecido, pero lo ha hecho a costa de empobrecer al pueblo.
Un discurso bastante parecido en su externalidad era promovido por los movimientos de la izquierda, acusando a los latifundistas y a la burguesía de ser los responsables de la miseria del pueblo. Con los libertarios, la pasada de factura proviene desde el otro extremo del abanico político, desde la extrema derecha. El enemigo no son la burguesía y los terratenientes. El enemigo ahora es la casta conformada por los políticos, los sindicalistas, los dirigentes sociales devenidos gerentes de la pobreza, los empresarios prebendarios y todos aquellos que se han beneficiado en forma directa e indirecta de las intervenciones y regulaciones públicas, perjudicando el libre juego de los actores privados en el mercado.
El capitalismo es reivindicado como el sistema superior, pero desde la perspectiva del anarcocapitalismo, para que se desarrolle es necesario liberarlo del yugo distorsivo del Estado. Porque la intervención estatal es fuente fundamental del atraso. La pretendida justicia social proclamada por el progresismo en sus más diversas variantes es, al entender de los libertarios, un acto altamente demagógico, mentiroso y perjudicial. Porque la justicia social supone prácticas que se llevan a cabo a través del cobro de los impuestos, y con ello se busca quitarles a unos, los ricos, para darles a otros, los pobres. Y ello, en esencia, no es otra cosa más que la institucionalización forzada de un robo de carácter autoritario.
Hay muchos temas controversiales que el anarcocapitalismo en su versión pura tiene que disimular, tales como la creación de un mercado de órganos, o la potestad de los padres para renunciar a alimentar a sus hijos, o incluso para disponer de ellos vendiéndolos, tal como lo expresa sin muchos rodeos el ídolo de Milei Murray Rothbard. Resulta difícil de digerir la posibilidad de prescindir de la educación pública, toda vez que el cobro de impuestos para financiarla debería sustituirse por la conformación de un fondo voluntario que refleje la disposición de la sociedad para extender la oferta educativa según las conveniencias y las reglas del mercado.
La madre de todas las batallas en Argentina es para Milei la lucha contra la inflación. Derrotarla supone grandes sacrificios y estos son los que explican la necesidad de atravesar por grandes penurias para acceder finalmente a la tierra prometida, según el relato libertario.
Los libertarios ahora son gobierno. Para gobernar no han tenido otra alternativa que recurrir a la casta. El caso más extremo lo representa la ministra de Seguridad, que durante la campaña fue tildada de montonera y colocadora de bombas en guarderías infantiles.
La magia que rodea a los gobiernos en el momento que asumen se está extinguiendo rápidamente. Los aumentos masivos, la persistente recesión en los sectores productivos, la contracción del consumo, el salto en más de diez puntos de la pobreza y la duplicación de la indigencia están limando la credibilidad de este gobierno.
Se está entrando en el noveno mes de gobierno. La única realidad tangible es el ajuste, el sacrificio y la creciente represión a la protesta social. Todavía el gobierno conserva el apoyo de más de un 40% de la población. No dispone de un partido de alcance nacional, no cuenta con una militancia organizada que se despliegue en el territorio y que sea diferente al ejército de soldaditos digitales (trolls) que secundan al presidente en las plataformas.
Una pregunta insoslayable es: ¿hasta cuándo aguantará la gente el ajuste? Es evidente que cada vez son más los desencantados con las falsas promesas.
La otra pregunta es cuándo y cómo la política con compromiso nacional que busca representar los intereses del pueblo va a reaccionar para ponerle un freno al atropello sistemático a los derechos de la gente. El aprendizaje de una nueva alternativa significa no ignorar que existieron elementos objetivos y reales que explican el porqué del advenimiento de Milei.
En un sentido completamente inverso a la propuesta y a la práctica del anarcocapitalismo, surge la necesidad objetiva de construir en forma sensata una alternativa democrática, representativa de los mejores intereses nacionales, fundada esencialmente en alinear las mejores energías de la patria para erradicar la pobreza y la exclusión, que son los mayores enemigos a derrotar.
Gabriel Vidart es sociólogo. Entre otros cargos, a nivel nacional e internacional, fue director adjunto del proyecto Combate a la Pobreza en América Latina y el Caribe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (1984-1986) y fundador y secretario ejecutivo del Plan CAIF, Uruguay (1988-1990).