Cuando Quentin Tarantino eligió la pequeña ciudad de Sebnitz, en el este de Alemania, para una escena de Bastardos sin gloria, probablemente se sintió atraído por su hermoso paisaje, no por la presencia de nazis reales. Sin embargo, en la carretera que lleva a Sebnitz, a través de Sajonia, se alza en un patio trasero un mástil de varios metros de altura con la bandera negra, blanca y roja del Segundo Reich. Aunque en general no está prohibido izar esta bandera, hoy en día es una de las formas más flagrantes de expresar nostalgia por el régimen nazi.
Sebnitz, una ciudad sajona de unos 90.500 habitantes, es la típica comunidad oriental en varios aspectos. Uno de ellos es que casi la mitad de los votantes con derecho a voto apoyaron a la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) en las elecciones estatales del domingo 8 de setiembre. Los resultados de la AfD tanto en Sajonia como en Turingia (también en la antigua Alemania del Este) fueron además notables en la medida en que sus respectivas asociaciones estatales de la AfD se consideran especialmente radicales. La agencia de inteligencia nacional alemana, la Verfassungsschutz, ha etiquetado la AfD de Sajonia, utilizando una expresión claramente alemana, como “extrema derecha verificada”.
En la contienda de Turingia, la AfD encabezó por primera vez unas elecciones estatales, con algo más del 30% de apoyo. En Sajonia, la AfD volvió a ser la segunda fuerza, pero su distancia respecto a los conservadores de la Unión Cristianodemócrata (CDU), dominantes desde hace tiempo, se redujo significativamente. Por su parte, el partido de izquierda Die Linke cayó al 13% en Turingia y al 6% en Sajonia.
Nada de esto era inesperado. A principios de verano, los miembros de Die Linke se reunieron en Sebnitz para preparar la próxima campaña. “Queremos estar presentes en la región, y no podemos conseguirlo si sólo organizamos actos en las grandes ciudades”, dice Susanne Schaper, una de las dos líderes de la sección sajona. Los sondeos ya apuntaban a un auge masivo de la extrema derecha.
“Algunos se resignan a que pronto no haya nada de izquierda en la política, sólo derecha y extrema derecha”, prosigue Schaper. La reputación de Die Linke, que llegó a ser una fuerza fuerte en la Alemania del Este postsocialista, cambió drásticamente en la última década. En gran parte de las zonas rurales del este de Alemania, Die Linke no sólo es impopular, sino también odiada, al igual que los verdes o los socialdemócratas. “He sufrido 22 ataques en mi oficina desde 2014”, dice Schaper, aparentemente imperturbable.
Como gran parte del antiguo Este, Sebnitz devino poco a poco de refugio político a territorio hostil para la izquierda. Bajo el sistema económico socialista de la antigua República Democrática Alemana (RDA), la ciudad era conocida por su fábrica de flores artificiales. Tras la caída del Muro de Berlín, muchas empresas que antes prosperaban no estuvieron preparadas para una nueva realidad económica llamada capitalismo. Se vendieron a bajo precio a compradores occidentales o se vieron obligadas a cerrar debido a la presión económica. Actualmente, aunque todavía conserva cierto encanto, gran parte de Sebnitz está degradada. Como en muchos países del Este, la población de Sebnitz envejece, tiene unos ingresos relativamente bajos y se inclina políticamente hacia la derecha. En la circunscripción donde se encuentra, la AfD obtuvo un 45% de apoyo.
Estos resultados electorales son históricos en muchos sentidos: por primera vez desde la caída del nazismo un partido de extrema derecha es la mayor fuerza en un estado alemán, incluso cuando la participación electoral en los estados del este nunca ha sido tan alta. Pero es importante entender el éxito de la AfD como la culminación de los acontecimientos de la última década.
Las raíces de la extrema derecha
Los partidos de extrema derecha existen en Alemania desde la década de 1990, al igual que los grupos neonazis apartidistas. Sin embargo, con la aparición de la AfD, la extrema derecha alemana adoptó una forma más estratégica. Fundada en 2013, inicialmente se posicionó como principalmente euroescéptica, adoptando gradualmente algunos de sus rasgos definitorios actuales: islamofobia, negación del cambio climático y políticas laborales y sociales neoliberales.
