En 1968 el mundo estaba en ebullición. Cambios acelerados y la noción de que todo podía cambiar rápidamente sacudían muchas áreas a la vez, desde la economía hasta la cultura (y, en esta, desde la sexualidad hasta el arte). Los nacidos después de la Segunda Guerra Mundial inventaban diversas maneras de ser jóvenes que, en el marco de una incipiente globalización y pese a importantes diferencias, esbozaban un “nosotros” inédito. Entre la terrible naturalización de la violencia política y las reacciones pacifistas sabemos quién ganó la pulseada: en América Latina, sin ir más lejos, poco después comenzaron largas dictaduras terroristas. Pero en otros terrenos los cambios abrieron camino a nuevas formas de conciencia y de relación con el mundo; a otras maneras, por ejemplo, de ser mujer o de ser izquierdista. Sin embargo, medio siglo después, hasta los más jóvenes de aquellos jóvenes son ya veteranos. ¿Qué podemos aprender, rescatar o rechazar, ahora, de lo que vivieron? Por ahí explorarán las notas de Dínamo en este mes de mayo, que quedó como símbolo del simbólico 68.


Cómo construyó la sociedad mexicana el recuerdo de mayo del 68 y de la matanza de Tlatelolco; cómo las sucesivas generaciones mexicanas estuvieron marcadas por aquel acontecimiento; cómo se articulan en México la represión política y la lucha contra el narcotráfico. Sobre estos temas conversó Agustín Cano, doctor en Pedagogía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y uno de los responsables del sitio Hemisferio Izquierdo, con Massimo Modonesi, profesor titular de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y coordinador de la Asociación Gramsci de México.

¿Cuáles fueron las principales consecuencias del 68 mexicano y de la masacre de Tlatelolco? ¿Cómo juegan las memorias sobre el movimiento estudiantil y su brutal represión en la política mexicana?

Antes de eso, hay un debate más historiográfico que no voy a desplegar en todas sus implicaciones, pero que es importante tener en cuenta. Antes de hablar de la actualidad, habría que ver qué tanto el movimiento del 68 tuvo ese impacto democratizador que se le fue atribuyendo a lo largo de la historia. Es un debate delicado, porque está construido bajo el supuesto de la centralidad política de la transición a la democracia desde los años 80 para acá. Es decir, se asume que el movimiento del 68 fue sustancialmente un movimiento democrático: por derechos civiles, por la democratización. Lo cual es cierto. Sin embargo, ahí se le quita el papel más revolucionario propio de aquella generación, una generación surgida al calor de la revolución cubana, de la esperanza del socialismo, armada con el filo crítico del marxismo. No quiere decir que toda esa generación fuera eso, ni que todo el movimiento de 68 fuera eso; hay, sin duda, una parte liberal-democrática, empezando además por las fracciones más ligadas al profesorado. Entonces, por ese lado tenemos un impacto en el sentido de que la agenda del 68 es aceptada como el inicio de un empuje democrático. Y es aceptada por fuerzas que hoy son absolutamente liberales, neoliberales. Hubo momentos en los que [Vicente] Fox y el PRI [Partido Revolucionario Institucional] reconocieron eso; se normalizó el recuerdo del 68, cuando antes aquella generación fue construida desde el poder como unos subversivos, comunistas. En su momento, lo primero que dijeron fue que era un complot comunista y arrestaron a dirigentes de las juventudes comunistas, en medio de la tensión comunismo-anticomunismo. Luego se desdibujó eso y se construyó el eje democracia/autoritarismo, un clivaje que existía pero que no era el único, y sobre él se genera una versión unánime de que el 68 fue un evento importante en la historia mexicana. Se le quitaron las aristas más problemáticas. Las consecuencias se miden en el terreno democrático, cultural; en una sociedad profundamente católica como la mexicana se construye la idea de que hubo jóvenes de clase media portadores de ciertas liberalizaciones de usos y costumbres. Por otra parte, el tema de la brutalidad, de la represión, ocupó un lugar tan fuerte que incluso desdibujó el estudio del movimiento; el movimiento del 68 es estudiado como acontecimiento represivo –Tlatelolco– más que como movimiento.

Luego de 1968, el aparato represivo del Estado mexicano, lejos de desarticularse, se ha fortalecido, y ha adquirido nuevas características a partir de la estrategia de “lucha contra el narcotráfico”. La masacre de Iguala, en 2014, quizá sea el evento que expresa con mayor dramatismo esta situación. Y está cargado de simbolismo, porque los estudiantes de Ayotzinapa se estaban movilizando para concurrir a Ciudad de México a un nuevo aniversario de Tlatelolco. ¿Cómo se articulan en México la represión política y la lucha contra el narcotráfico?

