La política debería ser una de las actividades humanas más importantes y más nobles. La democracia debe ser principio, forma y medio de dirimir las diferencias en el país y en los partidos. La competencia y la confrontación de proyectos, el debate y la exposición de las diferencias siempre enriquece, porque hace a la esencia de la política y de la democracia. Desgraciadamente, los debates y los problemas son negados por aquellos que deberían promoverlos; son ocultados por quienes deberían ponerlos a la luz.
El debate por candidaturas debería ser distinto. Uruguay, la región y el mundo están en un momento de quiebres y transformaciones que debemos discutir. Quiebres ante el avance de las derechas, debidos en gran parte a los errores de las izquierdas; debates porque hay problemas y proyectos para los que no se encuentran soluciones adecuadas y dejan los proyectos progresistas a mitad de camino, entre la esperanza y la desilusión.
Centrar la decisión de una candidatura sólo en el “fulanismo” es un síntoma de ese estancamiento de “mitad de camino”. Levantar nombres sin proponer un proyecto y un programa pervierte la política, nos retrotrae a modalidades superadas y negativas, y atenta contra lo que la izquierda predicó durante toda su historia. Esto no quiere decir que las personas no sean importantes. Los liderazgos determinan los rumbos. Si no hubiera aspirantes a las funciones, si la política se reservara a personas poco capaces, si decayera el nivel de parlamentarios y autoridades, sufriría la ciudadanía por la impericia, por la incapacidad, eventualmente por la desidia, cuando no por la venalidad de aquellos. Por eso la decisión ciudadana es una cuestión de futuro. No interesarte por estos temas te condena a que decidan por vos los que sí se interesan.
Las derechas, incapaces de proponer algo, apuestan a la despolitización. Igualar todas las ideas y todos los partidos degrada a la democracia y abre la puerta a soluciones “antipolíticas” que siempre terminaron mal. Cuando se nos prometieron aventuras moralizadoras y disciplinadoras para “terminar con los políticos” fue peor. Más corrupción, dictadura, represión, muerte y peor gestión.
Por eso, para los ciudadanos, elegir debe ser siempre una forma de decidir, y para los candidatos, una oportunidad para expresar proyectos y propuestas. Más aun, la obligación de hacerlo.
Olvidar eso es pervertir el sentido primordial de la democracia y del progresismo.
Gente y propuesta
Para un conservador, una responsabilidad política es parte de una “carrera de honores” en dirección a conservar y reproducir el statu quo, fundado en el precepto de que las injusticias se pueden limar, pero nunca superar. Se plantea administrar la desigualdad para que nada cambie.
La izquierda es su némesis, o tendría que serlo. Si hay algo que debe, debió y deberá distinguir a la izquierda es el voto por ideas, por programa. Luego o simultáneamente, esas ideas, ese programa, se objetivan, se encarnan en un nombre, pero nunca debe ser al revés. Priorizar al “fulano” y no a la propuesta te vuelve peligrosamente un burócrata, y así te identificas con tu contrario, con lo que siempre negaste. De ahí a transformar la política de izquierda en un gran “no toquen nada” hay un paso.
Queremos votar por nuevas ideas, por ideas de futuro. No queremos votar por la pertenencia del candidato a un determinado sector o por oposición a otro candidato de otro sector. Ni aceptamos votar simplemente “en contra”, ni al ganador sin propuestas, ni a un retrato o un nombre. Queremos votar compañeros con ideas y actitud de transformación, que exprese un cambio etario, que refleje de alguna forma todos los derechos de cuarta generación que hemos ganado en los últimos años. El género es una de las claves en la propuesta y en la fórmula, como lo es el compromiso de seguir avanzando en ese sentido, pese a quien pese.
Es necesario subrayar que nunca Uruguay estuvo mejor en todos los órdenes que durante los gobiernos del Frente Amplio (FA). En particular, “los más infelices” fueron beneficiados, pero la mejora fue extensiva a toda la sociedad. No abundaremos en cifras e indicadores.
Pero eso no quita que hay áreas en las que los errores y los malos resultados son notorios. Educación y seguridad no son “manija” de los medios y de la oposición. La frustración en estas áreas es tangible y responde a malos diagnósticos, errores programáticos y cierta soberbia para aceptar los yerros. ¿Qué van a proponer los precandidatos sobre estas cuestiones?
¿Podemos darnos el lujo de la autocomplacencia? ¿Sólo podemos desarrollarnos por acumulación? ¿No son necesarios y posibles saltos, innovaciones, salirnos del molde de lo juicioso y políticamente correcto?
Sería terrible que el FA ganara por ser “el menos malo” y no por su audacia en propuestas, en cambios, en las maneras de explicar la realidad.
La interna frentista
En la elección de los precandidatos no deja de hacer ruido la democracia interna. Los nombres serán ungidos por un Plenario frentista elegido por 90.000 frenteamplistas que propondrá los nombres al Congreso. Sabemos por experiencia, además, que los delegados al Congreso son elegidos por menos de 10.000 frenteamplistas en sus comités de base.
No es un procedimiento participativo ni democrático. Nada de lo actuado augura la mejor elección para el FA, para los frenteamplistas, para los ciudadanos, para el Uruguay.
Estamos a tiempo de corregir.
Sería muy sano que alguno de los precandidatos autonominados o nominados por los “líderes” presente propuestas, aclare las formas de ejecutarlas, garantice maneras democráticas y plurales de proceder. Y, principalmente, que se comprometa con cambios hacia adentro del FA y hacia el país, que tanto necesita aclarar las áreas en las que los gobiernos de izquierda hicieron agua. También sería saludable la aparición de nuevos candidatos no “apadrinados”.
Las derechas juegan a desgastar a la izquierda para volver, sin propuestas sociales, económicas ni democráticas. Si lo logran, la revancha será impiadosa. El FA no puede darse el lujo de perder, pero para continuar tiene que cambiar. De lo contrario quedaríamos atados a esas formas de hacer política que tanto combatimos y que, al combatirlas, nos hacía ser más de izquierda y más claros acerca de lo que queríamos como partido y para la sociedad.
La inercia burocrática es nuestra muerte. Ya muchos se han vuelto escépticos. El desafío del FA es recuperarlos y ganar más espacios rescatando, de verdad, su esencia inicial, su discurso original. Decir las cosas de manera clara sólo genera ganancias para la gente, para los partidos y para sus líderes. Esa nueva forma de hacer política es la clave del siglo XXI. Quienes piensan sólo en su asiento quieren tratar en reserva los grandes problemas. No entienden esta nueva época que parió una nueva forma de hacer política y será la partera de una democracia cada vez más verdadera. Si la izquierda no lo entiende, puede perder el tren de la historia. Y hay muchos ejemplos que lo advierten.
Enrique Canon es Director Nacional de Aduanas. Fernando López D’Alesandro es docente del CERP y de la Universidad de Montevideo.