La objeción hecha por un lector a la expresión “mujeres trans” -usada por Marcelo Jelen en una nota de opinión publicada el 28 de setiembre- nos obliga a intervenir, una vez más, en un territorio no delimitado por normas claramente establecidas.
En su mensaje, Juan José Castillos afirma entender que “a los transexuales operados se les llame mujeres a pesar de retener características masculinas y haber nacido hombres” (o al revés), pero opina que “a los hombres que sólo tienen el sentimiento de ser o mostrarse como mujeres, llamarlos mujeres es un engaño al lector”. En nombre de esa convicción, Castillos solicita a la defensoría que “defienda el derecho de los lectores a continuar recibiendo información correcta y ajustada a la realidad”.
La carta de Castillos fue respondida por Marcelo Pereira, quien sostiene que, aunque la diaria no ha fijado una posición institucional sobre el asunto, su opinión personal es que el término más indicado podría ser “personas trans”, señalando “si es necesario cuáles son el sexo y la identidad de género en conflicto”. Sin embargo, Pereira aclara, en la respuesta enviada a Castillos, que en una nota de opinión lo que corresponde es respetar la expresión elegida por quien firma el texto.
la diaria, efectivamente, no tiene una posición institucional sobre el modo de nombrar a las personas trans. Sin embargo, como comentó la periodista Lourdes Rodríguez en un intercambio sobre este asunto, “los periodistas estamos todo el tiempo decidiendo cómo decir lo que tenemos que decir: de qué manera se comunica o se informa mejor, qué palabras usar, qué palabras no usar y así. A veces, como en este caso, la decisión en el uso de un término se hace más visible y por ende más pasible de ser cuestionada. Durante el proceso de redacción tomamos constantemente decisiones políticas para nombrar o categorizar, aunque esas decisiones sean, la mayor parte de las veces, en apariencia neutras”.
Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), el término “transgenerismo” (personas trans) incluye tanto a la subcategoría transexualidad como al travestismo, así como a otras variaciones, y es utilizado para describir las variantes de la identidad de género cuyo denominador común es “la no conformidad entre el sexo biológico de la persona y la identidad de género que ha sido tradicionalmente asignada a éste”. Así, la expresión trans es preferible, por ser más abarcativa, que transexual o travesti, independientemente de la intervención de operaciones quirúrgicas o tratamientos médicos. Pero además aclara la CIDH que existe “un cierto consenso” para referirse a las personas trans como “mujeres trans” cuando el sexo biológico es de hombre y la identidad de género es femenina, y viceversa.
En el caso de la objeción hecha por Castillos, el cuestionamiento está precisamente en el uso del sustantivo “mujeres” para referirse a hombres (en cuanto a su sexo biológico) cuya identidad de género es femenina, y es en esa elección lingüística que radica el aspecto político de la palabra. Es interesante hacer notar que Castillos considera que hablar de “mujeres trans” constituye “un acto de genuflexión ante minorías estridentes”, lo que hace suponer que el lector no está ajeno a la discusión política en torno a este asunto, ni a la presión que las comunidades trans han venido ejerciendo sobre la opinión pública en reclamo de ser identificadas de acuerdo con la identidad de género que sus integrantes reconocen como propia en cada caso.
Por eso, cuando un periodista o un medio de comunicación elige respetar ese reclamo y referirse a las personas en los mismos términos en que éstas se refieren a sí mismas, lo que está haciendo no es ceder de forma genuflexa ante un grupo de presión, sino tomar posición política en relación con ese debate.
En la nota de opinión del 28 de setiembre, Marcelo Jelen no se limitó a dar cuenta de los asesinatos de varias personas, sino que dio su opinión acerca de la relación directa entre las muertes y la condición de género de las víctimas. Habló de transfobia, y a lo largo de todo el texto se refirió a las personas asesinadas como mujeres. Habló de su exposición, de su vulnerabilidad y sobre todo habló de la escasa preocupación que la Policía parecía mostrar por su seguridad.
Además de la obvia toma de posición del columnista en torno al tema, sostenida, como siempre en estos casos, por su firma, es importante hacer notar que ninguna confusión podría desprenderse de un texto tan explícito, en el que en ningún momento se ocultaba a qué se dedicaban las víctimas ni se hacía misterio alguno en torno a su naturaleza.
Personalmente (y debo dar mi opinión personal porque, como aclaré al principio, no hay marco ético ni estilístico al que recurrir en este caso), encuentro obvio que sea considerada mujer cualquier persona que viva como mujer y se reconozca a sí misma como tal. A los efectos de la información periodística, sin embargo, muchas veces los detalles pesan. Cuando un colectivo está siendo víctima de persecución o de ataques, el detalle que individualiza a sus integrantes se vuelve relevante para entender la situación. En el caso de las cinco muertes, la condición trans era, en opinión del columnista, la causa probable de muerte violenta. Se podrá objetar que no sólo las mujeres trans han sido asesinadas violentamente en episodios rara vez aclarados, sino que lo mismo ha ocurrido con prostitutas cuyo sexo biológico e identidad de género eran coincidentes. O que muchas (demasiadas) mujeres mueren, un día sí y otro también, a manos de sus parejas o ex parejas. Y que la violencia que cae sobre las mujeres excede ampliamente los bordes impuestos por los adjetivos que puedan adosarse al sustantivo “mujer”. Pero no se puede pasar por alto, en nombre de la precisión lingüística, el hecho de que las personas trans existen, ni que algunas viven como mujeres mientras que otras viven como hombres, ni que reconocer esa voluntad identitaria es una forma elemental del respeto.
Personalmente creo que viviremos en un mejor mundo cuando no sea necesario hablar de “mujeres trans” salvo en la consulta médica.