En el debate de la izquierda latinoamericana de los años más recientes –y esto se manifiesta a propósito de Nicaragua– ha reaparecido una postura que, invocando el interés de supuestos sujetos colectivos, relativiza los derechos humanos y la democracia. En última instancia, se cuestiona la autonomía de los sujetos individuales a la hora de ejercer sus opciones políticas y los derechos correspondientes, en aras de la defensa de estos sujetos colectivos que invoca e interpreta el poder de turno.
Todo esto vuelve a convocar a los temas centrales de la filosofía política: la democracia, la autonomía personal y su relación con los procesos sociales.
Condenar al individualismo burgués, solipsista y egoísta, que conduce a la patología narcisista y a la pérdida de sentidos para la vida humana –ya que los sentidos se construyen y se alcanzan con los otros–, no debe implicar condenar el ideal emancipatorio de la autodeterminación del individuo.
El socialismo, y eso está muy claro en la obra de Karl Marx, es hijo y heredero de la herencia de la Ilustración y de su ideal emancipatorio. La razón y el conocimiento de las trabas seculares que desde la sociedad y desde el interior del individuo nos impiden ser libres son el primer paso para la acción de derribarlas y avanzar en la construcción de ese ideal de libertad. O sea, construimos una sociedad superior para que puedan desarrollarse personas mejores y más libres.
Hay, por tanto, un individualismo socialista, opuesto al individualismo burgués, cuyo desarrollo es el objetivo del socialismo.
Ese nivel de autodeterminación personal no puede subordinarse a una construcción metafísica inventada e invocada por el poder de turno –los supremos objetivos nacionales, o cualquier otro “sujeto colectivo”–. En democracia, para invocar al pueblo, a los trabajadores o a la nación, hay que tener el respaldo de acuerdo a reglas de derecho de la mayoría de los sujetos individuales que son los titulares de la soberanía. Desde estas reglas se puede regular el acceso a los bienes sociales. En caso contrario, la mera invocación a tales sujetos colectivos puede justificar la dominación y la explotación de una minoría encaramada en el Estado.
Todo esto no se opone a considerar que la individualidad humana se construye desde los vínculos sociales. Los sujetos sociales –la clase trabajadora y el bloque popular alternativo– se construyen desde la lucha social y política, en la articulación de demandas de diversos sectores y en la formulación de un discurso que nombre y ordene la realidad. Ese es nuestro objetivo –construir lo que Antonio Gramsci llamaba hegemonía–: superar la fragmentación social y constituir el sujeto de los cambios.
Algunas veces se asocian los derechos individuales con un imaginario individualista a ser superado; de esta forma se los desvaloriza y se abre la puerta a perspectivas no democráticas. Esto es retroceder a concepciones de “democracia orgánica”, en la que los derechos estaban en el todo orgánico de la nación, ubicada esta por encima de los individuos, como teorizaban los totalitarismos del siglo pasado.
El socialismo toma distancia del liberalismo (no sólo del neoliberalismo) porque entiende que los derechos políticos no pueden limitarse, a diferencia de los económicos. Considera que, en cada momento, la voluntad democrática puede limitar al mercado, pero esto implica la plena vigencia y el ejercicio de los derechos políticos.
El proyecto socialista no se limita al desarrollo económico y a la distribución, con toda la importancia que esto tiene. Es sustancialmente un proceso de profundización democrática que se afirma en lo político y se extiende progresivamente a lo económico social, de tal manera que la democracia prima sobre la lógica del capitalismo. Y junto a esto es el desarrollo de la hegemonía, como nuevo sentido común, en torno a otra escala de valores que orientan a la sociedad, lo que implica la lucha ideológica y cultural contra el individualismo posesivo, consumista y burgués.
No se trata de plantearnos etapas con diferentes actitudes ante los derechos y la democracia, sino de afirmar que la autodeterminación de los sujetos y la capacidad de elegir no se detienen ante lo económico-social.
Los valores fundamentales son el ejercicio de la democracia, la vida digna y la autonomía personal. Para asegurarles a todos esos bienes imprescindibles hay que imponer límites y controles, y por tanto la propiedad privada no puede ser inviolable o sagrada y los derechos económicos deben estar limitados por la voluntad democrática, expresada en la ley y en el derecho.
Algunas concepciones invocan una premisa cierta –la construcción del sujeto desde la sociedad– para preconizar la superación de la libertad como ejercicio individual de derechos. Se confunde el proceso de la construcción de los sujetos –o sea, el nivel descriptivo– con el nivel normativo, es decir con el reconocimiento, la validación y valoración de esos sujetos.
Podemos tener en nuestra comprensión de la constitución del sujeto individual, y por supuesto también en la constitución de los sujetos colectivos, una postura que se denomina holismo metodológico –entenderlas como procesos de construcción social– junto con una postura de individualismo ético que jerarquiza al ser humano y su individualidad. Esto implica considerar que los derechos humanos son un producto de la evolución social y a la vez, por opción ética y valorativa, son fundamentales y no pueden ser conculcados por el poder político.
También se puede admitir que para algunos derechos, como preservar el medioambiente como bien para las generaciones actuales y futuras, el sujeto es colectivo.
La lucha por el socialismo implica profundizar la democracia y los derechos, y estos siempre benefician al individuo en su realización como ser humano. Perder de vista que la persona es sujeto de derecho nos hace entrar en un camino peligroso. Si fuera así: ¿Quién evalúa cuál es el derecho válido? ¿La élite iluminada? ¿El Estado totalitario?
Es verdad que la libertad, como ejercicio individual de derechos, no se limita a la “no interferencia de otros”, a la ausencia de coerción, lo que se llama también “libertad negativa”. Hay que incluir a las llamadas libertades positivas, que implican la capacidad de poder hacer, o en otros términos, el conjunto de derechos económicos y sociales. Si aspiro a igual libertad para todos, tengo que distribuir los bienes sociales para garantizar esos derechos. El ejercicio de todas las libertades implica determinadas condiciones sociales que se conquistan por medio de la lucha.
Manuel Laguarda es integrante del Comité Ejecutivo del Partido Socialista.