La izquierda tendrá, a partir de ahora, dos opciones. La primera, netamente “progresista”, buscar acuerdos con los “multicolores”, tal como ya, en parte, adelantó Daniel Martínez. La segunda, profundamente autocrítica –y desde mi punto de vista, auténticamente emancipadora–, impulsar la participación y la toma de decisiones de una militancia que hizo posible lo del domingo (y que no paraba de gritar –sin micrófono– “militares nunca más”); una opción que pueda pararse de una forma claramente opositora sin pactar con la derecha, porque sabe que es el antagonismo lo que define el campo político.

Ahora es la derecha la que tiene mayorías y deberá hacerse cargo de lo que impulse, pero también de soportar las resistencias que le opondremos en lo social y en lo político. Y es aquí (entre las diversas militancias: sindicales, culturales, feministas, cooperativistas, estudiantiles, ecologistas y de partidos o movimientos) y no en otros ámbitos –siempre más oscuros y cerrados– que deberá intensificarse el diálogo para un renacimiento esperanzado: en política vale más una buena esperanza que mil certezas. El “entendimiento” debe hacerse primero entre los semejantes, en el seno de la sociedad civil, y eso lleva ya décadas de postergación, en gran medida, porque se ha internalizado el discurso dominante que prioriza el “entendimiento” entre diferentes (o muy diferentes) cuando comparten cargos de cierta jerarquía. Mientras, a los demás sólo les cabe escuchar y esperar... por lo menos, cinco años.

La primera opción, la del “entendimiento entre diferentes”, será con gusto alimentada por la derecha (Luis Lacalle Pou también lo adelantó en la noche del 24), pero contiene un inmenso peligro: seguir diluyendo las diferencias, tal como lentamente han venido haciendo –tal vez de forma bien intencionada, pero de todos modos suicida– muchos dirigentes progresistas, temerosos de dar batalla, de arriesgar medidas más osadas en el “espacio fiscal”, en la defensa de la soberanía alimentaria, en el control del agua, en pos de vivienda para todos, en la investigación nacional de calidad y en el espíritu crítico que caracteriza la mejor historia de nuestra educación (esa que siempre estamos dispuestos a sustituir y olvidar tras la rápida incorporación de pobres recetas venidas del hemisferio norte).

Si la izquierda no quiere ser aplastada o minimizada debe recobrar la identidad emancipadora no pactando gobernanza. Resistir, participar, dialogar a fondo entre nosotros y no con ellos, reencontrarnos en el llano.

El problema de fondo es que si optamos por una vía conciliadora seguiremos alimentando el progresivo ascenso de la ultraderecha como única opción opositora. Ahí también puede reubicarse el antagonismo: lo han demostrado muchas experiencias en el mundo y aquí, el rápido ascenso de Cabildo Abierto. En la medida en que se lleven a cabo los ajustes, se profundice la desigualdad, y la “inseguridad” y la represión sigan campantes, el debate político se derechizará más sólo si el Frente Amplio, en todo ese proceso, aparece aportando algunas “modificaciones” para que tales medidas no sean tan “duras”.

Si la izquierda no quiere ser aplastada o minimizada debe recobrar la identidad emancipadora no pactando gobernanza. Resistir, participar, dialogar a fondo entre nosotros y no con ellos, reencontrarnos en el llano: ¡qué oportunidad!

Esto no significa una postura intolerante, sino todo lo contrario. El diálogo hay que darlo primero donde es más posible: “Que los hermanos sean unidos, esa es la ley primera”; ahí la derecha nos lleva una ventaja inmensa. Debemos volvernos a ver las caras y reconocernos en la lucha contra toda desigualdad, eso básicamente es ser de izquierda: ya hemos demostrado demasiada intolerancia donde no debería haberla. La noche del domingo nos sentimos más unidos; continuemos reflexivamente, postergando –aunque más no sea obligadamente– las jerarquías y la lucha por los espacios de poder: el atajo-trampa que nos tiende el favor de la desigualdad, y donde ya no nos es posible reconocernos.

Analicemos, entre otras cosas, por qué, para tantos votantes, las diferencias eran tan escasas entre los contenedores como para que la incertidumbre y la “volatilidad” de los votos les ganara a las encuestas. Nuestra razón de ser es recuperar la identidad perdida y marcar cada vez más claramente las diferencias con la derecha. De lo contrario, alguien vendrá a ocupar el lugar vacío del antagonismo, y ya sabemos quiénes son los que tienen más chance de hacerlo.

José Stagnaro es magíster en Ciencias Humanas y docente en Formación Docente.