Miles y miles de mujeres marchando por sus derechos por 18 de Julio este 8 de marzo. ¿Es importante para la izquierda?
Verónica Alonso, que pretende ser “presidente”, luego de despotricar contra la Ley Integral para Personas Trans y otros avances en la agenda de género quiso figurar marchando junto a la multitud. No le salió bien: la gente rechazó su presencia en la avenida. ¿Se puede ser feminista y de derecha?
Claramente, una persona puede querer ciertas mejoras en las condiciones en las que viven las mujeres, o algunas mujeres, sin cuestionarse otras desigualdades y considerarse feminista, pero esto termina cayendo por su propio peso. Un intento de rascar un poco en las causas de por qué las mujeres viven en condiciones desfavorables por el solo hecho de ser mujer llevaría indefectiblemente a cuestionarse otros componentes de la desigualdad.
Ser feminista en estos tiempos necesariamente significa ser anticapitalista. El patriarcado, sistema mediante el cual los hombres tienen el poder dominante sobre las mujeres y las identidades disidentes del binarismo de género, tiene 8.000 años de vida, por lo que queda claro que precede al capitalismo. Sin embargo, hay un elemento central, vinculado a su creación, que lo une necesariamente al sistema capitalista: el patriarcado nace con el surgimiento de la propiedad privada, que incluía, en el comienzo del período neolítico, las tierras, los animales, las mujeres y la infancia. Es así como los hombres adquieren un rol jerárquico en la organización de la sociedad. Por esto, desde su surgimiento el patriarcado está vinculado al sistema económico y se interrelaciona con el feudalismo primero y con el capitalismo después, adaptándose para ser funcional al componente económico de la dominación. Este aspecto nos recuerda la necesidad de que la izquierda incluya la lucha feminista en su agenda, ya que el solo cambio del sistema económico no ha sido suficiente para eliminar el patriarcado ni lo ha debilitado, por lo que no necesariamente superar el capitalismo significará superar la opresión de género. El socialismo real no ha mostrado tampoco que las mujeres se hayan liberado de la opresión del patriarcado, a pesar del cambio del modo de producción.
Friedrich Engels describió la división sexual del trabajo, por la cual los hombres se encargan de las actividades productivas (mano de obra para la producción de mercancía) fuera del hogar y las mujeres de las tareas reproductivas (cuidado, alimentación, reproducción biológica, etcétera). Las mujeres fueron también partícipes de las tareas productivas, ya que fueron la mano de obra de reserva del sistema, más barata y contratada en peores condiciones laborales. Cuando las mujeres se integran de forma masiva al mercado laboral, lo hacen con peores condiciones salariales y laborales y sin que se integren los hombres a las tareas reproductivas. De esta manera surge una doble carga: la del trabajo remunerado fuera del hogar y la del trabajo no remunerado dentro del hogar. Surge también una doble opresión: la ejercida por el capital y la ejercida por sus maridos. Vemos así cómo están constantemente entrelazadas en la vida de las mujeres la opresión capitalista y la generada por el patriarcado.
Virginia Bolten, anarquista argentina, denunciaba en 1896 esa doble opresión: “¿No es verdad que es muy bonito tener una mujer a la que hablaréis de libertad, de anarquía, de igualdad, de revolución social, de sangre, de muerte, para que esta, creyéndoos unos héroes, os diga en tanto que temiendo por vuestra vida [...]: ‘¡Por Dios, Perico!’? ¡Ah! ¡Aquí es la vuestra! Echáis sobre vuestra hembra una mirada de conmiseración [...] le decís con teatral desenfado: ‘Quita, allá, mujer, que es necesario que yo vaya a la reunión de tal o cual [...] vamos, no llores, que a mí no hay quien se atreva a decirme ni a hacerme nada’. Si vosotros queréis ser libres, con mucha más razón nosotras; doblemente esclavas de la sociedad y del hombre, ya se acabó aquello de ‘Anarquía y Libertad’ y las mujeres a fregar. ¡Salud!”.
Ambos sistemas de opresión están necesariamente imbricados y conforman el patriarcado capitalista, donde los distintos componentes de la dominación no son fácilmente divisibles. El capitalismo, por ejemplo, se basa en los estereotipos de género que asocian a la mujer al llamado “sexo débil” para justificar que la mayoría de los hombres ocupen los cargos de jerarquía y mejor pagos en las instituciones. A su vez, los ingresos económicos desiguales y la brecha salarial que beneficia a los hombres aumenta la desigualdad de poder dentro del hogar entre hombres y mujeres. El patriarcado existe más allá del ámbito familiar y actúa también en la participación de las mujeres en el mercado laboral, así como el capitalismo invade también la esfera doméstica, desdibujando los límites nítidos entre el ámbito familiar y el público.
Boaventura de Sousa Santos nos explica cómo la dominación de clases tiene tres componentes básicos: el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado; es decir, las relaciones patrón/trabajador, blanco/afrodescendiente o indígena, hombre/mujer. Estas opresiones se intersectan y conforman piezas de un mismo engranaje. Desde esta perspectiva sería un error analizar el patriarcado por fuera de la lucha de clases.
Es por todo esto que le decimos a Verónica que no se puede ser de derecha y feminista. La lucha antipatriarcal es hoy necesariamente anticapitalista, y la izquierda necesariamente debe ser feminista.
Virginia Cardozo es integrante del Secretariado Ejecutivo del Partido por la Victoria del Pueblo, Frente Amplio.