Con tres claveles blancos en las manos, Lula marcha en andas, saludando a un pueblo. Hace menos de una semana que finalizaron las Pascuas y todo lo que sucede tiene sabor a ese tiempo. El jueves, el juez Sérgio Moro ordenó a Lula entregarse o exponerse a ser arrestado, entonces la gente corrió para protegerlo. Muchos que durmieron en la calle ahora le ofrecen sus manos y cantan hasta la afonía: “Lula guerrero, del pueblo brasilero”. Algunos amigos le sugirieron en estas horas cruzar a Uruguay por Santana do Livramento o refugiarse en la embajada de Bolivia o de Rusia, pero Lula no va a evitar lo que se viene ni hará que los débiles lo defiendan por más tiempo.

Los sacrificios no son fáciles de entender, pero las palabras que Lula pronunció el sábado frente a la sede de su viejo sindicato metalúrgico explican el suyo. Para algunos, los sacrificios son sólo ofrendas que se hacen con la esperanza mágica de obtener algo a cambio. No entienden nada. Los sacrificios que dejan huella tienen un sentido mucho más profundo, son el resultado de una vida que se vuelve mensaje, y que así se multiplica en muchas vidas. Eso explicó Lula a la gente: “De nada sirve que ellos intenten detenerme. Yo no voy a parar porque ya no soy ser humano, soy una idea y estoy con ustedes”.

La historia de América Latina está llena de este tipo de sacrificios. Uno de los más trágicos fue el del obispo Óscar Romero, que rogó y exigió que se detuviera la brutal represión que sufría su pueblo. Sabía que su mensaje desataba el odio de los poderosos, era consciente del sacrificio, y cuando se lo advirtieron unos días antes de morir contestó: “Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Lo digo sin ninguna jactancia, con la más grande humildad. Ojalá, sí, se convencieran de que perderán su tiempo”.

El trago que le toca a Lula también es amargo y es la consecuencia de toda su vida. Por eso ya no se vive un tiempo en el que pueda evitarse y sólo los ilusos pueden creer que con su juicio hubo justicia. Lula podría escaparse mientras finge ir a comprar ‘un whiskicito en algún free shop de Rivera’, como bromeó entre risas durante su discurso. ¿Acaso no escapó Carles Puigdemont a Bruselas? Pero Lula no; escapar no estaría a la altura de una vida como la suya ni de una causa como la que representa. Si Lula no quería ir a la cárcel, lo mejor que podía hacer era hacerse el tonto y no ser candidato a la presidencia de nuevo. Mejor aun, podría haber prevenido mucho antes cualquier represalia de los poderosos si se hubiera limitado a gobernar como lo hacían sus predecesores.

Pero Lula gobernó como nadie, y eso resulta difícil de olvidar. “Ese fue el crimen que cometí y que ellos no quieren que se cometa más”, dice Lula, “soñé que era posible bajar la mortalidad infantil dando comida a los niños, que era posible llevar a los estudiantes de la periferia hasta las mejores universidades. Dentro de poco tendremos jueces nacidos en la favela. Ese es el crimen que cometí: hacer que el pobre y el negro tengan sus derechos básicos”.

Ni los pobres ni los ricos parecen olvidar su gobierno. Por eso, apenas anunció su candidatura, Lula llegó tan rápido a encabezar las encuestas, y por eso también con tanta velocidad decidieron que marchara preso a como diese lugar. Después de un gobierno como el de Lula, la democracia sí que tenía sentido en Brasil. Así que, atrincherada en los espacios más rancios de poder, la elite desplegó un contraataque brutal.

Primero buscaron una excusa y destituyeron a la presidenta Dilma Rousseff. Por supuesto que no faltan los especialistas que explican que lo sucedido con Dilma transcurrió en el marco de la más absoluta legalidad y que la democracia permanece intacta. Sí, cómo no. Debe de ser una democracia muy particular esta que sigue intacta, porque la gente había votado a Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores, que durante su mandato continuó con las políticas de Lula a favor de los trabajadores; sin embargo, sin que mediaran elecciones, terminaron gobernados por Michel Temer, hombre del rancio Partido del Movimiento Democrático de Brasil, que desde la presidencia está promoviendo la más brutal flexibilización laboral en contra de los asalariados brasileños.

¿Acaso no es el voto popular el que sirve para designar gobernantes en una democracia? ¿No será por eso que tantos brasileños tienen la sensación de que vivieron un golpe de Estado?

Ahora tampoco faltan quienes justifican la pasmosa celeridad, plagada de irregularidades, de este proceso contra Lula. Cuentan con el poder de una prensa que en Brasil, como en toda América Latina, es abrumadora y está dispuesta a aplastar. Conseguirán que Lula, el político más querido y prestigioso, no sea candidato en las elecciones y explicarán que esto es un servicio a la democracia; más aun, dirán que es una demostración del eficaz funcionamiento de las instituciones democráticas. Otra proeza del ingenio impopular.

A pesar de todo, para Lula ya no era tiempo de escapar, tampoco de obedecer con la cabeza gacha las horas y las condiciones ordenadas por sus carceleros. Si hacía alguna de estas dos cosas, pocos entenderían las verdaderas razones por las que va preso. Ahora, en cambio, su prisión tiene un sentido para todos: queda claro que es el castigo impuesto a su compromiso político, del que no tiene intención de escapar. Llegó el momento en que Lula pudo transferir su responsabilidad, por eso, una y otra vez, le explicó a su gente que ahora la tarea estaba sobre sus hombros: “Todos, de aquí en adelante, van a transformarse en Lula y van andar por el país haciendo lo que hay que hacer, todo el día, todos los días”.

Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Salamanca. Docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.