Los Tratados de Libre Comercio (TLC) no son en lo sustancial distintos entre sí: aumentan la desigualdad, perjudican a los pequeños sectores de la economía, ceden soberanía política a las transnacionales y, sin embargo, se votan en Chile sin estudios o, como ocurrió con el TLC con Uruguay el jueves en la Cámara de Diputados de Chile, con la mitad de los legisladores fuera de la sala.
Entre los que estuvieron presentes prácticamente no hubo oposición: 79 votos a favor, tres abstenciones y dos en contra, de parlamentarios que pertenecían a distritos agrícolas y ganaderos. Pero, además, hubo 71 diputados ausentes al momento de la votación. Entre ellos, destacó la ausencia de todos los diputados del Partido Comunista y el Frente Amplio por estar en la Marcha por la Educación.
A estas alturas de la lectura a muchos podrá parecerles que por sentido común la votación de un TLC es menos importante que otros hitos del día. También se ha dicho que es un tratado con un país progresista, que además es chico y pertenece al barrio, por lo que se estaría favoreciendo la integración sur-sur. Se ha agregado, además, que contiene un capítulo de género, por lo que se haría cargo de la demanda más sentida de nuestras sociedades actuales. Pero todas estas afirmaciones demuestran desconocimiento de la gravedad del asunto.
Al respecto, la profesora de la Universidad de Buenos Aires y experta en tratados de libre comercio, Luciana Ghiotto, afirmó: “El TLC entre Chile y Uruguay no es un tratado progresista, ni tampoco un nuevo modelo de tratado. Se trata de los mismos capítulos y cláusulas de cualquier otro TLC, a pesar de que desde Uruguay ciertos sectores del Frente Amplio hayan querido quitarle relevancia diciendo que simplemente es un convenio. Este acuerdo incluye todos los capítulos de un TLC como propiedad intelectual, servicios e inversiones”.
Preguntémonos, entonces, primero: ¿este tratado beneficia a Chile? Penosamente, no se puede afirmar esto, ni lo contrario. Ni el gobierno anterior ni el actual promovieron un debate informado sobre el tema, no hay estudios publicados ni puestos a disposición del Parlamento, no ha habido rondas de exposición de organizaciones ni nada que se le parezca. Pasó por las comisiones de Hacienda y Relaciones Exteriores, y en ambos casos el proyecto se despachó rápidamente, tal como ahora en la sala, lo que es asombroso si se considera que el tratado tiene 241 páginas de disposiciones y compromisos por parte de Chile. En esto de los TLC los gobiernos y los parlamentos chilenos han tenido penosos desempeños, ejemplificados en el tratado con Vietnam, en 2013, durante el primer gobierno del presidente Piñera, cuya tramitación en las dos comisiones y en las dos salas de las cámaras demoró en total... dos días.
Si es aún posible agregar algo en relación al punto anterior, tampoco se han hecho estudios posteriores. Los parlamentarios que ha tenido Chile en más de 20 años desconocen cuáles han sido las consecuencias de sus votos a favor. Sí se sabe que algunos tratados han golpeado fuerte y directo a sectores productivos nacionales, que benefician a las transnacionales más que a los ciudadanos y que perjudican a todos aquellos sectores que no tienen capacidad exportadora, es decir, a la pequeña y mediana empresa, comercios y servicios.
Segundo: ¿son los TLC instrumentos técnicos? No, son profundamente ideológicos. De hecho, son uno de los principales mecanismos de profundización del modelo neoliberal. Y en forma irreversible, además, por cuanto sitúa su institucionalidad en ámbitos supranacionales, en los que los inversionistas tienen amplitud de garantías y bajo cláusulas que hacen muy difícil volver atrás. Es por eso que resulta precisa la afirmación de que se trata de “constituciones silenciosas”.
Al respecto, el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz ha afirmado que los tratados de libre comercio “no han sido libres ni justos para América Latina” y que “los TLC, tan esperados y promovidos por los gobiernos menos desarrollados, no son más que ‘factores de desigualdad entre los países en desarrollo, al promover la liberación de mercancías e impedir el libre tránsito de los trabajadores’”.
Tercero: ¿este tratado tiene consecuencias más allá de los dos países involucrados? Las tiene y muy importantes. Analistas vienen señalando esta pieza como clave en el giro neoliberal del gobierno de Tabaré Vázquez, en un contexto de abandono de las políticas más proteccionistas del Mercosur y un giro hacia la lógica libremercadista de la Alianza del Pacífico. No debe escapar al análisis que, al mismo tiempo, Uruguay solicitó su ingreso a la Alianza del Pacífico y que Argentina acaba de firmar un TLC con Chile. Mientras, el Mercosur, justo después de excluir a Venezuela, aceleró las negociaciones para el tratado con la Unión Europea, que avanzaron poco o nada durante más de 20 años debido a que los gobiernos del llamado ciclo progresista consideraron que imponía cláusulas injustas a sus países.
Ghiotto afirma: “Estamos ante un tratado que es clave en el avance de la coordinación de los bloques de Alianza del Pacífico y del Mercosur, que implica una entente a favor del libre mercado y la libre empresa, y en desmedro de otros proyectos alternativos de integración. Implica, además, avanzar en dejar solos a Bolivia y Venezuela. Frente a estos países se va tejiendo una red de tratados que los aísla y les quita posibilidad de coordinación económica solidaria con el resto del subcontinente”.
Debemos decir que el capítulo de género de este tratado, muy difundido por la ex presidenta Bachelet y que está también en las actualizaciones del TLC con Canadá y, se ha anunciado, en la actualización del TLC con la Unión Europea, es en realidad un capítulo de “Género y Comercio”, que tiene buenas intenciones y no es nada vinculante, en contraste con los capítulos que garantizan derechos a los inversionistas. Además, reduce a la mujer a “emprendedora” y no se ocupa de la aspiración a la igualdad en todos los ámbitos de la vida pública y privada. Las autoridades chilenas saben perfectamente esto pero no lo dijeron.
En conclusión, lo ocurrido el jueves es grave tanto en relación a los parlamentarios que fueron y votaron a favor, como respecto de aquellos que no fueron y podrían haber votado en contra. No hay en lo sustantivo TLC distintos unos de otros; no son asuntos de técnicos, sino corpus ideológicos. Además, tienen un don milagroso: siempre son distintas las contrapartes y las negociaciones y, sin embargo, siempre son prácticamente iguales los textos. O existe telepatía entre los negociadores del mundo o, en realidad, los tratados están siendo, en lo sustancial, escritos en un orden previo, al que cada TLC se suma simplemente como las piezas se ensamblan en un rompecabezas. En este caso, el de la profundización irreversible del mercado y sus detentores, los grandes inversionistas, frente a un espacio público donde la política, y por lo tanto los gobiernos, poco y nada pueden hacer. Salvo administrar.
Patricio López es editor general del diario electrónico de la Universidad de Chile. Este texto apareció originalmente en el diario Uchile. Publicación en la diaria autorizada por el autor.