La corrupción y las rencillas entre empresarios del fútbol parecen ser una de las facetas de este deporte. En nuestro medio, estos empresarios tienen diversas “velocidades” para hacer prevalecer sus intereses; los más “rápidos” se posicionan en los mejores lugares para “hacer la suya” y a partir de ahí hacer funcionar el “dame la mía”, que invita a muchos a ingresar al círculo y contribuir a que la calesita continúe funcionando.
Quienes quieren al fútbol como manifestación deportiva y social y procuran que su funcionamiento tenga reglas claras y transparentes sistemáticamente han sido combatidos más o menos abiertamente por las “mafias” nacionales o internacionales, o ambas, para que los valores, la técnica, el espíritu deportivo, no puedan desarrollarse.
Uno de los actores fundamentales de este deporte, los futbolistas, se han manifestado en defensa de sus intereses luego de un reñido proceso, en el que quedó palmariamente claro que quienes dirigían la mutual tenían fuertes vínculos con los “dueños” del fútbol y las mafias imperantes. Finalmente, los futbolistas lograron imponer una orientación dentro de su organización gremial, que busca, por una parte, defender sus intereses, procurando una más justa distribución de los recursos que se mueven en el fútbol, y por otra, que haya transparencia en los procesos. Este camino, que es auspicioso, deberá consolidarse.
Dame la mía
Es común escuchar a comentaristas varios (de los buenos y de los otros) decir que el deporte despierta pasiones y que como actividad privada debe desarrollarse sin injerencias de ningún tipo. Sin embargo, tengamos presente que la mayoría de dichos comentaristas han sido cooptados y trabajan en función de los intereses de ciertos poderosos mentores del deporte.
El fútbol es una actividad privada de interés público, con una organización que genera en sí misma la crisis permanente, cuyas consecuencias son deudas crónicas con sus principales protagonistas (los jugadores), e infinidad de otras deudas que generan el “favor” permanente hacia algunos “mecenas”. “La familia del fútbol”, sí, siempre y cuando se alimente el negocio millonario de los pater familias.
Agua, cepillo y jabón
En un ambiente de “gente recia”, cuando de defender la suya se trata, las amenazas, extorsiones y presiones son muy comunes. En Uruguay, podemos recordar las denuncias de Juanjo Ramos en 2006, cuando un encumbrado empresario de nuestro medio le “metió la pesada” en Buenos Aires, o de José Luis Corbo un par de años después, cuando señaló que en el fútbol “no hay códigos”. Tampoco podemos olvidar cuando algún plumífero de pico grande buscó y lamentablemente encontró un espacio para sus negocios futboleros con apariencias patrióticas.
En este orden de reciedumbres tiene un lugar destacado Eugenio Figueredo, del cual dio cuenta la Justicia y con tan mala suerte para la gente honesta que el hombre queda con prisión domiciliaria y pasea libremente a su perro por la rambla, entre otros menesteres.
En el círculo “infernal”, todos se deben a todos y, hasta el momento, cuando están al borde del precipicio (clubes endeudados, jugadores que no cobran, jueces que son amenazados), una “mano” salvadora ha aparecido y entre tironeo y amenazas mediante, terminan arreglando con el zar de la pelota, que maneja un negocio a lo largo y ancho de América Latina y tiene suficiente poder económico para hacer rodar el esférico, hasta la próxima crisis.
En 2006, Héctor Lescano, por aquel entonces ministro de Turismo y Deporte, planteó la necesaria discusión de una política respecto de este deporte, con reglas y objetivos claros. A partir de ese momento entró en desgracia y finalmente sobrevino su destitución. Aunque otros elementos hayan sido parte de este cambio, a nadie escapa que sus definiciones respecto del fútbol y sus criterios de transparencia incidieron fuertemente en su alejamiento.
A raíz de los sucesos que precipitaron la renuncia de Wilmar Valdez como candidato por otro período a presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) se refrescan muchas historias. Por ejemplo, cuando el anterior presidente, Sebastián Bauzá, luego del Mundial de Sudáfrica y con los resultados a favor, buscó establecer nuevos parámetros en los derechos de imagen del fútbol por medio de transparentar los derechos de televisación y ese fue el comienzo del fin de su presidencia, con presiones y acusaciones varias que finalmente terminaron en la Justicia y que la investigación desestimó.
Otra faceta de mucha preocupación es el fenómeno de las barras bravas, que van desde quienes se agrupan para alentar a su equipo “hasta verdaderos carteles que incluso luchan por el territorio y por el rubro delictivo al que se van a dedicar”, según declaró el jefe de seguridad de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF). El vicepresidente de la AUF, Edgar Welker, dijo que incluso los clubes de fútbol son extorsionados por las barras bravas. Y a confesión de partes, relevo de pruebas, como dicen los juristas.
Hay que tener claro que si hay extorsionadores, hay quienes “se dejan” extorsionar. Hace seis años se hablaba de poner cámaras de identificación, derecho de admisión, etcétera. Finalmente, luego de un largo proceso, hoy existen las cámaras de identificación. Es evidente que dentro de los estadios han bajado los niveles de violencia a los que se había llegado, sin que haya desaparecido el fenómeno de las barras bravas.
Habrá futuro...
En estos días, nuevamente se discute quién dirigirá a la AUF. Y como dice Agustín Lucas, con lucidez y corazón: “El fútbol uruguayo es un barrio de contexto crítico donde vive un maestro que hace ver del barrio lo mejor de su cultura. Los delincuentes abundan. Los laburantes también. El poder es un bicho contagioso que se parece a mandar, y que es como la lagarta, que se va comiendo el pasto de las canchas”.1
Lo que sí está comprobado es que, hasta el momento, por esencia o por contagio, a la mayoría se le pega el “Hacé la tuya, dame la mía”. Pero no perdamos la esperanza y demos la pelea desde donde podamos, contra los sabandijas que siempre buscarán que “lo que siempre se hizo así”, así continúe haciéndose, para que “su” pelota siga rodando.
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“El fútbol nuestro de cada día”, de Agustín Lucas. la diaria, 2/8/2018. ↩