Balance y perspectivas de los progresismos

Avances sociales, reformas estructurales, cambios culturales. Fin de ciclo, derrotas, parates, fracasos puntuales, continuidades. Se puede caracterizar de muchas maneras la suerte de los progresismos de la región en el siglo XXI. El propio término “progresismo” no tiene una definición unívoca, como tampoco es clara su relación con las izquierdas. Este mes, en Dínamo, nos abocaremos a realizar balances del período que sirvan de base a nuevas concepciones y propuestas de transformación social.

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En momentos de debates sobre “el fin del ciclo progresista” en Uruguay y la región, quiero poner el foco en el ahora de nuestro país. Lo defino como una situación en la que importantes sectores sociales viven los límites del proyecto frenteamplista. Esta percepción, que tienen parte de quienes respaldaron al Frente Amplio (FA) y militantes de izquierda, se manifiesta de variadas formas.

Estos “límites del proyecto del FA” aluden a la falta de respuesta a demandas y expectativas, así como a dudas sobre su capacidad transformadora y su vigencia en el futuro. Se expresan en la desmovilización y el repliegue de militantes y votantes del FA, en un clima de malestar y falta de esperanzas. También en la perplejidad o el enojo de militantes políticos, sindicales y sociales ante muchas decisiones del gobierno y del FA.

Parto del supuesto de que en los gobiernos del FA ha habido importantes avances en derechos, condiciones de vida y un largo etcétera que no desarrollo pero que es la base también para pensar los problemas actuales. Pese a esto, la pérdida de iniciativa del FA, el freno del avance en derechos y de la concreción de propuestas programáticas señalan un estado de situación que debe ser para la izquierda una alarma roja.

El fin de un tiempo

Estos límites del proyecto del FA también explican en parte la participación de algunos productores agrícolas familiares y pequeños en el movimiento de los “autoconvocados”, liderado por sectores poderosos que tienen intereses diferentes. Los grandes terratenientes y el empresariado del agro con poder económico, en momentos de disminución de los precios de los commodities, quieren más y hacen público, por medio de reclamos y de una política ofensiva, que el tiempo del acuerdo de no agresión entre el gobierno del FA y el gran capital ya está llegando a su fin.

El proyecto de país del gobierno frenteamplista ha supuesto el enriquecimiento de los grandes capitales al mismo tiempo que aumentan los salarios y las políticas sociales. Este acuerdo de no agresión al gran capital ya no es sostenible en una coyuntura que no es de derrame económico.

La orientación económica que ha sido hegemónica en el gobierno del FA ha hecho una apuesta al equilibrio macroeconómico y a la inversión extranjera directa, sin avanzar en reformas estructurales que permitieran cambios en la matriz productiva para sentar las bases de un modelo de desarrollo alternativo. Con la disminución de los precios de los commodities y de los ingresos del Estado, esta orientación hizo la opción de ajustar el Presupuesto nacional, disminuir el gasto social y cambiar las pautas salariales. La afirmación de esta orientación económica no se hizo sin fuertes debates y diferencias.

La elitización de la política y la primacía de la gestión

En el campo de la participación política y la toma de decisiones hubo un primer momento de iniciativas transformadoras y de promoción de la participación popular. Luego, este proceso se frenó. Se concentraron las decisiones en el Poder Ejecutivo y el equipo económico, dejando a la fuerza política y a la bancada parlamentaria en un lugar secundario. A esto se sumó la institucionalización de la acción política y de muchos cuadros frenteamplistas, que tuvo un efecto de elitización de las decisiones, lo que permitió que la acción desde el Poder Ejecutivo fagocitara el accionar de la orgánica del FA, así como el desarrollo de una tecnocracia estatal con peso en las decisiones, que desplaza los debates políticos a debates de gestión. Todos estos factores favorecieron el alejamiento del FA de las organizaciones sociales y de la sociedad.

A ese proceso se sumó la ausencia del FA en la lucha ideológica en temas centrales de la sociedad. Han sido los movimientos sociales los que han dado grandes batallas ideológicas contra la impunidad, la baja de la edad de imputabilidad, de derechos de las mujeres, de la diversidad sexual, etcétera.

Lo que se ha logrado hasta ahora en derechos, en mejora de la calidad de vida de la gente, en la agenda de derechos, ha sido resultado de la acción del gobierno, del FA y también de múltiples actores sociales. Desde las leyes obreras, los aumentos salariales, hasta las conquistas barriales, las leyes de salud sexual y reproductiva, de salud mental, las viviendas cooperativas, el juicio y prisión de varios represores de la dictadura, son resultado también de acumulaciones, de elaboraciones programáticas y luchas del movimiento sindical, cooperativo de vivienda, feminista, de derechos humanos, de la diversidad sexual y muchos otros actores colectivos. El debilitamiento o la ruptura de los lazos entre el FA y los actores colectivos sociales ha sido un factor de desgaste y desacumulación del proyecto frenteamplista, así como es un problema central para posibilitar el avance del proceso de cambio.

¿Y ahora qué?

Para enfrentar a la derecha y superar los límites del proyecto, para recuperar acumulación política, el FA debe afirmar su opción por los trabajadores y las grandes mayorías nacionales, y reconstruir el vínculo con los movimientos sociales. Para ello debe, en el corto plazo, responder a las demandas pendientes en temas prioritarios como educación, trabajo, vivienda, salud, impunidad y violencia de género, entre otros.

Esto implica, en un contexto de restricción económica, contestar: ¿de dónde deben surgir los recursos necesarios? Supone avanzar en gravar al capital con el criterio de que pague más el que tiene más, revisar exoneraciones, procurar justicia en la seguridad social mediante un tributo a las altas jubilaciones militares para la reducción del déficit de la Caja Militar, entre otras medidas.

Si el FA no toma el camino de afirmarse con su base social como proyecto de izquierda, si no toma la ofensiva y define una agenda propia, el movimiento popular será el que reaccione para exigirle respuestas y perderá prestigio –sobre todo ante las nuevas generaciones y los sectores más vulnerables– como fuerza política que es expresión de un proyecto de izquierda, así como se debilitará una acumulación política construida en el transcurso de largos años de lucha.

Superar los límites del proyecto político del FA implica poner en cuestión ideas y rumbos, y contribuir en la elaboración de un programa de transición con renovadas perspectivas estratégicas de transformación. También autocriticarse. De la experiencia de estos años aparecen problemas que exigen dar saltos en calidad en las propuestas, que nos decidamos a tocar estructuras e intereses que son la base de las desigualdades y frenos para la concreción de alternativas.

Así como en otros momentos históricos han sido actores sociales colectivos quienes se han planteado nuevas propuestas programáticas y de acción, hoy vemos al movimiento sindical, de mujeres, de derechos humanos, ambiental, al cooperativismo de vivienda, organizando plataformas, procurando nuevas articulaciones y propuestas innovadoras con capacidad de incidir en el FA y en el gobierno. Emergen espacios nuevos de pensamiento, de lucha; se construyen nuevos diálogos que contribuyen a construir caminos nuevos del proyecto de transformación de izquierda. Recuperar el vínculo del FA con estos actores sociales es crucial para asumir los desafíos del salto en calidad que la hora exige.

Brenda Bogliaccini integra el Secretariado Ejecutivo del Partido por la Victoria del Pueblo y es militante social en el oeste de Montevideo.