En su intervención en la asamblea de la Organización de las Naciones Unidas celebrada en Nueva York en diciembre de 1964, Ernesto Guevara subrayó: “He nacido en la Argentina; no es un secreto para nadie. Soy cubano y también soy argentino y, si no se ofenden las ilustrísimas señorías de Latinoamérica, me siento tan patriota de Latinoamérica, de cualquier país de Latinoamérica, como el que más y, en el momento en que fuera necesario, estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cualquiera de los países de Latinoamérica, sin pedirle nada a nadie, sin exigir nada, sin explotar a nadie”.
Revolucionario internacionalista en Guatemala, en Cuba, en el Congo y en Bolivia, el 9 de octubre de 1967, luego de ser herido y hecho prisionero el día anterior en el combate de la quebrada del Churo, Ernesto Guevara fue ejecutado sumariamente por rangers del regimiento Manchego en la escuelita del humilde poblado de La Higuera. Ética y moralmente, la derrota del Che se transformó en contraseña de la voluntad indoblegable de liberación de la gran nación latinoamericana, por la que tanto lucharon nuestro Artigas, Bolívar, San Martín, Sucre, O’Higgins y otros Libertadores, en sus propios países y fuera de fronteras. En la Patria Grande que durante ese siglo presenció el surgimiento de los primeros proyectos de integración de América Latina, promovidos por ideólogos hispanoamericanos como antítesis de una América Sajona. En el recorrido de Francisco Bilbao y José María Torres Caicedo, y con la precisión de José Martí y José Enrique Rodó, sus continuadores, entre otros grandes pensadores al sur del río Bravo. Esa Patria Grande signada, desde hace siglos, por la postergación sistemática y la permanente expoliación a que han sido sometidos sus pueblos. Antes, por la deliberada explotación del colonialismo español y portugués. Después, por las incursiones imperialistas inglesas y francesas. Hoy, por Estados Unidos y su neoimperialismo, apuntalado por los regímenes proimperialistas, colonialistas y de regresiva impronta medieval.
El Che en Uruguay: legal y clandestino
En agosto de 1961, Ernesto Guevara, presidente del Banco Nacional y ministro de Industrias de Cuba, representó a la “patria de Martí” en la conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) en Punta del Este. Allí denunció los métodos de dominación política y económica utilizados por Estados Unidos y el carácter imperialista de la Alianza para el Progreso, en dos discursos memorables. Su categórica afirmación –“Esta Alianza es un intento de buscar solución dentro de los marcos del imperialismo económico. La Alianza para el Progreso, en estas condiciones, será un fracaso”– determinó que a nivel mundial esas palabras se conocieran como “las profecías del Che”. En Punta del Este recibió la hospitalidad del presidente del Consejo Nacional de Gobierno, Eduardo Víctor Haedo, quien lo invitó a su residencia La Azotea. Las fotos del comandante Guevara compartiendo el clásico mate criollo con el mandatario uruguayo recorrieron el mundo. El 17 de agosto, pronunció un discurso en el Paraninfo de la Universidad de la República, donde fue ovacionado en varios pasajes de su intervención. Finalizado el acto y después que el Che se había retirado por la calle Eduardo Acevedo, un disparo de bala dio muerte al profesor e investigador Arbelio Ramírez.
Ética y moralmente, la derrota del Che se transformó en contraseña de la voluntad indoblegable de liberación de la gran nación latinoamericana.
A fines de octubre de 1966, el Che ingresó clandestinamente a Uruguay. Estuvo poco más de un día en Paso de los Toros y dos en Montevideo, en la costa montevideana de Punta Gorda en el límite con Malvín, muy cerca de la Playa de los Ingleses. El Che salió del Aeropuerto Internacional de Carrasco en un vuelo regular de TAMU, de la Fuerza Aérea Uruguaya, en el avión Douglas C-47 D, número de serie USA AF 43-16138, de origen norteamericano –matriculado con el número 514– con destino a Santa Cruz de la Sierra. Una eficiente y rigurosa compartimentación que contó con el apoyo del Partido Comunista fue la clave para que su estadía en Uruguay pasara inadvertida y, finalmente, el Che ingresara a Bolivia como un ciudadano uruguayo insospechado de pertenecer a la guerrilla latinoamericana. Ni los pasajeros del avión ni los servicios de inteligencia de la CIA pudieron asociar al Che con aquel intelectual calvo y de gruesos lentes, caracterizado como Adolfo Mena González, con credenciales de la Organización de Estados Americanos.
En Bolivia, con pasaporte uruguayo
Ernesto Guevara, médico de profesión y revolucionario por decisión vital, fue, también, periodista y escritor reconocido por sus crónicas guerrilleras. “El diario de campaña del Che en Bolivia es un acta extraordinaria de la acción heroica, el gráfico de un cerebro dinámico, puro, generoso, lleno de belleza y de grandeza humanas. Es un álgebra patética de la guerrilla”, afirmó el poeta y escritor haitiano René Depestre. En su libro Pasajes de la guerra revolucionaria, publicado en febrero de 1961, el Che acompañó su trabajo con una breve nota: “Sólo pedimos [escribía a los combatientes, invitándolos a escribir sus experiencias] que sea veraz el narrador. Pedimos que después de escribir una cuartilla en la forma en que cada uno pueda, según su educación y su disposición, se haga una autocrítica lo más seria posible para quitar toda palabra que no se refiera a un hecho estrictamente cierto o de cuya certeza no tenga el autor plena confianza”.
Su singular trayectoria constituye un ejemplo concluyente de lo que pueden la coherencia, la voluntad y la firmeza de los ideales revolucionarios, en la teoría y en el combate. “Hacer es la mejor manera de decir”, como enseñó el insigne Martí. Como tantos precursores en la historia, Ernesto Che Guevara murió protagonizando un acontecimiento revolucionario frustrado en el corto plazo y no sobrevivió a sus ideas, pero supo fecundarlas con el ejemplo de la entrega de su propia sangre. El destino quiso que su acción revolucionaria culminara en el corazón mismo de la América del Sur. En el país que lleva el nombre del Libertador venezolano. En Bolivia, con pasaporte uruguayo.
Miguel Aguirre Bayley es periodista y escritor.