En el este de Alemania, donde movimientos no partidistas como Pegida (“Europeos patrióticos contra la islamización de Occidente”) sentaron las bases de la retórica antirrefugiados, los derechistas se centraron rápidamente en la migración. Aunque el este de Alemania tiene una tasa de migración mucho menor que los estados occidentales, este posicionamiento resonó con fuerza. La política de fronteras abiertas de la excanciller Angela Merkel durante la crisis europea de refugiados de 2015-2016 provocó un gran resentimiento entre muchos ciudadanos de la región.
En 2015, durante una visita a un centro de refugiados en la ciudad sajona de Heidenau, Merkel fue recibida por manifestantes que la denunciaron como “traidora al pueblo”. Las acciones y los sentimientos contra los refugiados siguieron aumentando en Alemania, culminando en más de 1.000 ataques registrados por la Policía contra albergues de refugiados en 2015. Los políticos de AfD capitalizaron este clima, y la actual portavoz federal, Alice Weidel, pidió en 2017 que Merkel fuera “llevada ante un tribunal adecuado”, cuando esta aún era canciller.
En los últimos años, los miembros más moderados de la AfD han ido abandonando el partido, abriendo paso a figuras más radicales: el líder extremista Björn Höcke, presidente del grupo parlamentario de Turingia, supo aprovechar los malos recuerdos de los orientales sobre el socialismo de Estado para su campaña electoral. A principios de año, publicó en X una pregunta: “¿Por qué el estado actual del país me recuerda cada vez más a la RDA?”, en respuesta a un político de Die Linke que tachó a la AfD de “fascista”.
La AfD ha utilizado incluso eslóganes de campaña que prometen a los votantes una segunda “Wende”, en alusión a la revolución pacífica que condujo a la reunificación alemana en 1989. Incluso dentro de su propio partido de derecha, Höcke es considerado extremista, con posturas que van desde celebrar el Segundo Imperio Alemán y pedir el fin de la memoria del Holocausto hasta hacer retroceder a personas “culturalmente ajenas” “hasta el Bósforo”. En su estado también es extremadamente popular: desde que fue elegido líder del grupo parlamentario de la AfD en Turingia en 2014, el partido ha más que triplicado su porcentaje de votos.
Höcke, nacido en Alemania Occidental, no vivió ni un día en la RDA. Sin embargo, su estrategia ha resultado eficaz: aunque la AfD ha encontrado el éxito en partes de Alemania Occidental, es más fuerte en los antiguos estados socialistas. Los populistas de derecha lograron venderse como un nuevo partido de protesta, lo que restó votos a la izquierda mucho antes de las recientes elecciones. Sin embargo, la AfD sigue obteniendo los mayores beneficios entre los muchos ciudadanos del Este que llevan años sin votar, o que nunca han votado.
Retrocesos de Die Linke
Schaper, militante de Die Linke, es consciente de la pérdida de imagen de su partido en el Este: “Tenemos que dejarnos de tonterías como ‘prohibir los deberes’ o ‘poner freno a los precios de los kebabs’”, dice Schaper en alusión a algunas propuestas de sus compañeros de partido. “Bodo Ramelow (su colega de Die Linke), por ejemplo, propuso la creación de una asociación estatal de vivienda en Turingia para hacer posible la vivienda asequible. Son medidas a las que un izquierdista puede sacar mucho provecho”.
Ramelow, que gobernó Turingia en varias coaliciones durante los últimos diez años, fue el primer miembro de Die Linke en ser primer ministro en un estado federal. Pero 16 años de políticas neoliberales de austeridad durante la era Merkel tampoco dejaron indemne al este. Al mismo tiempo, las importantes reivindicaciones de la izquierda se han visto en gran medida ahogadas por una guerra cultural de insurgentes populistas tanto de izquierda como de derecha.
