La sentencia con que se titula esta nota pertenece a Alfonso Guerra, vicepresidente del gobierno socialista de Felipe González; y fue enunciada en circunstancias políticas muy similares a las atravesadas en el ciclo electoral nacional que se está cerrando en nuestro país. Las elecciones generales españolas de 1996 dieron como triunfador al conservador José María Aznar por poco más de uno por ciento (38,79% a 37,63%), cuando las encuestas previas auguraban una diferencia mayor luego de 14 años de gobierno socialista.

Las coincidencias con los resultados electorales del 24 de noviembre son evidentes. El candidato de la llamada “coalición multicolor” obtuvo 48,8% y el presidenciable del Frente Amplio (FA) 47,3%, mientras que las encuestas previas pronosticaban entre cinco y ocho puntos de diferencia en favor del primero. La diferencia final fue poco más de un dígito. Y al igual que lo ocurrido en España, el FA cargaba con el lastre de 15 años ininterrumpidos de gobierno.

A pesar de estas coincidencias entre las elecciones españolas de 1996 y las nuestras, hay una sustancial y abismal diferencia. En España el Partido Popular obtuvo su caudal electoral como partido; en cambio, la mayoría que escasamente consiguió el candidato nacionalista fue obtenida por una coalición electoral de cinco partidos políticos, lo que fragmenta la representación parlamentaria de la coalición ganadora. En términos futbolísticos, “cinco contra uno” apenas logran una diferencia de 1,5% de votos.

Los datos que arrojan los resultados finales condicionan enormemente las garantías de gobernabilidad de la coalición multicolor, que de por sí se presentaban como complejas antes del balotaje. Para garantizar una gobernabilidad duradera es necesario que el Partido Nacional (PN) asegure en ambas cámaras durante el período de la legislatura la totalidad de los votos de los parlamentarios de la coalición sin disidencias. Así, en el Senado, el PN cuenta con diez senadores más su vicepresidenta; y para obtener una mayoría necesita ineludiblemente los votos del Partido Colorado (PC, cuatro senadores) y de Cabildo Abierto (CA, tres senadores), con los cuales logra 18 votos. Esto significa que para la aprobación de cualquier proyecto de ley o medida política que dependa del Poder Legislativo el partido de gobierno necesita conservar los votos de todos los integrantes de la coalición. Basta que los tres senadores “cabildantes” se opongan a un proyecto de ley para que este se frustre, tratándose de un grupo político que aun no devela su incógnita.

La divergencia de intereses electorales entre sus socios, y aun de cosmovisiones políticas, implicaba antes del balotaje serias dificultades para conformar una coalición de gobierno estable, duradera y ejecutiva. Con los resultados a la vista estas contradicciones se agravan. Primero, los intereses electorales de los integrantes de la coalición no son concurrentes, en tanto se trata de grupos políticos competidores electoralmente cuyo universo de votantes potenciales puede ser el mismo en el caso de los partidos tradicionales. De esta manera, cuando se aproximen los comicios de 2024 se auguran inevitables deserciones a la coalición.

Segundo, las cosmovisiones políticas tampoco parecen ser del todo coincidentes, por lo que su programa de acción –en apariencia consensuado– estará signado por disputas ideológicas que no resultan fáciles de resolver. Desde las que se plantean con mayor notoriedad entre las exequias del Partido Independiente y la psicodelia ultramontana de CA; hasta las propias de los partidos históricos donde conviven concepciones liberales y conservadoras. Lo variopinto del pensamiento de la “coalición multicolor” puede sellar la suerte de varias políticas públicas como los programas de salud sexual y reproductiva, o las medidas de prevención de la violencia de género, o la necesaria reforma de la seguridad social que difícilmente pueda incluir al Servicio de Retiros y Pensiones Militares (“Caja” Militar).

Los datos que arrojan los resultados finales condicionan enormemente las garantías de gobernabilidad de la coalición multicolor, que de por sí se presentaban como complejas antes del balotaje.

El resultado electoral agrava la debilidad de una eventual coalición de gobierno. Por un lado, el candidato de la coalición electoral apenas superó a su competidor; además, se trata del candidato elegido por la menor cantidad de sufragios desde que se implementó el balotaje. Esto erosiona la legitimidad y capacidad del candidato ganador como formateur de una coalición que perdure durante toda la legislatura con disciplina de gobierno.

Por otro lado, ni el candidato de la “coalición multicolor” ni sus líderes han podido jalonar o fidelizar la unanimidad de los electores que en la primera vuelta escogieron por alguno de los partidos que la componen. En la primera vuelta, los cinco partidos de la coalición cosecharon conjuntamente considerados 54% del electorado; mientras que en la segunda vuelta su candidato obtuvo 48,8%.

Analizado este fenómeno desde los votos conseguidos por el candidato del FA, este logró captar 7,3% más. Este número resulta bastante significativo, pues se trata de la mayor cantidad de votos que el FA ha podido captar en una segunda vuelta, sobrepasando el 6% promedio que venía sumando en las elecciones anteriores. Es evidente que la mayoría de estos votantes eligieron en la primera vuelta a alguno de los partidos de la coalición, probablemente el PC, trasvasando estos electores los límites de la alianza forjada por sus líderes.

Este efecto trasvase también puede comprometer la estabilidad de una eventual coalición, en especial respecto del líder del PC, quien, sabiendo que sus votantes son propensos a sufragar por la izquierda, no estaría dispuesto, al menos prima facie, a sacrificar o arriesgar ese caudal manteniéndose todo el período de gobierno dentro de una coalición. Ello aumenta los incentivos a que el PC abandone la alianza a cierta altura de la legislatura en aras de no perder votantes tentados de salir de sus filas electorales.

En resumen, el resultado obtenido por el FA, y en especial por su candidato, distó de los pronósticos de una amplia derrota que las encuestadoras presentaban antes de la segunda vuelta, y fue un bálsamo para la militancia y la dirigencia política de este partido. De todos modos, las cifras finales no eximen a esta fuerza política del necesario análisis de lo ocurrido, en especial si se comparan con las de las elecciones anteriores.

Los militantes frenteamplistas, de quienes se decía que iban a recibir los santos olios de la extremaunción política, paradójicamente culminaron la jornada electoral participando –aun en la derrota– en una más de las tantas eucaristías que desde 1971 el FA viene celebrando. Y lo que vaticinaba ser un acto de confirmación de la “coalición multicolor” puede haberse convertido en la misa de su propio réquiem.

Rafael Rodríguez Gustá es abogado.