En 1968 el mundo estaba en ebullición. Cambios acelerados y la noción de que todo podía cambiar rápidamente sacudían muchas áreas a la vez, desde la economía hasta la cultura (y, en esta, desde la sexualidad hasta el arte). Los nacidos después de la Segunda Guerra Mundial inventaban diversas maneras de ser jóvenes que, en el marco de una incipiente globalización y pese a importantes diferencias, esbozaban un “nosotros” inédito. Entre la terrible naturalización de la violencia política y las reacciones pacifistas sabemos quién ganó la pulseada: en América Latina, sin ir más lejos, poco después comenzaron largas dictaduras terroristas. Pero en otros terrenos los cambios abrieron camino a nuevas formas de conciencia y de relación con el mundo; a otras maneras, por ejemplo, de ser mujer o de ser izquierdista. Sin embargo, medio siglo después, hasta los más jóvenes de aquellos jóvenes son ya veteranos. ¿Qué podemos aprender, rescatar o rechazar, ahora, de lo que vivieron? Por ahí explorarán las notas de Dínamo en este mes de mayo, que quedó como símbolo del simbólico 68.


La rebelión de la generación del 68 fue, sin lugar a dudas, una de las expresiones más radicales de la libertad, tomando el concepto de libertad no en su sentido ontológico sino en su sentido práctico y fáctico: como un acto.

Más de 20 años se necesitaron para el armado de este movimiento instituyente a nivel mundial, en el que una generación se autoproclamó con voz y voto en la participación social. El costo –hoy lo sabemos– fue muy elevado: cuerpos asesinados, torturados, encarcelados, exiliados; la sangre derramada.

Esta generación del 68 se autoconvocó en torno al desplazamiento de la generación de la Segunda Guerra Mundial, y la radicalización de sus prácticas se caracterizó por una suerte de rebelión ante la destrucción masiva y el aplastamiento de las voces y cuerpos. Sus acciones significaron un “no va más” a dejarse dominar por los intereses espurios de una gerontocracia que se caracterizó por su asesinato masivo de culturas, etnias y cuerpos.

Los jóvenes no tenían voz ni cuerpo, estaban subsumidos en los discursos autocráticos de los adultos, ese mundo aburrido y gris de explotación y de subalternidad constante. Con el 68 se institucionaliza un mundo diverso, múltiple y creativo.

La liberación sexual, el encuentro Oriente-Occidente, el hombre nuevo, la integración social, el feminismo, la comunidad compartida, la denuncia de la explotación y la lucha contra todas las formas del autoritarismo eran parte de su imaginario, de sus prácticas y discursos.

El contenido político del movimiento fue ambivalente. Estaban aquellos que defendían la República en sus formas más novedosas; los que se aglutinaban en torno al discurso del poder del partido de la Unión Soviética; los radicales en sus formas más o menos populistas, caracterizados por el ejercicio justificado de la violencia armada como mecanismo de adquisición de poder. Esta última vertiente dio pie a todos los movimientos guerrilleros, amparados en un imaginario cubano y vietnamita. Había también otros agrupamientos: anarquistas experimentando formas comunitarias que desembocaron en ciertas formas ideológicas del hipismo, movimientos feministas, movimientos sobre la diversidad sexual, movimientos de liberación racial en todas sus expresiones étnicas, y las artes en todas sus manifestaciones.

IAVA 68

El Instituto Alfredo Vásquez Acevedo (IAVA) fue en Uruguay uno de los centros estudiantiles que llevaron adelante estas expresiones del movimiento. La primera reforma fue la de la organización gremial, impulsada por el Frente Estudiantil Revolucionario (FER): todo el poder a las asambleas de clase; esa era la consigna. Se anteponía a la estructura burocratizada del Partido Comunista y los partidos tradicionales. Esta reforma de los estatutos desplazó a los burócratas e impulsó un sesgo participativo del estudiantado.

La acción se tornó violenta y ganó la calle. Hubo un discurso de justificación de la violencia. De la violencia del sistema explotador (amparado en el derecho y la presencia militar) a la violencia de conciencia de sí y para sí de los desposeídos. El resultado fue el ejercicio de una violencia que en aquel entonces llamábamos “emergente y productiva de las condiciones subjetivas de la revolución”.

Es en este momento que los estudiantes adquieren una voz y un cuerpo político. Comenzó la represión y, con ella, llegaron los primeros mártires estudiantiles. Sangre derramada, mártires, encierros y torturas fueron la respuesta del gobierno, hasta desembocar en la dictadura cívico-militar con la participación activa de dirigentes de los partidos tradicionales.

Algunas reflexiones con el diario del lunes

Muchas de las consignas del 68 hoy son leyes aprobadas por la mayoría de los parlamentos democráticos republicanos. En ese sentido, en Uruguay el gobierno del Frente Amplio ha cumplido con algunas de ellas. Hoy los autoritarismos están mal vistos y ocupan un lugar denostado dentro del lenguaje de lo políticamente correcto.

Sin embargo, lo esencial del mensaje del 68 fracasó. Su esencia puede resumirse en una sola frase: descentralización y diseminación del poder (democratización creciente) en los agentes colectivos de las comunidades. En el mismo germen de la izquierda se encuentra ese bichito de la búsqueda de la seguridad del aparato del Estado, ya que el común de la población son sospechosos de ser idiotas. Entonces el Estado (en su forma burguesa o en la pastoral marxista) se hace cargo de cuidar a los idiotas, que son la mayoría del pueblo. Por lo tanto, se acrecienta el poder de los aparatos en detrimento de la gente.

El recurso de la generación del 68 fue el ejercicio de la violencia ante la violencia del aparato del Estado y las corporaciones financieras. Ese recurso, que se justificó de muchas maneras –toda la literatura marxista y anarquista está allí para dar esa fundamentación–, resultó, a la larga, muy pernicioso para la generación al crear un colectivo sufriente y lleno de pérdidas. Por eso la generación del 68 es una rebelión, es un pasaje a la acción y el acto que conlleva su destrucción y posterior victimización. La violencia del 68 fue contestataria de la otra; sin embargo, esto no quita que algunos integrantes de esa generación albergaron dentro de sí el mismo tipo de comportamiento autoritario que denunciaban.

Tardamos unos cuantos años en darnos cuenta de que éramos el reverso del espejo del amo. Aun hoy, en el presente, hay compañeros de aquella generación que están en el ojo del amo justificando su accionar administrativo-burocrático en función de un gobierno que se tilda de izquierda-progresista.

Quienes aprendieron bien la lección de la generación del 68 son las nuevas formas del control, la dominación y la distribución del poder; crearon una megaburocracia teocrático-cibernético-financiera que reglamenta los sistemas del juego capitalista, en la que todos quedan atrapados.

¿Qué estamos recordando entonces? ¿Una mística del sacrificio? ¿Una idealización extrema de nosotros mismos y nuestros héroes? ¿Fuimos absorbidos (abducidos) por el sistema? ¿Será que lo que resta es una micropolítica?

Quiero rescatar algo para nosotros, los del 68. Una paideia, un ethos. Como Espartaco, nos rebelamos. Eso, sí, es profundamente nuestro. La denuncia y la crítica a todas las formas del autoritarismo y nuestro grito de libertad.

Joaquín Rodríguez Nebot es psicólogo y docente de la Universidad de la República.

Este artículo es un fragmento de la ponencia presentada por el autor en las jornadas sobre mayo del 68 organizadas por la Facultad de Psicología de la Universidad de la República.