La antigua líder del grupo parlamentario Die Linke, Sahra Wagenknecht, fundó su propio partido a principios de 2024. Al enmarcar algunas posiciones de la AfD –como el euroescepticismo y las restricciones migratorias– en un contexto de izquierda, el “Bündnis Sahra Wageknecht” (BSW) captó de inmediato el 11% de los votos en Sajonia y el 15% en Turingia, en gran medida extrayendo votos del “viejo” Partido de Izquierda. Sobre una posible colaboración futura con la AfD, Wagenknecht respondió de forma bastante ambigua: “Si la AfD dice que el cielo es azul, BSW no dirá que es verde”.
Tanto la AfD como BSW se basan en la impresión de que Die Linke ha perdido su feeling con la clase trabajadora. Mientras que la AfD se presenta como un partido que protege a sus votantes de medidas “verde-izquierdistas” como la expansión de la energía eólica y la prohibición prevista de los motores de combustión, BSW se posiciona contra la supuesta “política identitaria” de Die Linke, como el lenguaje inclusivo de género. Schaper sostiene que la acusación es exagerada: “Durante la última legislatura presentamos 600 propuestas, ninguna de las cuales abordaba la cuestión del lenguaje inclusivo de género”.
En Sajonia, los conservadores podrían verse ahora obligados a formar una coalición en la que participen los populistas de izquierda de Wagenknecht, mientras que en Turingia la forma del próximo gobierno sigue siendo totalmente incierta.
Parece que ningún partido –progresista o conservador– está dispuesto a formar coalición con la extrema derecha. La CDU, conservadora y cristiana, se autoproclama “cortafuegos” contra la AfD, descartando firmemente cualquier coalición. Sin embargo, ya hay algunas grietas en el “cortafuegos”: el año pasado, los democristianos de la oposición de Turingia aprobaron un proyecto de ley sobre el impuesto de transmisiones patrimoniales, una victoria que sólo fue posible gracias a los votos de la AfD. Según las encuestas entre los miembros del partido democristiano, la mayoría no descarta del todo la cooperación con la AfD en el este.
Gráficos recientes que analizan las elecciones estatales en Sajonia y Turingia muestran una mayoría de distritos electorales coloreados de azul AfD, con excepciones principalmente en las ciudades más grandes. Leipzig, una de las pocas ciudades del este de Alemania donde la población crece en lugar de disminuir, destaca por su afluencia de nuevos residentes, su vibrante escena cultural y su imagen progresista. La ciudad parece ahora aún más una isla exótica en el paisaje cada vez más azul de la AfD.
Ataques
El giro a la derecha en gran parte del este de Alemania también ha envalentonado a otras fuerzas de extrema derecha. Apenas unas semanas antes de las recientes elecciones estatales, un gran número de neonazis protestaron contra los actos del Orgullo en el este de Alemania. Aunque siempre ha habido grupos neonazis activos en Alemania, últimamente han aumentado notablemente en número y se han hecho más populares, especialmente entre algunos grupos de jóvenes. Esto coincide con el dato de que la AfD obtuvo la puntuación más alta entre los votantes de entre 18 y 24 años. Los ataques se dirigen sobre todo contra políticos y migrantes: según las estadísticas policiales, el número de delitos por motivos políticos en Alemania aumentó bruscamente en 2023, especialmente debido a los ataques de la derecha contra refugiados y centros de acogida para solicitantes de asilo.
A finales de setiembre se celebrarán otras elecciones estatales en la antigua Alemania del Este, esta vez en Brandeburgo, donde el socialdemócrata Dietmar Woidke está en el poder desde 2013. En un acto reciente con el canciller Olaf Scholz, Woidke dijo sobre la AfD: “Esta gente no es una alternativa, sino la ruina para nuestro Estado federal y para toda Alemania. Nunca deben tener ni un milímetro de poder”. Pero las últimas encuestas sugieren que la AfD también podría convertirse allí en la fuerza más fuerte.
Una versión más extensa de este artículo se publicó originalmente en Jacobin. Traducción: Florencia Oroz.