El miércoles, toda la bancada del Frente Amplio en el Senado impulsó una declaración, aprobada finalmente por unanimidad, que de forma clara e inequívoca responsabiliza al gobierno de Daniel Ortega por la represión y violencia desatada contra su propio pueblo.
El mismo día culminaba el encuentro del Foro de San Pablo (FSP) con una declaración en el sentido contrario. Los hechos de Nicaragua, que generan la indignación y el repudio del mundo, son referidos a la acción de la derecha terrorista y golpista que aplica el plan de intervención de Estados Unidos a nivel continental, para derribar el proceso de transformaciones sociales impulsado por Ortega y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Por tanto, por petición de principio, todas las acciones del gobierno de Nicaragua están justificadas y están igualmente condenadas todas las acciones de quienes se oponen a este.
¿Cómo se puede explicar semejante posición, a contrapelo del sentido común democrático? ¿Cuáles son los presupuestos para llegar a tales conclusiones en una organización como el FSP, que en su momento representó un ámbito plural de renovación unitaria que, asumiendo el fracaso del socialismo real, buscaba caminos democráticos para la izquierda continental?
Son, fundamentalmente, tres. El primero hace referencia a la visión global del mundo contemporáneo. El segundo, al estilo discursivo, que no es un asunto meramente formal sino que tiene que ver con la ideología. El tercero, a la concepción de la democracia.
Respecto del primer punto, si bien no se explicita una definición de la contradicción principal del mundo contemporáneo, como lo hacía la izquierda tradicional, hay una visión implícita dominante. Para el FSP, es la oposición entre Estados Unidos versus Rusia y China. A Estados Unidos, solo y a veces asociado a Europa y Japón, se lo caracteriza identificándolo con el imperialismo o el capitalismo, y a las otras dos potencias, si bien no se las caracteriza explícitamente con el socialismo, se las presenta como alternativa opuesta al imperialismo y a Estados Unidos.
Pero resulta que Rusia es capitalista, Vladimir Putin es un nacionalista de derecha y su política es conservadora y represora en lo interno e imperialista en su área de influencia, además de financiadora de la extrema derecha europea.
China es socialista sólo de nombre. Es una formación económico-social sui generis de dominancia capitalista y también es imperialista, tanto se entienda al imperialismo en la clásica acepción marxista (Lenin, Hilferding, Luxemburgo), es decir, como la necesidad del capitalismo que ha llegado a cierto nivel de desarrollo de expandirse y actuar a una escala mayor, como si se lo entiende en clave de dominación y hegemonía.
Para el FSP, todo lo que favorezca a Rusia y China es favorable, así como todo lo que se oponga –aunque sea sólo en el discurso– a Estados Unidos alcanza para justificar cualquier acción y para acusar a los adversarios –con o sin fundamento– de ser influenciados por los estadounidenses.
Estas consideraciones no permiten negar las acciones o los crímenes del imperialismo occidental o el hecho de que la presencia de Rusia y China en un mundo multipolar no son el polo de la contradicción que nos va a salvar del imperialimo, pero son un factor positivo a tener en cuenta en los equilibrios y en los diálogos multilaterales para la construcción de un mundo diferente.
Nosotros caracterizamos la situación actual como una crisis civilizatoria mundial, cuya raíz fundamental radica en la acción del capital trasnacional y una de cuyas facetas es la competencia interimperialista.
¿Cómo nos paramos ante esa realidad?
Muy brevemente, afirmando la soberanía nacional, buscando la integración regional, apostando al multipolarismo y al derecho internacional. Un mundo equilibrado, con múltiples centros de poder, es preferible a un mundo unipolar, cualquiera sea el polo.
Pero nuestra perspectiva es más radical que la del FSP. El capitalismo global es una totalidad. El camino no pasa por sustituir un imperialismo, un capitalismo, por otro. La opción es socialismo o barbarie, socialismo o fin de la humanidad.
Como estrategia, como camino hacia un socialismo planetario, que en lo inmediato se trata de regular democráticamente el mundo gobernado por los mercados y el capital transnacional, nos planteamos la construcción, paso a paso, de la gobernanza mundial demócratica. O sea, globalizar la democracia para que ella prime sobre los mercados.
El segundo aspecto que mencionamos tiene que ver con el estilo discursivo. Reaparece el tipo de relato que era típico del estalinismo. El que enuncia el discurso, por simple petición de principio, sea porque se lo atribuye, asume como propio un universo totalmente idealizado enfrentado al mal absoluto de sus adversarios. Es un mundo esquizoparanoide.
Esquizo, o sea, escindido entre lo bueno y lo malo, y paranoide porque todo lo malo propio es negado y proyectado al otro campo. Se niegan los errores o las fallas propias, o en todo caso se les atribuyen a la acción del adversario. Si alguien menciona esos errores o fallas, es también agente del enemigo.
En esa lógica, la corrupción, cuando aparece, no se reconoce como una falla propia sino como fruto de la penetración de la derecha. Así no hay lugar para la autocrítica o para superar errores. Si se señalan, se hace el juego a la derecha. Naturalmente, este estilo discursivo no es inocente, es pura ideología en el sentido marxista del término, o sea, al servicio de la justificación de intereses. Busca intimidar, perseguir, autocensurar, para mantener en el poder a actores, grupos o partidos, que por supuesto se justifican invocando intereses universales o nacionales o de clase contra la derecha identificada con todos los que pueden criticarlos o enfrentarlos.
Y esto nos conduce a la tercera diferencia, ligada a todo lo anterior: el relativismo de la democracia, a la que se presenta como un instrumento y no un fin en sí misma.
Las primeras ediciones del FSP criticaban al socialismo real y planteaban el valor universal de la democracia. Parecería que, junto con las dificultades a nivel económico y la pérdida de apoyos ciudadanos en algunos sectores, se produce la vuelta nostálgica a las seguridades de concepciones autoritarias que han fracasado.
La lección que dejó la historia es inapelable: cuando en aras de defender la igualdad se pierde la libertad, al final se pierde también la igualdad, porque los que detentan el poder terminan explotando a los trabajadores y a la población en provecho propio.
Manuel Laguarda es integrante del Comité Ejecutivo del Partido Socialista.