Usted llamó a cambiar “la política con la inversión extranjera”. Dijo que hay políticas “necesarias” cuando hay empresas, como las que producen celulosa, que “vienen a hacer cosas que no podemos porque no tenemos mercado, capacidad y tecnología”. “Precisamos grandes empresas, y si no tenemos coraje, seremos vendedores de troncos, porque no tenemos capacidad para pelear en ese mundo”, expresó. Permítame, señor Mujica, hacerle algunas correcciones a su afirmación anterior.
No vamos a ser vendedores de troncos; ya lo somos. No exportamos celulosa. Y con UPM2 lo seguiremos siendo en mayor grado, pues el nuevo contrato permite darles mayores beneficios, incluso de zona franca, a nuevas plantaciones. Puede calcularse, y me pongo a su disposición para hacerlo, que el millón y medio de hectáreas de plantación de eucaliptos cortados le produce al país entre 3.000 y 9.000 millones de dólares de pérdida de Producto Interno Bruto.
Estoy de acuerdo, pero en otro sentido, en que hay que cambiar las políticas con la inversión extranjera: hay que denunciar los acuerdos leoninos; hay que hacer que el país tenga ganancias y no pérdidas millonarias como las que ya tenemos con las dos plantas de celulosa: piense no sólo en los millones de impuestos que no cobramos, sino en los cientos de millones que hoy debemos invertir, por ejemplo, sólo en carreteras deshechas por sus caminos; hay que evitar ser denigrados debiendo obedecer como niños a cuantas imposiciones se les ocurra a los que vienen a reproducir un 1492 en el que la espada y la cruz son reemplazados (con la bienvenida de nuestros gobernantes) por los acuerdos comerciales y la inversión directa.
Cuando usted quiso hacer una revolución, lo guiaban un ideal y una utopía: la del poder del pueblo de vencer resistencias. ¿Cómo ahora puede ser derrotista al afirmar que no podemos hacer cosas porque no tenemos capacidad ni tecnología? O lo que es lo mismo: somos incapaces y no lograremos tener los medios de producción adecuados porque ningún técnico nacional o extranjero querrá colaborar con estos “indios”.
Perdóneme, señor Mujica, pero las grandes empresas no vienen a darnos coraje, sino a someternos, y esto dicho en consecuencia con la lucha que usted y otros queridos compañeros comenzaron en aquellos años idealistas. Por favor, no me venga ahora a querer tachar de error lo emprendido, como una justificación.
Y ya que hablamos de grandes empresas que vienen a hacer cosas, su experiencia con Aratirí debería haberlo convencido de que no se debe hacer concesiones ni alianzas con el diablo. Se lo habíamos advertido: era una empresa fantasma, tenía problemas con la dirección impositiva brasileña, había destruido por impericia o falta de seriedad un puerto en Brasil, y mucho más. Por fin, y por suerte para nuestro pueblo, desistió de firmar el contrato porque los fantasmas no tenían los 145 millones de dólares que, ya sea en efectivo, en un seguro, en un depósito bancario o en bienes, debían depositar, de acuerdo con la “ley Aratirí”. Pretendían la firma para con ello, como garantía, salir a buscar el dinero. Sinceras gracias por no haber firmado. Y queda ahora el episodio del juicio que la ley aclamada por todos los partidos políticos les sirvió en bandeja de oro al aceptar un tribunal internacional de mediación que suprimió a nuestra Justicia en su deber de actuar en casos de demanda contra el Estado.
Si aquellas fueron las condiciones de Aratirí, las de UPM2 son mucho peores y más denigrantes para nuestro país. Quizás no las leyó. Quizás no le prestó atención o quizás no tuvo tiempo suficiente para abrir los ojos. Con todo mi respeto, le ruego que los abra y me pongo a su disposición para, en una discusión con cuanto técnico usted desee, dilucidemos el tema, para dejar de ser las víctimas contribuyentes a ese 1% de la población mundial que posee 85% de la riqueza de nuestro planeta.
Con mis mejores deseos, lo saludo.
Ignacio Stolkin es ingeniero químico.