En 1968 el mundo estaba en ebullición. Cambios acelerados y la noción de que todo podía cambiar rápidamente sacudían muchas áreas a la vez, desde la economía hasta la cultura (y, en esta, desde la sexualidad hasta el arte). Los nacidos después de la Segunda Guerra Mundial inventaban diversas maneras de ser jóvenes que, en el marco de una incipiente globalización y pese a importantes diferencias, esbozaban un “nosotros” inédito. Entre la terrible naturalización de la violencia política y las reacciones pacifistas sabemos quién ganó la pulseada: en América Latina, sin ir más lejos, poco después comenzaron largas dictaduras terroristas. Pero en otros terrenos los cambios abrieron camino a nuevas formas de conciencia y de relación con el mundo; a otras maneras, por ejemplo, de ser mujer o de ser izquierdista. Sin embargo, medio siglo después, hasta los más jóvenes de aquellos jóvenes son ya veteranos. ¿Qué podemos aprender, rescatar o rechazar, ahora, de lo que vivieron? Por ahí explorarán las notas de Dínamo en este mes de mayo, que quedó como símbolo del simbólico 68.


Hace un par de años, la revista Time publicó en portada una foto llamativa: un joven negro, con la cara cubierta por un pañuelo, huía de un grupo de policías fuertemente armados. La referencia geográfica decía simplemente “America”; la referencia temporal, “1968”, estaba tachada con rojo y sustituida por la fecha actual, 2015. Debajo, en tipografía más chica: “Lo que ha cambiado, y lo que no”.

La pregunta quedaba abierta en medio del estallido del movimiento Black Lives Matter, y no creo que pueda siquiera empezar a contestarse en una columna de opinión de unas pocas palabras. No obstante, me gustaría tratar de explicar por qué la imagen y la tachadura resultan interesantes para un lector del Cono Sur de América Latina que, como yo, no había nacido en 1968.

Se cumplen ahora 50 años (¡medio siglo!) y, sin embargo, parece a veces tan cercano. He ahí la importancia del “acontecimiento”: así como se tragó el pasado según se lo conceptualizaba hasta ese momento, se ha venido tragando el futuro desde entonces.

De hecho, miradas desde el ciclo corto de protesta de 1968 (que en Uruguay podría ir de mayo a octubre, simplemente), muchas de las formas de lucha y organización vigentes tan sólo unos meses atrás parecían antiguas, extrañas y poco efectivas para los jóvenes que tomaron las calles a lo largo y ancho del mundo.

Asimismo, ahora nos volvemos con extrañeza hacia una era en la que “nuevo” no significaba el último modelo de smartphone sino la certeza de que se alcanzaría un orden social diferente. En qué sentido “diferente”, se podría preguntar también. Hubo en la época diversas respuestas a este interrogante. Para algunos, la sola posibilidad de lo “nuevo” justificaba arriesgar la propia vida (y poner en juego la de otros). Más allá de complejos debates ideológicos y sutiles matices políticos, esas transgresiones estaban en el centro de lo que la revolución significaba para muchos en ese entonces.

En esta parte del mundo, lo que sucedió en el lustro siguiente cambió totalmente el significado de aquella etapa de experimentación política y cultural. En Uruguay, a partir del golpe de Estado de 1973, 12 años de brutal autoritarismo y violación sistemática de los derechos humanos más básicos transformaron a esos jóvenes en los protagonistas principales de una historia de sacrificio y heroísmo, contada y vuelta a contar en conmovedores testimonios personales sobre la prisión, la tortura, el exilio y la muerte.

Mientras escuchábamos esas historias al fin de nuestra infancia, en la década de 1980, en tiempos de recuperación democrática, con mis amigos sentíamos que la nuestra era propiamente la primera generación joven de la historia uruguaya. Todo nos parecía completamente inexplorado: sexo, drogas y rock and roll. Cuando arañamos los 40, sin embargo, nos empezamos a dar cuenta de que nuestros padres, ya veteranos, habían enfatizado sólo una parte de su historia. ¿Qué escondían los álbumes de The Beatles que descansaban en los estantes arriba del tocadiscos? ¿Qué había detrás de las fotos, en un blanco y negro descolorido, de gente joven y sonriente con minifaldas y camisas floreadas?

En Estados Unidos, los 60 parecían haber quedado mayormente reducidos a un conjunto de fenómenos del mercado o de la moda. En América Latina, por el contrario, habían sido engullidos por las historias muy reales de la confrontación política y la represión extrema. Y así como los historiadores norteamericanos han tratado de recuperar el significado profundamente político de aquella etapa, yo intenté entender un tiempo en el que tantos jóvenes de mi país soñaron con el cambio en todos los órdenes de la vida.

Las conmemoraciones suelen abrumar, y no sé si es exactamente eso lo que estamos recordando en estos días, casi hasta el hartazgo. Tampoco puedo tener nostalgia de una época que no es la mía. Pero creo reconocer la razón por la que la fecha tachada de la portada de Time me resultó tan sugerente hace un par de años: 1968 parece seguir viniendo desde la historia, con todos sus excesos, para incitar las memorias de las nuevas generaciones.

Vania Markarian es historiadora y trabaja en el Archivo General de la Universidad de la República.