La cuestión del narco instala otros formatos, otro contexto, que difícilmente se puede asociar con el que se vivió en el 68. Sin embargo, el hilo conductor es el hecho de que hay represión política en México hoy, y de que detrás de la guerra contra el narco se cobija toda una estrategia represiva que es diversificada; justamente, no tiene que ver con el formato de Tlatelolco, porque Tlatelolco fue el acontecimiento inesperado, una pérdida de control del Estado en la represión. Eso de reprimir jóvenes, clase media, en plena ciudad, se trató de evitar antes y después. Ese no es el formato que adopta el gobierno mexicano. El gobierno mexicano prefiere cooptar y desviar en la ciudad, y en las provincias, la represión adquiere formatos más clásicos, más brutales, que se combinan también con la propia estrategia contra el narco. Y todo está construido para ser opaco: ese clima de violencia legalizada que se vive en el país hace que sea difícil determinar hasta dónde exactamente llega esa estrategia. Pero sin duda hay esa trenza de represión política y lucha contra el narco; la lucha contra el narco es muchas veces una simulación, porque detrás de ella se están cobijando alianzas, impunidades, complicidades.

¿Qué potencias o novedades políticas han surgido como resistencias o subversiones al estado de cosas desde el movimiento estudiantil y las izquierdas mexicanas después del 68?

Sin duda, el golpe del 68 pesó. Y pesó no sólo porque golpeó concretamente, mató, encarceló, sino que también alzó los costos de la movilización, generó miedo. Por otro lado, generó desviaciones hacia otros formatos de lucha. Muchos de los sectores más radicalizados del proceso se trasladaron hacia formas de lucha más directa, menos en clave de petitorios y más en clave de lucha social. Unos se fueron al campo, otros se fueron a la guerrilla, otros a las fábricas. Hubo como una distribución de los esfuerzos militantes, que fueron anclándose socialmente hacia otros espacios. Eso ya no produce ese efecto del movimiento democrático, que tiene una centralidad mediática, sino una difusión de las luchas, que es algo propio de la época pos 68. Son luchas más sectoriales, algunas más radicales: ahí se nota más el giro revolucionario marxista y socialista, que ya estaba en el 68 pero que va decantando en ese traslado a otras luchas. Después, la cuestión es qué tanto el movimiento estudiantil, del 68 hacia acá, se mantuvo de pie y ofreció un frente importante de lucha en México. Eso es delicado, porque el movimiento estudiantil tuvo momentos de presencia significativos. Hay una generación del 68, pero también del 86-88, que está ligada al movimiento del Consejo Estudiantil Universitario en la UNAM y a la candidatura de Cuauhtemoc Cárdenas que luego confluye en el PRD [Partido de la Revolución Democrática]; una lucha victoriosa, también democrática, una lucha muy inteligente, que logra frenar las reformas mercantilizadoras y privatizadoras que se quisieron implementar, pero que tampoco logra dar un paso más. Luego pasamos a la generación zapatista: los mismos jóvenes del 88 van a estar moviéndose hacia Chiapas en el 94. Son jóvenes que se formaron en el contexto zapatista, de la mano de ciertas formas más horizontales, más plebeyas, que no existían en el 86. Es una generación atravesada por el impulso y los límites del zapatismo, y por el retorno de una izquierda desde abajo, porque ya el PRD para ese entonces se había instalado en el gobierno de la Ciudad de México, los dirigentes ya se habían institucionalizado, y hay una reacción con respecto a eso. Por lo tanto, el perfil de esa nueva camada quiere mantener una distancia clara respecto del Estado y su capacidad de cooptación. Luego hay un salto muy grande: de la generación zapatista, que de alguna manera termina en 2001, tenemos que llegar hasta 2012-2014. Esta última generación, que no tiene nombre –podríamos llamarla “de los indignados”–, es una generación que se moviliza de manera muy intensa y que se politiza, bajo formatos que ahora no puedo desagregar. A diferencia de las generaciones anteriores, no es fácil detectar una única matriz político-ideológica. Yo no creo en la hipótesis de que las redes lo expliquen todo, no creo en la hipótesis de que el formato efímero del simple acontecimiento lo explique todo, aunque también hay que reconocer que no es una generación particularmente organizada ni particularmente ideologizada, en el sentido clásico de la palabra. Pero es una generación que está ahí: son los herederos del 68. Es una generación que vale la pena estudiar y contemplar en lo político, porque es la que puede cambiar este país.