Al pensar en el crecimiento económico de nuestro país tendemos a considerarlo casi automáticamente sinónimo del bienestar humano. Sin embargo, esta asociación ha sido profundamente cuestionada desde varias corrientes teóricas y prácticas sociales concretas, como las de la economía social y solidaria, la economía feminista y la economía ecologista.

Si analizamos los discursos políticos en el contexto actual de la campaña preelectoral, notamos que al hablar de “la economía”, más allá del abanico ideológico al que pertenezcan los distintos candidatos, se retoma la idea neoclásica de la economía productivista y monetarizada. Es sobre ella que se plantean los matices y disputas en torno a visiones mayormente intervencionistas o aperturistas, el rol otorgado al Estado, a los espacios colectivos de negociación, a las políticas impositivas y de compensación, entre otros.

Si bien la agenda feminista, la promoción de la economía social y los temas medioambientales aparecen en este contexto, no es frecuente que desde la política partidaria se cuestionen los propios principios sobre los que se estructuran económicamente las desigualdades y la relación extractiva de la sociedad con la naturaleza. Estas temáticas aparecen como externalidades, cuestiones marginales o independientes a la economía. Por ejemplo, si bien encontramos importantes avances en el proceso de institucionalización y fortalecimiento del cooperativismo por intermedio del Instituto Nacional del Cooperativismo (Inacoop), la economía social y solidaria sigue ocupando un lugar marginal en el debate global y en la decisión sobre qué modelos de desarrollo económico se deben profundizar en nuestro país.

Partir de la reproducción de la vida y no de la reproducción del capital habilita desplazamientos interesantes para repensar la economía que tenemos y la economía que queremos. Esta pasa a ser una red de interdependencia entre hombres y mujeres entre sí y con la naturaleza para construir formas organizativas concretas en cuanto a los procesos de producción, distribución, circulación y consumo que hacen la vida posible. La economía basada en individuos egoístas que toman decisiones racionales, la competencia como instrumento para fomentar la competitividad y el mercado como mecanismo de autorregulación entre la oferta y la demanda (con mínimos márgenes de intervención) es una construcción política naturalizada y culturalmente hegemónica.

“Las economías transformadoras” no son idealizaciones utópicas o construcciones teórico-abstractas, sino prácticas concretas que denotan una multiplicidad de proyectos, luchas y formas económicas existentes en la actualidad y que han sobrevivido históricamente al modelo hegemónico. Por ejemplo, la economía social en Uruguay comienza a finales del siglo XIX a partir de inmigrantes españoles e italianos que fundaron las primeras sociedades de socorro mutuo, cooperativas de consumo, cooperativas de trabajo y cajas de auxilio.

Con impulsos y frenos fue desarrollándose la matriz cooperativa por más de un siglo, y se ha triplicado en los últimos diez años, pasando de 1.164 cooperativas registradas en 2008 a 3.490 en 2018, según datos del censo cooperativo realizado por el Instituto Nacional de Estadística y los registros del Inacoop. La magnitud del fenómeno puede dimensionarse, observando que existen 907.698 personas involucradas en el cooperativismo, lo que significa casi un tercio de la población total de los habitantes del país que encuentra en el asociativismo el mecanismo para la resolución de alguna necesidad (vivienda, trabajo, consumo, etcétera).

Además del mundo cooperativo (asociado mayormente con la economía social), luego de la crisis de 2002 se constatan varias experiencias como clubes de trueque, mercados de consumo popular, huertas, merenderos comunitarios, colectivos de artesanos, producción orgánica de alimentos, empresas recuperadas, etcétera. Dichas experiencias han sido abordadas como parte de la economía solidaria (EcSol) y, si bien encuentran algunas cooperativas, se organizan e intersectan en distintas redes y lógicas que escapan al movimiento cooperativo stricto sensu.

Las nuevas tramas sociales han dado lugar a nuevas organizaciones y redes, como la Coordinadora Nacional de Economía Solidaria, el Mercado Popular de Subsistencia, la Asociación de Mujeres Rurales del Uruguay, etcétera. En otros casos se han conformado nuevas iniciativas que retoman principios de la economía ecologista y la agroecología, como la Red de Agroecología, la Red de Semillas Criollas y Nativas, la Red de Grupos de Mujeres Rurales, etcétera.

Las economías transformadoras no son burbujas anticapitalistas, sino economías que, a pesar de convivir, relacionarse y ser parte del propio sistema, encuentran nuevos sentidos y construyen subjetividades que defienden la reproducción de la vida más allá de la lógica de acumulación y ganancia. A pesar de las contradicciones propias de los distintos procesos y del poco peso que tienen en la economía formal y los macronúmeros, involucran a miles de personas que ponen en común algunas cuestiones de su subsistencia y trabajan colectivamente para lograrlas.

Desde estas perspectivas, la cuestión de redistribución y bienestar excede a las relaciones mercantiles e incorpora las pautas culturales por las cuales se establecen las relaciones de reconocimiento. Ante el supuesto de competencia y rivalidad, demuestran así la existencia de relaciones solidarias y economías basadas en principios de reciprocidad para defender la vida de las generaciones actuales y futuras.

La economía feminista también advierte sobre el acotamiento del análisis neoclásico hegemónico de la economía que invisibiliza otras esferas de interdependencia que la conforman intrínsecamente, configurando desigualdades. El lugar central otorgado al intercambio de bienes, su valor de cambio y las relaciones mercantiles jerarquizan la esfera productiva sobre otras, como la reproducción del ámbito privado y doméstico, trabajo altamente feminizado.

La pregunta clave pasaría a ser con qué políticas socioeconómicas avanzar hacia esa distribución, deconstruyendo y ampliando el concepto mismo de economía ligado a la producción. ¿Cuánto darían los balances y los macronúmeros nacionales si contabilizáramos las otras variables que componen al bienestar y exceden la economía monetarizada?

Este mes en Barcelona se llevó a cabo el primer Encuentro de Confluencia de Economías Transformadoras, que tendrá varias etapas en distintos continentes y culminará en un Foro Social Mundial Temático sobre las Economías Transformadoras en abril de 2020. Se trata de hacer posible el pensamiento sobre la transformación del sistema económico actual a partir de las experiencias ya existentes. Una cosa parece manifiesta: se necesitan nuevos lenguajes, nuevas ideas, nuevos horizontes de solidaridad que construyan procesos de democratización profundos.

Anabel Rieiro es docente del Área de Sociología Política, Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República.