Si algo resulta improbable es un líder político reconociéndose sorprendido, desconcertado, dubitativo. Las elites gobernantes disponen de copiosa retórica para disimular su perplejidad, y cuando la realidad no calza en el discurso recurren a la violencia. Lenín Moreno, Sebastian Piñera y Mauricio Macri trajeron cierta novedad semántica incorporando “me equivoqué” y “ahora los escuché” a la retórica del poder. Cinismo de jugadores habituados a carpetear en las grandes ligas de la estafa y la evasión. Sus falsas autocríticas son cortinas de humo para avanzar esquivando el fuego que ellos mismos provocan. Una vez recuperado el consenso suficiente para seguir gobernando, todo vuelve a la normalidad anterior. Rápidamente llevan a un plano esfumado el origen estructural y también los costos humanos de las crisis. Porque después de mentir y antes de las autocríticas, quisieron contener la protesta mediante violencia arbitraria y desproporcionada. Para que estos gobernantes aceptaran replanteos mínimos en sus políticas, las sociedades tuvieron que sostener sus reclamos bajo toneladas de brutalidad policial militarista. La “escucha” de estos gobiernos se cobra en personas secuestradas, heridas, muertas, torturadas y vejadas.

Estos acontecimientos contienen información crucial dada por obsoleta. En primer lugar, que la democracia no es dulce ni gratuita. En la región más desigual del planeta se sustancia la tensión entre gobernabilidad democrática y conflicto social mediante crecientes dosis de violencia estatal. La violencia policíaco-militarista es garante de último término del funcionamiento del sistema, las jerarquías y la distribución de la riqueza. La democratización esperanzada de finales del siglo pasado desembocó en sociedades crecientemente militarizadas, que sobrellevan el jaqueo chantajista de violencias del Estado, los estados paralelos o los segundos estados, las milicias y corporaciones criminales. Son democracias de baja intensidad en sociedades lastradas por miedos, con la creatividad ahogada en urgencias, alucinadas por el orden de golpe y porrazo, de mato primero y después escucho. Este estatus extenso y normalizado indica la necesidad de reponer la dignidad política de la vida civil, desarmada, débil y frágil. Para que pueda desplegarse la racionalidad deliberativa y negociadora propia de la ciudadanía civil es necesario que la palabra recupere su dignidad frente a las armas. Si la democracia necesita demócratas que la crean y practiquen, es necesario derrotar la racionalidad policíaca, patriarcal y militarista que sofoca sociedades e infantiliza a las personas.

Ahora pasemos rápido y breve de lo que es a lo que está siendo y puede ser. ¿Cómo está parado Uruguay en este asunto y a las puertas de un nuevo gobierno? Me temo que mal, ya sea porque no hay mampara que pueda aislarnos del clima de época y del vecindario, y también por méritos propios.

Creo que el ejemplo de Chile 2019 condensa ambos aspectos, de manera que argumentaré con base en esa experiencia. Hace dos semanas, sin que nadie lo anticipara, estalló el oasis de desarrollo, consumo y estabilidad política que representaba Chile. En pocas horas se desmoronó la imagen de un país considerado modelo económico para las derechas y, junto con Uruguay, paradigma de virtuosa gobernabilidad. Todo empezó con una resistencia estudiantil a los mismos abusos que ya fueron objeto de protestas antes y durante este mismo gobierno. La novedad no fue la protesta sino la furiosa respuesta de Leviatán. El gobierno democrático respondió a semanas de desobediencias civiles y movilizaciones pacíficas con estado de emergencia, toque de queda, militarización y centenares de miles de personas perseguidas, secuestradas, detenidas, brutalmente castigadas. Hasta el momento se cuentan por decenas las torturadas, vejadas y muertas. Hoy día, lucha y represión continúan.

Digámoslo claramente: el Senado que surgió el 27 de octubre anuncia un empuje reaccionario en temas claves, incluyendo derechos y libertades.

El primer mensaje de Chile 2019 es que la concentración del poder y la riqueza en nuestras sociedades tolera cada vez menos espacios para la disidencia. Un segundo mensaje es el contraste entre el automatismo de la reacción dominante, y lo tardío y desorganizado de la respuesta de las instituciones sociales y políticas democráticas y de izquierda. Los beneficiarios y custodios del sistema sabían qué hacer y lo hicieron. Gobernantes plutócratas, carabineros, militares, dueños de los medios de comunicación, todos en sus puestos y prontos para mentir, ganar tiempo, reprimir, mentir y ganar tiempo para seguir reprimiendo. Tercer mensaje: la justificación para desatar tal violencia contra toda la sociedad fue la necesidad de restablecer el orden alterado por minorías de delincuentes. Idéntico a las dictaduras de la seguridad nacional. El cuarto mensaje es que las condiciones institucionales, discursivas y subjetivas de este Chile tienden a converger en algunos puntos claves con Uruguay. Tales puntos son: a) el creciente descrédito de las opciones de centro y de las instituciones democráticas, b) el abuso de los discursos de inseguridad y orden, c) la impunidad imperante para los crímenes de Estado y, d) el acceso de agentes directos del poder económico y personeros de la pasada dictadura al corazón de la institucionalidad política.

Digámoslo claramente: el Senado que surgió el 27 de octubre anuncia un empuje reaccionario en temas claves, incluyendo derechos y libertades. La vocería del culto policíaco militarista cuenta con la representación más calificada y plural desde 1972. Esta vez incluye a los principales y más prestigiosos artífices de la impunidad, en un abanico que abarca a todas las derechas y también a la izquierda. Probablemente la nueva generación de dirigentes políticos de izquierda y centroizquierda deberán mostrar su musculatura e inteligencia defendiendo libertades y densidad democrática. Para ese desafío, que no es partidario sino societal, un triunfo de la dupla Martínez-Villar ofrece mayores oportunidades de convergencia con las fuerzas sociales y culturales que resistirán el decaimiento democrático y el avance de las culturas miliqueras. Ello es así a pesar de la devoción comisarial que exhiben los elencos de seguridad frenteamplistas de hoy y mañana. Así de compleja está la política.