En 1968 el mundo estaba en ebullición. Cambios acelerados y la noción de que todo podía cambiar rápidamente sacudían muchas áreas a la vez, desde la economía hasta la cultura (y, en esta, desde la sexualidad hasta el arte). Los nacidos después de la Segunda Guerra Mundial inventaban diversas maneras de ser jóvenes que, en el marco de una incipiente globalización y pese a importantes diferencias, esbozaban un “nosotros” inédito. Entre la terrible naturalización de la violencia política y las reacciones pacifistas sabemos quién ganó la pulseada: en América Latina, sin ir más lejos, poco después comenzaron largas dictaduras terroristas. Pero en otros terrenos los cambios abrieron camino a nuevas formas de conciencia y de relación con el mundo; a otras maneras, por ejemplo, de ser mujer o de ser izquierdista. Sin embargo, medio siglo después, hasta los más jóvenes de aquellos jóvenes son ya veteranos. ¿Qué podemos aprender, rescatar o rechazar, ahora, de lo que vivieron? Por ahí explorarán las notas de Dínamo en este mes de mayo, que quedó como símbolo del simbólico 68.


El 68, como presencia simultánea a escala mundial de un conjunto de protestas con fuerte presencia estudiantil, es un fenómeno difícil de explicar. En Francia se refieren a les événements de 1968, los acontecimientos. Y tienen algo de lo que el filósofo Alain Badiou teorizaría más adelante como acontecimiento, cuando de golpe se descubre una verdad contenida en el todo social, o algo de los quiebres en la historia a los que aludía en sus tesis Walter Benjamin. La rebelión, en los países centrales, se va a dar en sociedades opulentas, que están dejando atrás los recuerdos de la Segunda Guerra Mundial y cuyos actores son parte de una generación nacida después del conflicto. Sociedades de consumo teorizadas por Herbert Marcuse –una de las referencias ideológicas del 68– desde la síntesis del marxismo y el psicoanálisis, donde para hacer posible la realización del capital se estimula el consumo, al modo de la libido oral, y se reprimen las verdaderas realizaciones humanas.

Es también la rebelión del Tercer Mundo. En realidad, el año empieza en octubre, con la muerte del Che Guevara, figura icónica del 68, llamando a dos, tres, muchos Vietnam.

La lucha ideológica se da con fuerza y pasión a nivel mundial, movilizando y determinando vidas y destinos de pueblos y personas. La modernidad llega a su clímax y, recíprocamente, el pos-68 verá el ascenso de la posmodernidad.

La masividad y difusión de la enseñanza universitaria hacen posible la emergencia de los estudiantes como un actor universal con gran peso en muchas y diferentes sociedades.

Vamos a considerar sólo dos de múltiples escenarios: Francia y Uruguay.

El Mayo Francés fue una rebelión que no buscó tomar el poder sino construir el poder desde la sociedad. Como dice el teórico anarquista Tomás Ibáñez, fue más “anarquista” que leninista. Dejó como legado la reafirmación de la autogestión y la creación de organismos de base. El correlato fue la falta de conducción y de estrategia global.

Fue una lucha contra el sistema capitalista en su conjunto, pero sobre todo contra el autoritarismo. El enfrentamiento se produjo también en el plano de la cultura, contra la sociedad de consumo. Se apeló a la subjetividad, a la expresión de los afectos, al sinceramiento de la sexualidad, a cambiar la vida. Las personas experimentaron con goce el sentimiento de una transformación personal. Por eso el Mayo Francés es también una reafirmación de la individualidad.

Los no lugares de Marc Augé se transformaron en lugares de encuentro con uno mismo y con el otro. El tema feminista estuvo presente; no fue central, pero el mayo del 68 anticipó y preparó la emergencia de la segunda oleada feminista.

La violencia estaba justificada y la democracia que se exaltaba era la directa y participativa, no la representativa. El psicoanálisis fue una referencia, aunque no central. Sí lo fue el anarquismo y, fundamentalmente, todos los marxismos.

Mayo del 68 da cuenta de que en ciertos momentos de la historia se produce un vacío de poder, lo instituido queda desbordado y las energías sociales se liberan y se retroalimentan.

El 68 uruguayo se produjo en una sociedad estancada en su economía, en crisis, que recuerda con nostalgia los idealizados años 50. Los jóvenes nacidos entre 1945 y 1950 habían llegado a conocer ese mundo y veían ante sí un futuro cerrado y sombrío.

Las pugnas por la distribución del ingreso, el derrumbe del Estado de bienestar batllista, la agudización de la lucha de clases, el desprestigio de los elencos gubernamentales, una burguesía que apostaba a la recomposición autoritaria, la muerte del presidente Óscar Gestido y el ascenso de su vice Jorge Pacheco ocurrían en una sociedad culta, con un buen desarrollo de la enseñanza pública, con movidas culturales y producción intelectual importante. Y con un fuerte movimiento sindical que se unificaba y aliaba con otros actores, como el movimiento estudiantil.

Esa contradicción –el derrumbe político y económico junto a un importante desarrollo de la cultura– reconoce en la historia comparada dos precedentes que también terminaron trágicamente: la Viena del 900 y la Alemania de Weimar.

El 68 uruguayo está unido al quinquenio que va hasta 1973 y el golpe de Estado. Y va a tener ecos tanto en la gestación del Frente Amplio como en el auge de la guerrilla.

No vamos a resumir la historia que arranca con un 1º de mayo con represión y enfrentamientos, sigue ese mes con la lucha de los estudiantes de secundaria, los universitarios reprimidos a perdigonazos el 4 de junio y el espiral que se abre entonces con tres estudiantes muertos, heridos, detenidos, medidas de seguridad, congelación de precios y salarios, trabajadores destitudos y militarizados, y la democracia uruguaya cada vez más herida, hasta el colapso de 1973.

¿Qué similitudes puede haber entre nuestro 68 y el Mayo Francés? El vacío de poder y la eclosión social, el antiautoritarismo, la crítica global al sistema, el compromiso individual y el cambio personal, la violencia, la apelación a la organización de base.

¿Y qué diferencias? En Uruguay hubo una referencia mayor al poder. Hubo un peso mayor de los aparatos políticos y sindicales. La propia Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay conoció su eclosión basista para luego reorganizarse.

No estuvo presente la crítica a la sociedad de consumo, que en ese entonces no estaba presente en Uruguay, y hubo una menor referencia a lo cultural, a la subjetividad, a la vida personal. Éramos más ascéticos, más distantes en el discurso manifiesto. Pero los cambios estaban en la subjetividad, aunque no habláramos mucho de ellos.

El 68 uruguayo no terminó en diciembre. Para muchos de nosotros no terminó nunca. Porque, recuerda Tomás Abraham, los deseos, a diferencia de las ilusiones, no terminan nunca. Están siempre agitándose, activos, insistiendo en el inconsciente. En este caso, es el deseo de cambiar el mundo.

Manuel Laguarda es integrante del Comité Ejecutivo del Partido Socialista y fue decano del Instituto Universitario de Psicoterapia Psicoanalítica de la Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítica.