Días atrás, por primera vez una voz política salió afuera del coro de acuerdos para mostrar que el proyecto de la terminal fluvio marítima del dique Mauá está en un contexto, el de Montevideo, y en un barrio, el Barrio Sur. Y se preguntó cómo era posible decidir proyectos de tal envergadura sin considerar a las fuerzas vivas locales.

La Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) y el Departamento de Antropología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Universidad de la República, Udelar) han colaborado con vecinos de la zona en varias ocasiones desde la década de 1990, cuando el peligro de gentrificación era lejano y se pensaba sobre todo en mejorar las duras condiciones de vida en el barrio. Hemos confirmado, con el transcurso del tiempo, que la riqueza principal de Barrio Sur es su gente, el sentido de pertenencia al barrio, reforzado por la historia de resistencia del candombe, que lo ha definido como una comunidad de referencia para toda la ciudad. La clara correlación entre el patrimonio material-arquitectónico y su patrimonio inmaterial –es decir, entre las personas que habitan el barrio y sus prácticas culturales, su arquitectura y su paisaje– ha sido clave en su historia de autoorganización y en su resistencia a los desalojos.

Hoy se discute sobre la conveniencia o no del proyecto del puerto de Buquebus en el dique Mauá. Algunas hipótesis dicen que está allí para dejar lugar al desarrollo del puerto de carga para UPM en la bahía, que hubiera sido mejor instalarlo en Capurro, tal como era la idea original, que se proponía revitalizar zonas realmente deprimidas. Otros consideran que, aunque se trata de un punto inmejorable, es necesario poner atención a aspectos paisajísiticos, patrimoniales y sociales, y se sorprenden ante la velocidad y las pocas garantías desde el punto de vista del impacto urbano que se han exigido al inversor Juan Carlos López Mena.

Si analizamos en profundidad el proyecto, vemos que la velocidad con la que ha sido aceptado el cambio de ubicación está relacionada con la conveniencia de consolidar el proyecto de regeneración urbana de la zona, llamado en un momento barrio de las artes. Es decir, el mejoramiento y la ocupación de estructuras y casas vacías, que ha comenzado hace unos años con la renovación del teatro Solís, la ampliación de la casa de gobierno y la construcción del edificio de la Corporación Andina de Fomento (CAF), justamente en la franja urbana en línea con el dique Mauá hacia la Rambla Sur.

En la página web del Municipio B se puede leer que se invertirán 25 millones de dólares en la renovación del ex Mercado Central, que estaba en un estado de degradación avanzado. La Intendencia de Montevideo (IM) entregó dicho predio a la CAF para que esta construya, además de su nueva sede, un complejo cultural cinematográfico, con espacios gastronómicos y un estacionamiento subterráneo con más de 300 plazas, y restaure el mítico bar Fun Fun.

La estrategia de la IM de buscar financiadores y dar facilidades para la inversión está en sintonía con las políticas de renovación urbana de varios países en el mundo. Grandes proyectos urbanos, Buquebus y CAF, sumados a incentivos y exoneraciones como los que establece la Ley de Inversión en Viviendas de Interés Social, aumentan las inversiones en proyectos de vivienda privada, que se convierten en una opción para una nueva población de un consumo medio-alto.

Las publicidades que se leen en la web sobre los desarrollos inmobiliarios en el área proponen torres de viviendas para una población en sintonía con el nuevo escenario que se configura. Por ejemplo, en la web del grupo inmobiliario Open Door se declara que la población objetivo es la generación de los millennials, de 18 a 35 años, que consumen monoambientes de alta tecnología, y se muestran fotografías de esos jóvenes contemplando el barrio desde sus amplias terrazas, sus amenities (servicios comunes de gimnasios, parrilleros, salas de reunión en los últimos pisos), sin tener que interactuar con la vida pública en la calle de ninguna forma y contando con seguridad las 24 horas del día. El director de Open Door Inversiones, Eduardo Durán Haedo, declaró al sitio Infocasas: “Toda la zona se revitalizará con alrededor de mil nuevas personas que vivirán en las unidades, lo cual activa los comercios y servicios [...] Esta inyección que están teniendo Barrio Sur, el Centro y Palermo está provocando que otras empresas constructoras se instalen en la zona. Esto genera un sistema de goteo donde un proyecto genera a otro, y cada vez el barrio se pone mejor; en dos manzanas se hacen cuatro edificios nuevos, cada uno con alrededor de 250 personas nuevas viviendo. Así, en diez años el valor de los inmuebles crecerá mucho más”.

Teniendo en consideración estos datos, vemos que con el dique Mauá estamos en presencia de la clásica fórmula neoliberal de desarrollo urbano, es decir, alianza público-privada para grandes obras, que ha desnaturalizado los barrios tradicionales en Nueva York y en todo el mundo. Estas se acompañan en general de una privatización de los espacios vacíos y las tierras públicas, en ámbitos que el Estado piensa no poder financiar y, por lo tanto, a cambio ofrece desregulación o facilidades para las inversiones. No estamos diciendo que el proceso de gentrificación y su inevitable consecuencia de generar altos precios de alquiler y venta sea “planificado” por el gobierno. Estamos diciendo que los capitales internacionales que los promueven conocen cómo funciona, y que los gobiernos deben salir de esta falacia, para comprender y estudiar desde una perspectiva urbanística los impactos reales de estas operaciones especulativas.

Es verdad, Montevideo es una ciudad que resiste. Existe una larga tradición en su gobierno de otorgar acceso a la vivienda, y en los últimos tiempos se ha comprendido que este aspecto debe ser central, para no seguir alimentando la brecha de la segregación socio-residencial. Si tomamos el caso de Barrio Sur, parecería que siempre se ha procurado tener una matriz heterogénea de población, con los conjuntos del Banco Hipotecario de la década de 1970, el CH20, proyecto del Instituto Nacional de Viviendas Económicas, proyectos como Casa Verde, que tutelan el corazón patrimonial en propiedad de la IM, las cooperativas de Covisur, las actuales cooperativas en los ex galpones de lavado de la División Limpieza de la IM, al lado del Cementerio Central. Esto ha permitido, con el paso de los años, un acceso al suelo de familias que no podrían permitirse el costo de estas zonas.

Sin embargo, esto no es suficiente. Desde el punto de vista de la accesibilidad, es importante que se construyan viviendas sociales, como las cooperativas, pero estas tendrán un impacto relativo si las residencias a precio del mercado excluyen a los residentes actuales. Es decir, las segundas generaciones, los hijos y nietos, tendrán que irse del barrio.

Para muestra basta la observación diacrónica de las transformaciones en largos períodos históricos en el resto de la rambla y las zonas costeras de la ciudad, donde se constata una sustitución del tejido social heterogéneo en el que convivían clases populares y clase media por nuevas configuraciones de clase media y media alta en Malvín, Buceo, Parque Rodó y Palermo. En Barrio Sur se nota una lenta expulsión; desde el censo de 1985 se marca un decrecimiento en hogares y población en la zona de hasta -23%, que se estabiliza y vuelve a crecer en los últimos años, por los fenómenos descritos más arriba.

En estos momentos, parecería que la única riqueza de Barrio Sur, desde el punto de vista económico, es vender su suelo a cifras altas. Para hacer esto, el mercado aprovecha necesidades reales, temas de conectividad, centralidad, variedad de servicios, de un barrio que se transformó en “centro” de la ciudad. Pero además, pone una buena cuota de “deseo”, es decir, una de las claves de los fenómenos de gentrificación. Utiliza la memoria, historia e identidad del área, como diría el antropólogo Marc Augé, como una característica que aumenta el valor del producto. Esto se lee en los nombres de las torres propuestas: Alma Sur, Alma Brava, Alma Corso, Alma Duc, Estrella del Sur, en la mención del “encanto” del barrio y en el hecho de que se ponen fotos de las vistas desde sus terrazas, al río, al Palacio Salvo, a los techos bajos de las casas. ¿Esta población contribuirá a la vida social y política del barrio? ¿Ayudará a mejorar veredas y plazas, reactivará el comercio local? ¿Se involucrará con la defensa del espacio público y de las prácticas culturales, como el candombe?

Los community plans: otros desarrollos económicos posibles

Desde la Universidad nos interesa trabajar con las poblaciones en la construcción de alternativas creíbles al modelo económico dominante del llamado “extractivismo urbano”. Como nos explicaba la investigadora colombiana Ana María Vázquez Duplat hace unos meses en los debates Diálogos urbanos en Montevideo, este proceso hace que la ciudad se transforme en un negocio de mera especulación sobre el valor de la tierra, uno de los rubros de inversión con más alto rendimiento, sin importar el impacto urbano y social que produzca.

