Luiz Inácio Lula da Silva polariza las elecciones presidenciales desde 1989. Aun impedido de presentarse, continuará siendo el personaje principal de la disputa este año. Son ocho elecciones seguidas y casi tres décadas de presencia constante en el centro de la agenda política: un fenómeno mundial. Su prisión intenta impedir una muy probable victoria electoral en octubre, en un golpe que se desdobla en varias fases y que sigue su curso. Su condena se produce en un contexto de atropellos por parte de la Justicia: conducción coercitiva innecesaria, plazos acelerados, delaciones premiadas sospechosas, pruebas inexistentes.

¿Qué significa y qué nos enseña la exclusión de Lula del pleito electoral y su prisión? Podemos pensar, por un lado, que el país no soporta ni siquiera un proceso moderado de cambios y un pacto mínimo de disminución de nuestras aberrantes desigualdades. Sin querer ceder absolutamente nada, las clases dominantes rompieron el contrato electoral básico al sacar a Dilma Rousseff de la presidencia sin que hubiera cometido un crimen de responsabilidad. Tampoco respetaron las reglas más elementales, y cayeron bajo. Este continuo esclavista, que no tolera las conquistas logradas, provocó una tragedia en Brasil, generando una espiral recesiva y una superposición de crisis (política, económica, social, existencial). El hambre –su fin fue el símbolo mayor de las conquistas del período Lula– vuelve a acechar a mucha gente.1

Todo esto es malo, incluso para los dueños del dinero y del capital. ¿Estarán actuando contra sus intereses? Sí, si pensamos que los negocios van mal. O no, porque el negocio de ellos es otro. Como dijo en la caliente década de 1970 en Italia el Comité Obrero de Puerto Marghera, aun más importante que ganar dinero es dirigir (o no perder poder).

Lo que debemos decir antes que nada es que es falso el lugar común de que los patrones explotan a los trabajadores para enriquecerse. Ese aspecto sin duda existe, pero la riqueza de los patrones no es proporcional a su poder. Por ejemplo, Gianni Agnelli, dueño de Fiat, en proporción a los automóviles que produce, debería vestirse con ropas de oro, y sin embargo se contenta con un barco y un avión privados. Lo que le interesa a Agnelli es conservar y desarrollar su poder, que va en línea con el desarrollo y el crecimiento del capitalismo. Es decir, el capitalismo es una potencia impersonal y los capitalistas son sus funcionarios. El capitalismo está fundado, sobre todo, en conservar esa relación de poder contra la clase trabajadora, y usa su desarrollo para reforzar cada vez más ese poder.2

Por otro lado, y en una línea que no necesariamente excluye la anterior, ese sector percibe un cambio (en cierto sentido irreversible) en curso. Todo un tejido de vidas, de formas de existir y habitar las calles, los pueblos y los caminos, se formó en los últimos años. Territorios liberados, a veces más fugaces, en otros casos más duraderos, siempre importantes. Marchas, grupos, asociaciones, fiestas, ocupaciones y mil creaciones constituyen la irrupción de nuevas subjetividades: negra, LGBTQ+, trabajadora, periférica, feminista, indígena. Todo esto genera miedo. El golpe, que continúa, es una contrarrevolución peculiar, desencadenada por el temor a la exuberancia vital de los cuerpos libres, insumisos, descolonizados, no domesticados. De ahí las reacciones identitarias (blancas, masculinas, heteronormativas) que abundan, y los ataques constantes en las principales esferas de acción (cultura, educación) de esas emergencias.

Dos eventos trágicos que ocurrieron este año (el asesinato de Marielle Franco y la persecución política y prisión de Lula), aunque sean acontecimientos que involucran a generaciones distintas, aunque tengan causas específicas y magnitudes diferentes, se conectan porque el mensaje que el país da a la población es el siguiente: los mal nacidos no tienen lugar en la política.3

El Partido de los Trabajadores (PT) contribuyó al bloqueo de una renovación que es imprescindible. Ese fue tal vez el principal punto débil del proyecto: Lula y el PT ayudaron a abrir brechas, pero su falta de urgencia en transformar las instituciones produjo un cortocircuito.

Perspectivas

La crisis, que ya era importante, se ha profundizado. La situación hoy es peligrosa, porque las instituciones no dan más cabida y no hay ninguna posibilidad inmediata de transformarlas, lo que abre espacios para salidas autoritarias. A pesar de los acuerdos empresariales-mediáticos-judiciales (dentro y fuera de Brasil), los golpistas no consiguieron convencer a la población. Predominaron en un momento dado, pero luego se hundieron con su desastroso gobierno ilegítimo. En esto reside su “derrota estratégica”,4 que tiene una larga trayectoria: si se los consulta, los brasileños y brasileñas no quieren respaldar con su voto agendas antipopulares.

La partida está en curso. Es verdad que, a pesar de las protestas, no se activó una presión suficiente para impedir la injusta prisión de Lula, pero todas las encuestas indican que el deseo colectivo predominante es votarlo y verlo de nuevo en el gobierno: este es un ejemplo nítido de la potencia y del límite del lulismo.

El contexto es delicado en Brasil y en el mundo. La extrema derecha está presente en cinco gobierno europeos. También en Filipinas, en Israel e incluso en Estados Unidos, con Donald Trump. Esto adquiere un cariz preocupante aquí, dada nuestra historia como campeones mundiales de genocidios no interrumpidos, donde las expresiones desvergonzadas de la extrema derecha resurgen.

A esto se suma la peligrosa vuelta del papel activo de los militares, con una banalización progresiva desde mediados de los años 1990 de las operaciones de GLO (Garantía de la Ley y el Orden) y de indicios de acuerdo con la vetusta Ley de Seguridad Nacional. Al ser imposible la candidatura de Lula, Fernando Haddad surge como favorito para estas elecciones, desde mi punto de vista. ¿Lo dejarán ganar? ¿Están las fuerzas democráticas preparadas para la situación que se puede generar en el país? Ese grupo de colectivos y movimientos que se ha venido formado en los últimos años y las organizaciones tradicionales de izquierda, ¿están preparados para barrer el ímpetu autoritario? Hagamos los caminos para que transiten los Lulas libres.

Jean Tible es profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de San Pablo.

Una versión más extensa de este artículo fue publicada en idioma portugués en http://autonomialiteraria.com.br/lula-liberto/. Traducción: Natalia Uval.