Creo ser discípulo indirecto de Carlos Vaz Ferreira, dado que mis primeros maestros lo fueron en forma directa. Y releí recientemente Moral para intelectuales, que me sugirió este título, por la ambigüedad que tenía y que también aplico aquí. Vaz Ferreira analizó en esos “apuntes de clases” –dirigidos a sus alumnos bachilleres– la problemática de algunas profesiones (entre ellas, la de abogado) preguntándose, por ejemplo, cómo debía informar un abogado a los testigos en un caso a defender, si tenía o no que indicarles que tenían que testimoniar sobre toda la verdad o sólo sobre una parte de ella. Pero no fue este aspecto lo que me incitó a titular así estas reflexiones, sino el hecho de que las de Vaz Ferreira estaban dedicadas especialmente a los jóvenes, y este es mi propósito fundamental, aunque también podrían servir para algún veterano.

Muchos sociólogos utilizan la expresión “clase política” para aludir, a la vez, a quienes están gobernando y a quienes dirigen los partidos que están en oposición. Creo que esto debería bastar para descalificar a quien la emplee con pretensión de cientificidad. Pero sí podemos considerar –casi como una profesión– la actividad de quienes actúan en política con un fin solidario profundo. Contrariamente a lo que sostiene la derecha, no nos interesa pensar que “todos los políticos deben ser honestos”, porque esta idea presupone que la moral no está relacionada con la estructura competitiva de la sociedad. Sin duda es mejor un político que no condicione otorgar una pasantía a cambio de favores sexuales (o que no robe o coimee), pero las exigencias éticas deben ser superiores a esos mínimos señalados.

Contradicción entre economía y política

La sociedad se funda en un sistema económico que supone que el egoísmo es el único –o el principal– motor de la actividad humana, y por eso sostiene que el mercado es el mejor mecanismo para lograr un mejor resultado. Desde hace poco más de dos siglos, fueron apareciendo en el planeta gobiernos –entre ellos, el nuestro– fundados en ideas de igualdad y de solidaridad, que filosóficamente se oponen a las que rigen en la economía. Más adelante, a comienzos del siglo XX, se introdujo la “legislación social” (ley de ocho horas, descanso semanal, vacaciones pagas, etcétera), y posteriormente jubilaciones, asignaciones familiares, etcétera. Siempre, alteraciones a las “leyes de mercado”.

¿Por qué esta contradicción entre economía y política no está presente en la conciencia colectiva? La inmensa mayoría de los ciudadanos que votan creen que sus candidatos, si alcanzan el gobierno, “van a resolver los problemas”, pero no perciben que los problemas económicos se rigen por reglas universales ajenas al poder de un Estado.

La primera regla moral que debiera asumir quien se considera “de izquierda” es denunciar constantemente esta dicotomía entre política y economía.

¿A qué se debe esta ignorancia? En algunos, puede ser falta de instrucción, pero en la inmensa mayoría es un fenómeno que se origina de manera inconsciente y que consiste en naturalizar la realidad social (el sistema económico de competencia) como si fuera algo biológico, propio de la especie humana. En otros, las ideas democráticas (“todos somos iguales”) contribuyen a hacerles ignorar las diferencias y a volcar sus esperanzas en la acción de los gobernantes.

Primera recomendación

Por lo dicho, la primera regla moral que debiera asumir quien se considera “de izquierda” es denunciar, constantemente, esta dicotomía entre política y economía.

Burocracia estatal y capitalismo. Antaño se decía: “el Estado, juez y gendarme” para referirse a “las funciones primarias del Estado”. Más adelante, cuando aparece la educación pública y luego se desarrollan el cuidado de la salud y el sistema jubilatorio, se va ampliando esa burocracia estatal, y posteriormente mucho más, con los entes autónomos industriales y comerciales.

Desde una perspectiva económica global, no es posible sostener que toda la actividad actual del Estado uruguayo funciona con reglas jurídicas que escapan a las reglas del capitalismo. Aunque hay una burocracia numerosa, son las reglas de la economía las que predominan. Por eso hay muchos salarios bajos en el Estado que –al brindar seguridad– son conservados por muchos funcionarios que hacen otros trabajos. Para las opiniones conservadoras, “cuanto menos Estado, mejor”. Sin embargo, aunque hay, en general, menor eficiencia, desde un punto de vista social completo (que considere el bienestar general de todos, la estabilidad social y política, etcétera) el lema debiera ser el inverso: “cuanto más Estado –democrático–, mejor”.

Vicios burocráticos. Hay vicios de origen político y otros de origen cultural. El “clientelismo” –puestos por votos– muy arraigado, pero que fue desapareciendo (en los entes de enseñanza) mediante los concursos de ingreso, al menos para las funciones docentes. La promoción arbitraria, los “cargos de confianza”, etcétera, pueden mencionarse en el grupo de vicios de origen político. Pero los otros, los de origen cultural, reclaman un abordaje diferente, de largo aliento.

