“La cerveza salió de mi bolsillo. Es una inversión en nuestra patria; una inversión en nuestra dignidad”, explicaba, ataviado con disfraz de presidiario, un eufórico Oscar Maroni. Para los que no sepan de él, Maroni, conocido como “el magnate del sexo”, es un empresario brasileño nacido en el estado de Río de Janeiro pero fuerte en la ciudad de San Pablo, en donde regentea un prostíbulo de lujo, el Bahamas Hotel Club. Y el gasto del que se jactaba –la inversión hecha de su bolsillo– era el de las 9.000 latas de cerveza Brahma bien heladas que llegaron en conservadoras metálicas y fueron repartidas gratuitamente entre el público que se acercó, el viernes de noche, a las puertas del Bahamas para celebrar, por cuenta del generoso donante, la prisión de Lula. Fue una fiesta a todo trapo: DJ, luces, mulatas semidesnudas y un animador –el propio Maroni– que incitaba a la concurrencia a beber y celebrar el heroísmo del juez Sérgio Moro y de Cármen Lúcia, la presidenta del Supremo Tribunal Federal que rechazó el hábeas corpus pedido por la defensa. Fotografías gigantes del héroe y la heroína presidían el escenario.

En el reportaje de Folha de São Paulo, que incluye un video de la festichola, se puede ver a Maroni explicando que la presencia de las mulatas fue ocurrencia de una empleada –la gerenta del Bahamas–, pero que la idea de regalar cerveza fue suya. Y es que él es así, dice. Hace las cosas a su manera. Y así, de seu jeito, tiene pensado llegar a diputado federal. Promete que va a hacer un putero en Brasilia, y confiesa que el juez Moro es su referente. Un héroe. Lula, en cambio, es un molusco que, por suerte, ya está preso. Pero, ¡cuidado!: alguien le dice que a esa hora Lula todavía no está en la cárcel. ¿Que no está en la cárcel? ¿Cómo es posible? Un indignado Maroni se apresura a llamar a los gritos a la Policía Federal para que le explique cómo es eso de que el molusco todavía no está tras las rejas. Y hete aquí que un policía uniformado sube al escenario, exhibe un par de esposas y pide paciencia. Es cuestión de tiempo: en un rato más, si todo sale bien, el ex presidente va a estar en la cárcel. Alegría. Regocijo. Jolgorio. Más música, más cerveza, menos ropa sobre los cuerpos de las mulatas (terminarán la noche en cueros, porque fiesta es fiesta y Maroni es el patrón). Al final, en cuestión de horas Lula les va a dar el alegrón que están esperando.

La cobertura de Folha incluye preguntas a los presentes. Y para nuestra sorpresa, varios de los que están allí disfrutando de la fiesta dicen no tener posición respecto de la prisión de Lula. Algunos, incluso, dicen creer que no debería ir preso sino hasta que termine el proceso, pero, ¿qué tiene de malo, mientras tanto, tomarse unas cervezas gratis y bailar hasta la madrugada? La noche avanza, Maroni agita a la turba y desnuda a las mulatas (él se refiere a ellas así: “las mulatas”), en el escenario bailotean un falso Batman y un no menos falso Japonês da Federal(*). Maroni hace declaraciones a la prensa y promete una recompensa para el que mate a Lula en la cárcel.

Todas estas cosas (además de los atentados, la intervención en las favelas, el programa de privatizaciones, el crecimiento de las bancadas BBB: la armamentista, de la bala; la ruralista, del buey; y la evangélica, de la Biblia) están pasando en Brasil justo ahora. Mientras nos preguntamos si es verdad que Lula aceptó el tríplex o si lo están condenando sin pruebas, el empuje fascista avanza como una ola de tsunami sobre la playa. Y, por cierto, que un gobernante o un partido sean corruptos es muy grave. Pero estamos pasando por alto un detalle: el sistema es corrupto. El sistema está lleno de corruptores, y muchos de los que fruncen la nariz porque tal vez Lula aceptó el tríplex están dispuestos a aceptar unas cervezas gratis regaladas por un personaje infame que no vacila en ofrecer recompensas a los asesinos y que se jacta de desnudar a sus mulatas para regocijo del público presente. Hablame de corruptos.

Hace un buen tiempo ya que la palabra “corrupción” se usa exclusivamente para referirse a la malversación de dineros públicos, pero nadie dice nada de esa práctica sostenida que nos va educando en el garroneo mediante recursos como el happy hour, las millas, el descuento de IVA y tantas otras formas de impulsar el consumo mediante la promesa de cosas gratis. Quiero ser muy precisa en esto: no es ilegal hacerlo. No es ilegal vender dos pares de zapatos por el precio de uno, ni es ilegal aprovechar la oferta y comprarlos. Pero es un modo de naturalizar la arbitrariedad tanto del abuso en la fijación de precios como del garroneo como modo de adquisición de bienes y servicios. A nadie se le ocurre que hay corrupción en esos intercambios, pero, ¿no hay, acaso, algo como una educación corruptora? Ese entrenamiento en sacar ventaja, esa admiración por el que consigue lo mejor con el menor esfuerzo es parte central del sistema en el que vivimos. Es el sustrato real de nuestra educación cívica, aunque el discurso del trabajo y el esfuerzo esté siempre a mano para disimular que el que tiene más casi nunca es el que hizo el mayor sacrificio.

La corrupción existe, y todos estamos adiestrados para aprovecharla. Algunos, claro está, no tenemos tantas oportunidades (y, por cierto, no todos los que tienen oportunidad deciden usarla, faltaba más). Pero hay algo de soberbio en esa pretensión angelical de denunciar al corrupto sin considerar las condiciones de posibilidad de la corrupción.

Que un gobernante no debe ser corrupto, que un líder no debe violar la confianza de quienes creyeron en él es una obviedad. Pero seguirá pasando mientras nos limitemos a llorar sobre la leche derramada.

(*) Newton Ishii, conocido como “el Japonés de la Federal”, es un agente de la Policía Federal que se hizo famoso por conducir a varios de los acusados en la causa Lava Jato. Su imagen fue usada en máscaras de carnaval y su nombre inspiró a letristas y fabricantes de muñecos. Fue detenido en flagrancia en un caso de contrabando y en 2016 se lo condenó a cuatro años de prisión, aunque dos días después se le concedió un régimen semiabierto con uso de tobillera electrónica. Aunque su delito fue probado, no perdió su cargo en la Federal.