Cuando alguien afirma que los profesores uruguayos no queremos cambiar la cabeza por algo nuevo, pareciera que fuera fácil cambiar la cabeza con respecto a algo –la educación– que tiene siglos de tradición, de creencias, de mitos. Es muy fácil, desde un sillón de escritorio, preguntarse hasta cuándo vamos a estar así. Mi óptica difiere radicalmente de lo expuesto por la profesora Celsa Puente en su artículo de la diaria. Veo las cosas desde mi experiencia en un salón de clases, en el que ingresé como docente en 1983 y sigo hasta hoy, por muy pocos años más. Porque la cuestión en educación no se trata únicamente de, como la profesora Puente lo indica, “cambiar la cabeza”. Si fuera tan fácil, el mundo no estaría como está. Si la educación estuviera funcionando bien no existirían las guerras fratricidas como la de Yemen, en la que han muerto, según reportes de organizaciones que trabajan en el país, cerca de 85.000 niños, por ejemplo. Tampoco habría presidentes como Donald Trump liderando a la primera potencia mundial. No haría más de seis años que los niños no van a la escuela en Siria.

No sólo se trata de cambiar la cabeza de los educadores, sino de que los educadores ayuden a cambiar la cabeza del mundo. Para ilustrar esto voy a compartir un texto que escribió un alumno de cuarto año de un liceo de Montevideo cuando le pedí que hiciera una evaluación de su trabajo durante el año lectivo. Mediante esta preciosa radiografía se puede ver lo difícil que es lograr tener éxito con la educación mientras la sociedad padece de serios problemas de todo tipo, de salud, financieros, etcétera. Aquí va la carta:

“Bueno, en mi caso lo que me afecta mucho es la conducta, porque siempre estoy nervioso, gritando. Yo qué sé, de todo un poco, pero esto se debe a problemas y circunstancias que he pasado como con la enfermedad de mi madre que es muy complicada, que los médicos ya le dijeron que no se puede hacer nada, más depende de lo que aguante ella. Bueno, y por eso nos tuvimos que criar con mis hermanos y abuelos o muchas veces solos porque mi madre pasa internada y mi padre está todo el día trabajando para poder más que nada pagar los remedios y otras cosas, y bueno, creo que es por eso que soy como soy y que me cuesta capaz un poco más el liceo. Y yo en el liceo como quien dice es una forma que tengo de más o menos olvidarme de lo que pasa. Y también creo que soy así porque mis padres no tuvieron la posibilidad de darme el cariño que uno precisa, el apoyo, y todas las cosas que uno sabe que [se precisan] a lo largo de su crecimiento, y yo no digo que mis padres no me lo dieron por malos padres, todo lo contrario, es que mi madre toda la vida en un hospital mal no lo iba a poder dar y mi padre casi nunca lo veíamos con mis hermanos porque estaba trabajando o con mi madre y bueno así nos fuimos criando con un poco de todo.

Y bueno creo que por eso he desperdiciado el liceo.

[...]

Y lo mío es complicado aunque la gente me apoya, es complicado salir adelante con muchos golpes y caídas, y por eso cada año de liceo es que me cuesta tanto, y me cuesta cambiar pero creo que día a día lo voy haciendo un poquito gracias a la gente que me quiere”. Firmado: “D (cuarto año)”.

Cuando uno lee esto y lo multiplica por los miles de alumnos que tienen estos y otros problemas, se siente molesto cuando alguien, desde la superficialidad del análisis, llega a afirmar que los profesores no queremos cambiar la cabeza.

Educar es quizá una de las tareas más difíciles que se le pueda encomendar a una persona, porque implica lograr que el educando mejore su percepción de la realidad para darse cuenta de aquello que dijo Angela Davis: “No voy a seguir aceptando las cosas que no puedo cambiar. Voy a cambiar las cosas que no puedo aceptar”.

Me parece que sugerir que los docentes nos negamos a efectuar los cambios necesarios para educar mejor es minimizar la enorme dificultad que implica esa tarea y, en cierto sentido, faltarles el respeto a miles de docentes que dejan la vida en el aula para lograr un país y una vida mejores. Juzgar a una enorme cantidad de gente que hace lo imposible por dar lo mejor de sí en el salón de clase y con los jóvenes uruguayos me parece sumamente equivocado. No creo en las condenas colectivas. No comparto los conceptos de la profesora Puente. De cualquier modo, celebro que la diaria nos dé un espacio en el que debatir civilizadamente sobre estos temas infinitamente importantes. Por algo hay que empezar.

Rodolfo Schultze es profesor.