Un video de una conferencia de cuadros del Partido Comunista de Cuba (PCC) filtrado un tiempo atrás mostraba al futuro presidente Miguel Díaz-Canel resuelto a censurar los medios independientes de la isla, haciendo énfasis en la revista OnCuba. Al cabo de unos meses, fue bloqueado el acceso de los cubanos a la publicación online El Estornudo, entre otras.

Esta es prácticamente una de las pocas fisonomías públicas que se tienen de Díaz-Canel, fuera de los retratos de la prensa nacional. Poco se puede decir de él que no sea sobre su hábito de visitar colectivos laborales, fábricas y nuevos servicios gastronómicos para –como repiten los periodistas del diario Granma y Juventud Rebelde– “constatar” su buen funcionamiento. La generación del Moncada, que lleva más de medio siglo como protagonista, nunca se ha preocupado por elaborar la imagen de la sucesión, porque ciertamente no tiene interés alguno en ser sucedida.

“El nuevo presidente es un misterio. Otros países hacen campañas, puede que llenas de mentiras, prometiendo esto y aquello, pero tienes una persona que identificar y con la que simpatizar o no. Allá es como si el candidato le hiciera un cortejo al pueblo, tratara de enamorarlo. No ha habido en Cuba diálogo real con Díaz-Canel. Esa seducción no existe, porque sólo nos ha embelesado de verdad Fidel [Castro]. Aquí se ahorran ese cortejo y arreglan un matrimonio de antemano, en el que el padre, Raúl Castro, decide el mejor partido para sus 11 millones de hijos”, dice Javier Cruz, de 28 años.

La Habana parece entumecida el día en que se cumple la performance de las elecciones. Nadie tiene qué celebrar. No hay pirotecnia ni vítores. Se siente un día igual que otro cualquiera. En apariencia, ha habido un cambio histórico, ha salido un presidente que frisa los 90 años y ha entrado otro, que no es parte de los guerrilleros de la Sierra Maestra al borde de la extinción, aunque integrara por una temporada las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

Karla Pérez González atravesaba el primer año de periodismo cuando, bajo una acusación de proselitismo, fue expulsada, con 18 años, de la Universidad Central de Las Villas –en la que impartió clases Díaz-Canel– por pertenecer al movimiento político opositor Somos+. Ahora, completando sus estudios en San José, Costa Rica, dice que aprendió a no esperar nada del poder en Cuba, porque no sirve a los ciudadanos comunes, menos aun a los disidentes, a quienes más bien aplasta. “Aunque el nuevo presidente tiene 30 años menos que Raúl [Castro], representa lo mismo. Todo lo que yo quiero que cambie en mi país él parece querer preservarlo. No encuentro rasgo que me haga sentir esperanza. No lo conozco. Ningún cubano sabe, a ciencia cierta, quién es. Nos enteraremos de lo que sea capaz de hacer con el tiempo. Sólo nos resta esperar. Pero el inicio no trajo buenos augurios, con un discurso continuista dedicado a Raúl y a seguir ‘el camino’, no me muestra progreso”, agrega.

“Nosotros simplemente nos dejamos llevar por la corriente. No tenemos más proyecto que mantener la salud y la educación gratuitas. Ellos arriba deciden, flotando por encima de la realidad. Hay nuevo presidente, eso no es nada. Tiene que afrontar muchas adversidades. Lo que pasa en el gobierno no es lo que pasa en el pueblo. Díaz-Canel ni siquiera prueba un día el transporte público: tiene un carro a sus órdenes. Así no puedo esperar que se ponga en mi lugar ni que se entere de que yo, como la mayoría, invierto una hora para poder hacer un viaje en ómnibus que a lo sumo dura diez minutos”, dice Osmany Sánchez, de 34 años.

Pocos discursos del ex presidente Raúl fueron alentadores. Castro habló de la unificación de la moneda, del aumento de sueldo, de que Cuba debe producir más, pero quedan sus palabras rebotando entre las paredes circunspectas del Parlamento. Sin embargo, dio algunos pasos adelante que son irrisorios, si se quiere: legalizó la compraventa de viviendas y automóviles, permitió la entrada de cubanos a hoteles turísticos y viajar al extranjero. Derechos que Fidel negó dictatorialmente.

El séquito de Castro está mal capacitado. Eso, por un lado, será una garantía de que no confrontarán al líder de turno y, por otro, de que no sabrán gestionar los cambios que requiere pronto la isla y que amenazarían, inevitablemente, el orden reinante. Castro sigue, de cualquier manera, a la cabeza del PCC, órgano decisivo en las políticas del país.

El pueblo sobrevive acoquinado, escéptico y pesimista. Todo lo que tiene que ver con política en Cuba, contrario a lo que el gobierno y su ridícula propaganda quieren proyectar, es la consecuencia de un largo adoctrinamiento y del miedo. Como lo es, de alguna forma, Díaz-Canel.

Los medios oficialistas, por su lado, destacan la unidad de las elecciones, el “optimismo de los cubanos”, la democracia de su modelo, la voluntad del pueblo. Como si no se hubiera preparado anticipadamente quiénes iban a ocupar los puestos, o como si existiera la posibilidad de que así no fuera, o como si el pueblo, realmente, decidiera algo.

Maykel González es periodista cubano