La Reforma, de la que celebramos 500 años, se inició con las 95 tesis de Lutero, quien desde su rol pastoral veía cómo la gente pobre, movida por el temor, malgastaba su dinero comprando indulgencias para escapar, ellos o sus deudos, de los tormentos del purgatorio. Partió, por lo tanto, de la reacción ante la explotación de los más frágiles, y del cuestionamiento a la institución iglesia.

Pero no se limitó a criticar esta práctica de venta de la “salvación”, sino que cuestionó el modelo de ser iglesia y desafió a los líderes políticos a retomar el espacio de poder que la iglesia había ido apropiándose. El “poder de la espada”, como le llamaba Lutero, corresponde a los reyes y gobernantes, y, por ende, todos los ciudadanos, incluida la iglesia, deben reconocerlo y obedecerlo. Esta última tiene un mandato diferente: ha sido llamada a ejercer el “poder de la Palabra”, la proclamación del Evangelio, en palabras y obras. Esta diferencia entre ambos poderes nos lleva a su doctrina de los dos regímenes. Poder interpretar esta doctrina, en un contexto político y social distinto del de Lutero, es vivir el legado de la Reforma.

En primer lugar, hay que considerar que Lutero sostiene que ambos regímenes están sujetos a la voluntad de Dios; por eso, lo importante no es separar, sino discernir. Evidentemente, esta doctrina se aplica en forma diferente hoy en día, puesto que la iglesia representa sólo un sector de la sociedad, muchas veces pequeño, y los líderes políticos no consideran que su posición haya sido ordenada por Dios, sino que, por el contrario, tanto su poder como su mandato son regulados por procedimientos seculares.

Esta doctrina sentó los principios del Estado laico y nos permite navegar entre Escila y Caribdis de las peligrosas relaciones entre iglesia y poder. En los tiempos de Lutero, el problema era el escandaloso poder político y económico acumulado por la iglesia; el otro extremo (dos regímenes estancos) fue la postura sostenida por los teólogos del nazismo, para quienes el gobierno secular debía actuar de acuerdo con sus propias leyes y ser reconocido como el orden social establecido por Dios, por lo tanto, debía ser obedecido, y se podía ser buen nazi y buen cristiano.

En tiempos más recientes, algunos sectores del fundamentalismo cristiano proponen volver a una comprensión medieval del vínculo entre los dos regímenes. Planteando desde púlpitos, medios de comunicación o bancadas parlamentarias que su particular comprensión de las Escrituras debe ser la regla que rija las leyes que regulan la convivencia social, olvidando que el Estado legisla para el bienestar del prójimo y no para agradar a Dios.

La doctrina de los dos regímenes no implica un desentendimiento de lo secular, pues para Lutero el “poder de la Palabra” no es un retiro del mundo, sino lo contrario. Se puede ver que sus preocupaciones en prédicas y escritos no se limitaban a asuntos espirituales, sino que muchas veces estaban relacionados con la política y la economía. Defendía la creación de escuelas para todos los niños, así como servicios para los pobres y desamparados, y cuestionaba duramente la práctica de la usura, a la que declaraba inmoral.

La Federación Luterana Mundial hoy se ha hecho eco de este legado de reforma constante y preocupación ética por el bien común y los sectores más excluidos trabajando junto a otros actores: la deuda externa y la deuda ecológica, el acompañamiento a personas que viven con VIH, el trabajo con migrantes y refugiados. Asimismo, las iglesias luteranas en muchos países siguen desafiando esquemas excluyentes, y han sido de las primeras en incluir en el ministerio pastoral a personas LGTBQ y celebrar bodas religiosas entre personas del mismo sexo.

Es interesante señalar que estudiosos de las ciencias sociales han establecido un vínculo explicativo entre el desarrollo de los estados de bienestar social universal y el avance legislativo en temas vinculados a las libertades individuales, en razón de la matriz cultural y religiosa luterana, que es la predominante en los países escandinavos.

Quizás allí el espíritu de la reforma está más claro, donde la iglesia es un signo de apertura e inclusión y se presenta el evangelio de la gracia de la salvación, que es para todos y es gratis.

Octavio Burgoa | Pastor luterano.