Nuestra inquietud sobre la agroecología surge de la vida cotidiana: cómo alimentarnos nosotras y a nuestras familias con comida saludable producida con justicia social. Nos preocupa el riesgo a la salud del uso de plaguicidas en la agricultura nacional, en particular de hortalizas y frutas que constituyen la base de una alimentación sana y dan empleo a gran parte de quienes trabajan la tierra en nuestro país. Nos preocupan también la magra discusión pública sobre el asunto y la invisibilización del tema como forma de mantener un sistema productivo que destruye y nos enferma. Si la producción tiene que estar ligada al mantenimiento de la vida y el bienestar de las personas, ¿por qué se producen alimentos utilizando plaguicidas que afectan la salud de los trabajadores que los producen, de las poblaciones a los alrededores de los predios y de quienes los consumimos?
Desde la perspectiva de los consumidores, existe la necesidad de promover una agricultura que permita satisfacer las necesidades humanas de alimentos sanos y nutritivos con criterios de equidad. Es por eso que debemos distinguir entre modelos de producción socialmente necesarios y socialmente indeseables. El modelo de producción dominante de hortalizas, frutas y verduras, así como de los productos de origen animal, no considera los impactos ambientales, sociales ni la calidad nutritiva de los alimentos. Como consumidores buscamos una transición hacia un modelo alternativo que nos permita tener acceso a alimentos de calidad obtenidos en condiciones respetuosas tanto de los trabajadores como del ambiente. La agroecología nos ofrece una manera de concebir la relación con el ambiente y nuestro derecho a la alimentación que integra no sólo factores sociosanitarios sino también económicos, culturales y políticos.
Los beneficios de una alternativa agroecológica se pueden evaluar utilizando varios parámetros que nos permiten compararla con el modelo dominante. La composición nutritiva y la inocuidad de los alimentos es algo que diferencia las formas de producción agroecológicas de las convencionales; el alimento producido agroecológicamente es más nutritivo y más sano. Por ejemplo, estudios sobre la calidad de alimentos han encontrado que una espinaca orgánica contiene 52% más de vitamina C que una convencional y los huevos agroecológicos tienen 2,6% más proteínas (Raigón, 2009). La composición nutricional de los alimentos de origen animal se ve afectada por la situación en la que viven (libres versus hacinados en jaulas pequeñas) y lo que comen (pastos naturales versus raciones basadas en granos con antibióticos). En el caso de los alimentos agrícolas, su composición nutricional se ve disminuida por el uso de herbicidas y fertilizantes artificiales. La calidad de estos alimentos se ve afectada por prácticas de producción que favorecen el uso de plaguicidas, además de impactar negativamente en la salud tanto de las personas como del entorno donde se plantan. Los cauces de agua aledaños a las zonas donde se usan agrotóxicos registran mayores niveles de contaminación porque reciben más nutrientes, que afectan nuestras fuentes de agua potable.
Otro aspecto que distingue la producción agroecológica de la convencional se relaciona con las condiciones laborales de los trabajadores y sus familias involucradas en esa producción, así como con el cuidado del ambiente. El modelo de producción convencional ha sido asociado con impactos negativos en la salud de los trabajadores, sobre todo por la utilización de agrotóxicos. Este impacto negativo en la salud de quienes trabajan la tierra no se da en la agroecología, y a su vez, este modelo alternativo crea más fuentes de trabajo porque requiere laboreo de conservación. La producción agroecológica ayuda a mantener comunidades rurales creando redes entre los productores familiares y pequeños productores. Estos aspectos son importantes para quienes nos consideramos consumidores responsables, ya que podemos contribuir a generar situaciones laborales socialmente más justas mediante nuestra participación en el ciclo comercial.
Por otro lado, en el modelo agroecológico la relación comercial se transforma, ofreciendo la posibilidad de una transacción sin intermediarios. De esta manera, se crean posibilidades de desarrollar una economía solidaria. Al mismo tiempo, este tipo de relaciones generan circuitos cortos de intercambio que permiten consumir alimentos frescos, porque el período entre la cosecha y la venta disminuye, lo que mejora también la calidad del alimento que llega a la mesa. Este tipo de comercio tiene también un impacto positivo desde el punto de vista ambiental, ya que reduce las emisiones de CO2 que se producen al transportar alimentos a grandes distancias. Además, la cercanía con los productores permite establecer vínculos sociales y una comunicación fluida que acerca a quienes vivimos en las ciudades y en las zonas rurales. Como consumidores, este tipo de relación nos puede brindar más información sobre nuestros alimentos y nos permite tener cierta incidencia sobre el proceso de producción para que sea socialmente más justo.
¿Cómo podemos garantizar que todos tengamos acceso a este tipo de alimentos agroecológicos? Para hacer de la agroecología una alternativa más accesible desde el punto de vista económico y más disponible en el mercado se necesita desarrollar políticas públicas que apoyen a los productores que trabajan de forma agroecológica, al mismo tiempo que se ofrecen incentivos para motivar que más productores hagan una transición a este modelo. Hoy, aunque existe una creciente demanda de alimentos agroecológicos, no podemos conseguirlos. Como consumidores, tenemos pocas opciones para acceder a alimentos agroecológicos: ser miembros de cooperativas de compra directa a los productores, tener una huerta en casa, participar en una huerta comunitaria o comprar en las pocas ferias donde participan. Se necesita garantizar que este tipo de alimentos, además de estar disponibles, sean económicamente accesibles, ya que en muchos casos son más caros y eso determina que no todos podamos comprarlos.
Hace muchos años que la Red de Agroecología, integrada por productores, consumidores e investigadores, ha desarrollado conocimiento y puesto en práctica este modelo alternativo en Uruguay. Para que este tipo de modelo pueda expandirse y continuar se necesitan políticas públicas que destinen fondos y tomen acciones para promover este modelo. La aprobación del Plan Nacional de Agroecología será un primer paso en este camino hacia alcanzar nuestro derecho a la alimentación. Por medio de incentivos fiscales, capacitación en el tema y garantizando compras del Estado (como en comedores de escuelas y hospitales públicos) se puede promover que más productores puedan hacer una transición hacia la agroecología sin arriesgar su situación económica. Estas políticas contribuirán a conseguir soberanía y seguridad alimentaria para la población y, con esto, indudablemente, habrá una mejora notoria en la calidad de vida de todos y todas.
Mariana Achugar y Amparo Fernández Guerra son integrantes del Círculo Verde de Casa Grande.