¿Cuánto debe decir un periodista, además de los hechos puros? ¿Es posible hablar de “hechos puros”? ¿Necesitan los lectores que se les expliciten todas las aristas de un asunto en una nota periodística? Por distintas puertas estas preguntas se han venido colando en el buzón de la defensoría en los últimos días. Primero fue por una nota publicada el martes 13 de noviembre (“Importa la solución”, página 10, Economía, firmada por Virginia Recagno) que daba cuenta de la disertación del economista argentino Carlos Melconian en un evento organizado por la Cámara Inmobiliaria Uruguaya.
Un lector manifestó su disconformidad con el modo en que en la nota se recogían las palabras de Melconian sin hacer mención de que se trata de “un referente de un partido opositor y de un profesional destacado del establishment neoliberal argentino”, y con la expresión “gobierno K” usada para referirse al gobierno de la vecina orilla. El lector se pregunta si esa forma de referirse al gobierno argentino no es peyorativa o irrespetuosa, teniendo en cuenta que se trata de un gobierno elegido por más de 50% del electorado.
A la última pregunta, el editor de Economía, Andrés Prieto, respondió que la expresión sí puede ser usada “por ciertos sectores de manera despectiva” pero aclaró que “no fue nuestra intención en absoluto”. Y efectivamente, hay sectores de la sociedad argentina que se reconocen a sí mismos como partidarios del “gobierno K”, de forma tal que terminan por apropiarse de la expresión y dotarla del espesor y la contundencia de una marca o una bandera. Por otra parte, usada en una publicación uruguaya, que no toma partido a favor ni en contra de la conducción política argentina, podría decirse que la fórmula “los K” o “gobierno K” es apenas un modo potente, pero no calificativo, de mentar al gobierno del país vecino.
En cuanto a la pertinencia de aclarar que Melconian es un economista de corte neoliberal, el editor de Economía respondió que a su entender no es tarea de los periodistas ubicar en el espectro ideológico al protagonista de una noticia, y aclaró que “es muy difícil consensuar” quién es neoliberal, o marxista, o keynesiano.
Y acá es que no coincido completamente con la posición del editor. Entiendo que no sea obligación del periodista o de la publicación dar cuenta de la ubicación de un entrevistado o un personaje en el espectro ideológico, pero admito que los lectores pueden reclamar que se les brinde esa información cuando se trata, como en este caso, de una figura que no es demasiado conocida en nuestro país, excepto para los que están en el tema. Por otra parte, es difícil creer que la orientación ideológica (a grandes rasgos) de un economista no surja de la posición que defiende en una disertación como la reseñada, sobre todo teniendo en cuenta que en la nota se hace referencia a los “ejes neokeynesianos” que el gobierno propone, para criticarlos. Tal vez no habría estado de más aclarar que la alternativa a la propuesta neokeynesiana del gobierno argentino defendida por Melconian surge, como el lector afirma, de una postura neoliberal.
Y aclaraciones pedía también, a su modo, un lector que escribió para señalar su molestia con una reseña literaria publicada el lunes 19 de noviembre (“Otro nombre para la rosa”, página 7, Cultura, firmada por Pablo Dobrinin). Según el lector, el hecho de que el autor de la reseña y el autor del libro reseñado sean amigos (algo que, ciertamente, la nota no aclara, pero el lector sabe) tiñe de sospecha el tono elogioso de la nota. Según el lector, el texto de Dobrinin es “otra gacetilla comercial disfrazada de reseña literaria”, y me escribe para advertirme acerca de esta práctica deshonesta, a su juicio, por parte del autor del libro.
La primera aclaración que sobre este asunto hacen los editores de Cultura, José Gabriel Lagos y Gonzalo Curbelo, es que la decisión de dar a un crítico un libro para comentar no es del autor del libro (aunque el autor del libro sea colaborador regular de la diaria y de la sección Cultura) sino de los editores, y que en este caso se le dio el libro a Dobrinin porque es un escritor de ciencia-ficción, y el libro a reseñar puede inscribirse en ese género. La segunda aclaración es que tanto el título de la nota (que remite a Umberto Eco y El nombre de la rosa) como la “bajada” (Ciencia-ficción rioplatense) no son de autoría de Dobrinin sino del editor Lagos. Lo de “rioplatense”, que el lector impugna, no buscaba darle al autor del libro una proyección internacional sino resumir, de algún modo, el hecho de que se trata de una edición argentina de un autor uruguayo. Hechas esas dos aclaraciones, el resto de las diferencias entre la opinión del lector y la de Dobrinin sobre la obra de Sanchiz no vienen al caso, puesto que cualquier lector tiene el mismo derecho a discrepar con una crítica que un crítico tiene a elogiar o defenestrar una obra. Para el caso, la nota de Dobrinin no es meramente elogiosa, sino que da una serie de claves de lectura con las que se puede concordar o no, pero que no son ni infundadas ni caprichosas.
Lo que sí vale la pena es observar que cada vez es más difícil que un crítico no conozca, personal o virtualmente, a un artista al que tiene que reseñar, sobre todo si ambos residen en el mismo país. Que sean amigos o enemigos, que sean apenas conocidos o que habiten mundos que no se cruzan jamás entre sí no debería pesar a la hora del análisis y la evaluación de la obra, y está lleno de buenos críticos que comentan libros de autores a los que están unidos por vínculos de amistad o camaradería, lo que no necesariamente implica que se hagan mutuas reverencias. Claro que esto último también existe, pero felizmente no es la práctica más habitual en nuestro pequeño mundillo literario, y si lo fuera no habría cómo ocultarlo, porque como decía un aviso de gaseosa, acá nos conocemos todos.
Por último, no todos los periódicos tienen el mismo criterio a la hora de publicar noticias o críticas sobre lo que hacen sus colaboradores. En la diaria se maneja el criterio de no “proscribir” a un autor por el hecho de ser parte del equipo, aunque ambos editores de Cultura son considerablemente discretos a la hora de informar sobre sus propios trabajos artísticos (tanto Lagos como Curbelo son músicos). En cuanto a qué colaborador es el más indicado para ocuparse de cada obra, es algo que se decide según los mismos criterios, tanto si el artista a reseñar es “de la casa” como si no: competencia del crítico, afinidad con el tema, disponibilidad, etcétera. Y sí, en la diaria, como en todas las publicaciones, hay preferencias estéticas. Es probable que haya sectores de la actividad cultural que no pasen demasiado por las páginas de Cultura de esta publicación, y que otros, en cambio, aparezcan recurrentemente. Pero eso forma parte del estilo de este periódico como del de cualquier otro, y los lectores siempre pueden reclamar por lo que falta y disfrutar de lo que aparece. Hasta la próxima.