Viví el año 1968 como estudiante de medicina y acompañamos a Líber Arce desde su ingreso al Hospital de Clínicas hasta su fallecimiento. Para mí, estudiante llegada del interior, que había vivido siempre en una familia tranquila y confiada, fue una revelación (al escribirlo hice un lapsus y puse “revolución”; seguro que eso sucedió en mi cabeza en ese entonces).

El sepelio de Líber Arce fue una expresión genuina de lo que pensaba la mayoría de los uruguayos sobre ese tipo de represión que llevaba a la muerte de jóvenes universitarios, o no, que se expresaban contra el avasallamiento de los derechos y las libertades al conjunto de la sociedad.

Luego se sucedieron muchas muertes más de estudiantes y de trabajadores indefensos que expresaban la intolerancia y el salvajismo que se perpetraba en nuestra sociedad. Todos sabemos en lo que desembocó esto en la década de 1970 y parte de la de 1980.

Hace pocos días, uno de nuestros hijos mencionaba que en esa época de nuestra juventud sí había motivos válidos para jugarse. Agregó: “En ese entonces hubiera sido un buen ‘soldado’ por esas ideas”.

Más de una vez uno siente que las grandes batallas ya han sido libradas, y que quedan escasos motivos claros para defender y para batirse por ellos. Pero ¿es así?

Concomitantemente, se comienzan a difundir más y más las reivindicaciones de los jóvenes en Europa sobre la preservación del medioambiente. Jóvenes muy jóvenes, estudiantes de enseñanza media, militan semana a semana denunciando las políticas que atentan contra el ambiente, poniendo en peligro la existencia sobre la faz del planeta. Denuncian que en 2050 los políticos de hoy ya no estarán, ya habrán muerto, pero ellos sí seguirán viviendo y quieren hacerlo en un mundo saludable. Semana a semana se ponen al hombro esta campaña, cargan sus pancartas y desafían los riesgos de la represión, que cada día es más temible.

La intolerancia con las ideas de los otros de acá y de allá se expresan en la muerte de Felipe Cabral y en los atentados a los cementerios judíos.

La falta de respuesta a las demandas justas de la población hace que se quieran silenciar autoritariamente, a la fuerza.

En nuestro medio vemos la intensificación de la confrontación –nada está bien, estamos en crisis, salidas de shock– y un intento cerrado de frenar los cambios que favorezcan a la mayoría de la gente.

La fragmentación social es el riesgo cierto de las políticas de enfrentamiento de unos contra otros. Esta visión es de extrema irresponsabilidad social y colectiva.

¿Es que no es posible convivir con nuestras ideas, con nuestros recursos, con el aporte de todos? “Sálvese quien pueda” nunca ha sido el camino de resolución de los asuntos colectivos.

La idea es conservar lo valioso que las generaciones anteriores han construido durante años, y nos han dejado como legado, para transferirlo a las generaciones que nos sucederán. Esta es la misión principal de una generación con respecto a la siguiente, y no sólo en valores materiales o ambientales, también en principios morales, acervos culturales, etcétera.

En este clima que se va enrareciendo –¿desquebrajando?– aparece este hecho que cambia cualitativamente las reglas del juego aceptadas y en las que creíamos vivir hasta este momento. Una muerte injustificada de un joven pacífico, que contribuye con su arte a embellecer la ciudad, que expresa sus ideas, que pone vida en los muros por los cuales la ciudad se expresa democráticamente.

Vemos entonces que estas expresiones están muy amenazadas; crear en libertad, poder hacerlo con belleza, ser joven y querer cambios puede ser muy peligroso.

Desde la oscuridad y el anonimato se quiere cercenar libertades, tapar la boca de los jóvenes, e intimidar al que intente hacerlo.

Este es un pésimo camino que espero que no vayamos a transitar. Por eso creo que esto no debe quedar en un hecho más. Propongamos un gran encuentro democrático para dar a estos acontecimientos la trascendencia que tienen. Juntémonos para decir que es lícito ser joven, tener ideas y poder expresarlas. Para levantar las banderas de la convivencia en paz, de la alegría, de la transparencia, que hacen honor a los mejores valores de nuestra sociedad.

Nuestros jóvenes, nuestros hijos y nosotros mismos tenemos grandes principios por los cuales luchar, en el abrazo de todos los que vivimos y queremos seguir viviendo en este país: la vida, la libertad, la convivencia en paz, la solidaridad, la tolerancia, la creación. La lista puede llegar a ser infinita.

Dora Musetti es pediatra, psiquiatra y psicoterapeuta de niños y adolescentes.