Una señora de clase media reparte volantes en una plaza de la ciudad. Convoca a actividades culturales y a próximas manifestaciones barriales contra el aumento de tarifas. Un grupo de actores interpreta una escena sobre la crisis económica en el subterráneo. Docentes de una escuela se niegan a dar clases en condiciones inhabitables y deciden cortar la calle para denunciar lo que sucede. Vecinos aprovechan cada semáforo rojo en una avenida muy transitada para repartir volantes a los automovilistas. Están denunciando el endeudamiento del país. En la plaza de un barrio, una murga ensaya y aprovecha la ocasión para informar a las familias los casos de represión en esa zona del conurbano. Los estudiantes de una escuela secundaria hacen una toma pacífica de su institución en protesta por la mala comida que manda el gobierno. En una cancha de fútbol, una hinchada entona canciones contra el presidente de la nación. Se suman decenas de otras hinchadas cada fin de semana. En las veredas de un barrio periférico se observan afiches hechos a mano que denuncian la grave situación económica. En una estación de tren, un grupo de gente se pelea con los policías que querían detener a un vendedor ambulante por portación de rostro. Los comerciantes de una zona de clase media realizan una radio abierta y anuncian que no pueden pagar el aumento de tarifas. En el subte, una mujer lee los índices de desocupación y endeudamiento mientras se reparten volantes. Un grupo de reconocidas mujeres artistas pronuncian manifiestos públicos en denuncia de las problemáticas culturales, económicas, sociales y políticas del país. Humoristas filman videos para las redes utilizando el sarcasmo y la ironía para expresar su desacuerdo con las políticas públicas. Un grupo de estudiantes de secundaria reparte volantes en un centro comercial e invita a debatir sobre la legalización del aborto en un centro cultural de la zona.
Los actos de resistencia y participación ocurren en toda la geografía del país. Tienen un claro horizonte político. Muchas veces son inorgánicos. No están bajo ninguna bandera partidaria, aunque muchos y muchas de los y las protagonistas son militantes o participan en variadas formas de organización.
Este tipo de acciones son parte esencial de la vida política argentina. Participación y resistencia en un mismo acto. Una memoria histórica que atraviesa generaciones. Se interviene sin pedir permiso. Hay que hacer algo y se hace. Diferentes clases sociales, experiencias culturales, regiones y formas de vida. Un movimiento subterráneo y de tradición plebeya que pervive con vitalidad e ingenio. En muchas ocasiones, también se complementa con aquello que se denomina organizaciones tradicionales. En años recientes, esos encuentros se sucedieron de forma más o menos organizada y, entonces, esta tradición de lucha con clara intervención en el espacio público fueron (y son) el núcleo de la resistencia al gobierno neoliberal. Han mantenido encendido un fuego necesario e imprescindible para que luego se puedan gestar opciones que puedan derrotar electoralmente al oficialismo.
Este tipo de acciones es parte esencial de la vida política argentina. Participación y resistencia en un mismo acto. Una memoria histórica que atraviesa generaciones.
¿Dónde surge esta práctica que habita en una parte importante de la sociedad? Es difícil tener una respuesta exacta, pero podemos encontrar rastros en la historia de nuestro país y en la conformación de sus movimientos populares. Argentina tuvo, a comienzos del siglo XX, uno de los anarquismos más importantes del continente, y la vieja Unión Cívica Radical (UCR) practicaba la intransigencia bajo la consigna “la causa contra el régimen”. El peronismo tiene en su génesis una parte importante de organizaciones sindicales y también mucho de pueblo suelto que salió a las calles el mítico 17 de octubre. El famoso aluvión zoológico o la turba, como lo denominaban sus opositores. Después del golpe de 1955 se generó la mítica resistencia, en la que cada integrante del movimiento era un general que llevaba adelante la guerra contra la dictadura. Así lo describió el mismo Perón. Miles y miles de actos heroicos se diseminaron por todo el país. Luego, durante la última dictadura, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo desafiaron la brutalidad militar poniendo el cuerpo en la plaza y en acciones callejeras improvisadas y desprovistas de organicidad. Más cerca en el tiempo, los movimientos sociales, estudiantiles y el movimiento feminista también irrumpen desbordando los límites de las formas clásicas de la política.
Indudablemente, algo de esta historia de resistencia y lucha, sumada a la experiencia de diversas organizaciones sindicales, sociales, políticas y culturales, forman un núcleo fundamental de la tradición política popular de nuestro país. Una experiencia de autonomía que proporciona una vitalidad que supera las especulaciones propias de las formas políticas estandarizadas.
Esta forma de acción política logra movilizar e interpelar –además– a muchas personas de diferentes edades e identidades, que difícilmente sean convocadas por espacios más orgánicos. Atraviesa ciertas ataduras que imponen las organizaciones dogmáticas y además convoca e interpela a otros actores, sin renegar de las necesidades de opciones electorales. Su esencia está en la resistencia y la creatividad. En un mismo acto cuestiona y propone sin ocupar el lugar electoral, aunque tampoco es necesariamente lo que se conoció como “basista” en los años 60 y 70. Es una tradición que rebasa las formas que impone el mundo moderado y disciplinado. Una forma de la política que muchas veces tiene un poder de interpelación mucho más profundo que las propias expresiones electorales que apoya.
Esa tradición de lucha, resistencia, irreverencia popular, creatividad e intervención ha sido fundamental en este último tiempo. El macrismo vino a intentar cambiar matrices culturales y políticas de nuestro país. Y tuvo un éxito relativo. Durante un tiempo, muchos (propios y extraños) creyeron en esa nueva lógica. Y se subordinaron. Y negociaron. Parecía que llegaban para establecerse y así someter el país a los intereses extranjeros, perseguir a quienes piensan diferente, reprimir, empobrecer a las mayorías y endeudar de un modo inédito. Y por eso se resistió tanto. Ahora parece que se va del gobierno, pero sabemos que el macrismo no se retira de la cultura política. Hay algo de su tradición que también viene de lejos y responde a los poderes que gobernaron Argentina durante la mayor parte de su historia. Por eso no hay que subestimarlos. Y, fundamentalmente, mantener el fuego de esa resistencia creativa que se desarrolla cotidianamente en infinitas microacciones colectivas. Sin ellas, el macrismo hubiera tenido vía libre para seguir el derrotero a su antojo.
Hay algo que estos años volvieron a demostrar: la lucha colectiva tiene sentido. Se interviene sin pedir permiso. Hay que hacer algo y se hace. Sin calcular todo el tiempo la ganancia inmediata. Quizás este sea uno de los aprendizajes más necesarios de reconocer y compartir con el resto de los movimientos populares del continente. Quizás por eso mismo, la esperanza de vivir mejor vuelve a palpitarse en millones de personas.
Mariano Molina es periodista argentino.