Necesitamos salir de estos esquemas, pensar el territorio desde otro lugar, escuchar en forma activa a sus habitantes, porque las pistas están también en la inteligencia colectiva y en los recursos de quien habita y tutela los territorios. ¿Estamos seguros de que la riqueza de esta área es sólo su suelo urbano? Pongamos un ejemplo de otros usos posibles que vienen desde la creación colectiva territorial. Desde 2009 hasta 2011, más de 20 agrupaciones locales lideradas por la Casa del Vecino al Sur, en Barrio Sur, y por la Asociación Cultural y Social Uruguay Negro (ACSUN), en Palermo, apoyados por la Asociación Retos al Sur y con el asesoramiento de la Asociación Italiana de Turismo Responsable, se reunieron para pensar cómo colaborar en salvaguardar el patrimonio cultural y material de la zona. Gracias a la declaración de la UNESCO en 2009, que considera al candombe Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, se abre definitivamente el flujo turístico. El candombe es un patrimonio vivo, no un sitio arqueológico; esto implica que en la medida en que los habitantes son expulsados y desaparecen de estos barrios, el patrimonio del candombe perderá una de sus más importantes características: la de ser una verdadera práctica de resistencia cultural de la población afro y una fiesta popular que “viene de adentro”.

En 2009, mediante una planificación comunitaria, los habitantes y las asociaciones del barrio se preguntaron qué economía y qué transformaciones urbanas, físicas y sociales necesarias beneficiarían realmente a las poblaciones asentadas. Se definieron en conjunto las prioridades para el barrio, en su Carta de Objetivos: “a) resolver los problemas de droga, delincuencia, prostitución, VIH, de los jóvenes; b) mantener y transmitir el patrimonio inmaterial, la práctica cultural del candombe que peligra de perder sus valores originales por una excesiva comercialización; c) emancipar a las mujeres que sufren de los efectos de la pobreza, violencia familiar y falta de empleo; d) resolver el problema de acceso de los jóvenes, en particular afro, al mercado del trabajo, a completar estudios y a la vivienda”.

Se trabajó durante varios meses entre vecinos y expertos del Instituto Económico de Turismo de Milán en la creación de una Red de Turismo Responsable en los barrios Sur y Palermo. Se hizo un estudio de factibilidad definiendo las posibilidades en función de los saberes y los recursos que ya existen en la zona: restaurantes, venta de instrumentos musicales, enseñanza de la música y de la danza del candombe, espectáculos, tours con guías locales que recuperen la memoria, ecomuseos o puntos interpretativos, ferias gastronómicas y artesanales en las peatonales (declaradas, además, peatonales del candombe), entre otros. Una economía circular que apunta a un patrimonio vivo, a cielo abierto, como ya sucede en ocasiones como el Día del Patrimonio, gracias al capital humano de figuras infatigables como Ivonne Quegles, de la Casa del Vecino al Sur, y a la infinidad de colaboraciones que se crean con el Desfile de Llamadas en torno a este barrio.

Durante 2017 realizamos un curso de Planificación Colaborativa en la FADU (Udelar), y con los estudiantes y los vecinos revisamos el Plan Especial de Barrio Sur de la IM, que data de 2002. El plan, desde el punto de vista de la puesta en práctica de sus objetivos materiales, fue exitoso: la densificación urbana mediante las nuevas cooperativas, la remodelación de la plaza Argentina, que es utilizada intensamente por la población, el mejoramiento de la calle Carlos Gardel, entre otros. Sin embargo, los objetivos presentes en el plan que apuntan a promover una economía local y una defensa del patrimonio inmaterial no se han implementado.

El urbanismo puede ser una herramienta de ideación y diseño del futuro muy poderosa. En Nueva York, corazón de las finanzas globales, gracias al advocacy planning y a los community plans, se ha salvado a comunidades urbanas enteras de la expulsión y la gentrificación de sus barrios. La clave, en ese caso, fue implementar planes hechos entre la comunidad y el gobierno local, que, por un lado, invirtieron economías en apoyar proyectos locales y, por otro, tomaron medidas para controlar la especulación urbana.

Utilizar el dique Mauá en el siglo XXI es una tarea pendiente de la ciudad, es una oportunidad, pero hacerlo sin un proyecto urbano que involucre a los habitantes de Barrio Sur y que no escuche la indignación ciudadana, que se siente herida en uno de sus bastiones identitarios más fuertes, es innecesario y puede ser una ocasión perdida.

De todo esto discutiremos con el grupo Vecinos Unidos de Barrio Sur, realidad que surge, en parte, gracias a la fuerza que el movimiento cooperativo, al instalarse en el centro de la ciudad, puede imprimir en la reflexión y en la acción en un territorio, abriendo su organización al barrio.

Adriana Goñi es antropóloga, doctora en Urbanismo, profesora del Instituto de Teoría y Urbanismo (FADU). Tom Angotti es profesor emérito de Urbanismo del Hunter College on Community Planning de la Universidad de Nueva York.

Hoy se hará un debate con la FADU y el grupo Vecinos Unidos de Barrio Sur, de 18.00 a 21.00, en el salón comunal de Covicordón, en Carlos Quijano y Gonzalo Ramírez.