Es evidente que si un partido de izquierda llega a gobernar debe lidiar con estos vicios, pero no es lo mismo hacerlo sin denunciarlos, sin esclarecer “hasta el hueso” las situaciones a corregir, que hacerlo difundiendo los problemas con total transparencia. Hacerlo con “discreción” puede mantener adhesiones cercanas, de “aparato”. Pero eso hipoteca la confianza en el instrumento –el partido, la fuerza política–.

Segunda recomendación

Por lo dicho, es recomendable el concurso para todos los ingresos (sin esperar sanción legislativa), promover la supresión de “cargos de confianza”, incorporando a los escalafones a los ya existentes (también mediante concurso u otras garantías), y no ignorar que los vicios burocráticos de origen cultural también deben ser combatidos.

La formación de “cuadros”. No es un secreto que la adhesión que se produce a un movimiento o partido de izquierda tiene motivaciones complejas, que van desde la cercanía en las opciones intelectuales de cambio solidario hasta la simpatía con dirigentes, u otras de carácter emocional. Y que, aunque en partidos muy organizados se registran adhesiones firmadas a cierto programa y que pueden implicar cierto acatamiento a decisiones futuras, no es fácil asegurar conductas intachables por adelantado. Y no hay ni puede haber un “examen de ingreso”.

Para la formación de “cuadros” se han inventado mecanismos diversos. En época de José Batlle y Ordóñez, las “escuelas ciudadanas”; en la época de la fundación del Frente Amplio, los “comités de base”, con variadas funciones: autoformación política, ejercicio de derechos dentro de la estructura jerárquica del partido, difusión y propaganda, control de decisiones de los dirigentes. En partidos más estructurados, existe la formación de cuadros.

Tercera recomendación

Es necesario reconocer que todos estos mecanismos de participación constituyen garantías esenciales para que: 1. los niveles de moral exigibles surjan de la acción colectiva; 1. las desviaciones puedan ser corregidas en cada nivel; 1. se limite –en lo posible– la inevitable influencia que el sistema económico de competencia ejerce en materia de ética dentro de una fuerza de izquierda (y aun, en mayor medida, cuando sus cuadros y dirigentes ocupan posiciones de poder estatal).

La acción de los medios de comunicación. Los medios masivos de comunicación –90% en manos de privados– dependen de la publicidad. Eso los lleva a disputar entre ellos por las mayores audiencias (o lectores) posibles. Esta “lucha por el mercado” conduce a que los mensajes sean cada vez más simples, espectaculares, conmovedores y que no reclamen reflexión, especialmente en los más fugaces, como la radio y la televisión. Como hay que alcanzar al mayor número posible, no hay que perder a ninguno y, por tanto, se reduce el lenguaje, se simplifica lo complejo y, sobre todo, se insiste en lo que conmueve: crímenes, desastres, hechos emocionantes, y se los repite hasta el cansancio. Todo esto despolitiza. Además, la inmensa mayoría de los medios –incluyendo algunos considerados “de izquierda”– reproducen esa ideología dominante que hace aparecer al sistema económico de competencia como “natural”, y no mencionan para nada que la economía se rige por reglas de competencia y la política –en teoría– por principios de solidaridad.

“Analfabetismo político-económico”. A comienzos del siglo XX teníamos aproximadamente 80% de analfabetos (iletrados). Ahora no hay forma de calcular a estos nuevos “analfabetos” a los que aludo. Porque todos los que sabemos leer y escribir estamos sometidos constantemente al bombardeo constante de mensajes tontos que reducen nuestras capacidades de intelección.

Esta elección trajo novedades: un millonario que aparentó querer ser presidente y que –parecería – en realidad quería ser legislador. También apareció otro presidenciable que, según su mano derecha, vino por inspiración divina, aunque de formación castrense y con esquemas de ultraderecha. Cosechamos lo poco que sembramos y dejamos sembrar otras semillas perniciosas.

Izquierda y medios. La izquierda tiene pocos medios para luchar contra los medios. Estos proclaman que siempre “dan las dos campanas”, pero en realidad suenan mucho más fuerte las de la derecha (incluso la ultraderecha) que las de lo que, ahora, debiera ser llamado “centroizquierda”.

La izquierda, además, siempre bregó por la “libertad de prensa”, cada vez que gobiernos despóticos o autoritarios la retacearon. Entonces, también en esta materia está influenciada para aceptar resignadamente que los medios estén concentrados por los grandes capitales, factor que los coloca, por tanto, más del lado de los propietarios de los medios de producción y de los financistas que del lado de los proletarios y del resto de los asalariados.

Debemos abordar con energía el problema de una regulación de los medios que (sin comprometer la “libertad de prensa”) garantice mejor que ahora el sistema democrático. Es necesario encarar seriamente la comunicación audiovisual como “servicio público” (como en Europa) y como aparece ya –indirectamente– en nuestra legislación (“las ondas radioeléctricas son patrimonio de la humanidad”).

Roque Faraone es escritor y docente.