Me dio trabajo estacionar el auto. Pero justo allí, en la puerta de un local bien iluminado, encontré un hueco. Levanté la vista y vi un escudo con una antorcha: Ateneo Popular del Sindicato Único de la Aguja (SUA). Hoy es la sala teatral Delaguja. Tiempo atrás fue La Máscara, donde funcionó Teatro del Pueblo.
En 1987, la Corte Electoral pretendió estafarnos las firmas del referéndum contra la ley de caducidad. Una marea obrera y popular salió una noche desde La Teja hacia la fortaleza del Cerro portando antorchas. Desde la ciudad se vio como un encendido grito de libertad y justicia. Contundente.
Las antorchas tienen historia. Polisémica, quizá. Fueron usadas por el Ku Klux Klan, en ceremonias hitlerianas y para quemar mujeres en hogueras del Santo Oficio. Hay que rescatarlas en sentido libertario. No para descalificar debates que se admiten como complejos, como hizo el compañero Gustavo Leal: “Hay compañeros que deberían apagar las antorchas. Parece que lo único que les interesa es encender hogueras para hacer humo de forma permanente y no debatir los temas en profundidad”.
Una medida polémica, como el involucramiento de la Guardia Republicana en las cárceles, mal comunicada en su momento, merece un abordaje con respeto y elocuencia docente. Si se asume que es un tema difícil y complejo, que no se puede discutir mediante telegramas o en las redes, no es válida la descalificación. Con el reportaje de Denisse Legrand al director de la Guardia Republicana, Alfredo Clavijo, que publicó la diaria el lunes 10 conocemos argumentos serios que son de recibo. Explican, educan en el perfil de una nueva Policía: “Las cárceles tienen que ser gestionadas por personas con perfiles asociados a la rehabilitación y no a la seguridad [...] Si pretendemos que un sistema evolucione hacia la rehabilitación, tiene que contar con personas formadas con ese enfoque y con capacidades específicas para el tratamiento a las personas privadas de libertad. Las y los policías tienen que ir cediendo y dedicarse a los mecanismos de control y seguridad dentro de las unidades de internación, pero no deben estar en trato directo con las personas privadas de libertad. El trato directo debe ser asumido progresivamente por las y los operadores penitenciarios”.
Un debate siempre necesario
Todos los partidos y sectores deberíamos asumir que el tema ha sido la tumba de los cracks, a pesar de los enormes logros y avances realizados en estos 15 años. Como sociedad vivimos el incremento de la violencia y todavía no hemos podido encontrar un camino sostenible hacia una cultura de paz. Desde 1997 recurrimos al aumento de penas para calmar a la hidra punitiva. Aumentan las penas, aumenta el delito, aumenta la violencia. Lo que no aumenta es la voluntad de investigar con pretensión científica. Axioma: las conductas delictivas y violentas que provienen de sectores de la fractura social vulnerable son hijas de la cultura de la violencia. De la mano dura familiar, barrial, o de los palos policiales. De la convivencia carcelaria. ¿A qué mente se le ocurre que el endurecimiento de penas o la acción violenta puede disuadirlos? 60% de las rapiñas son por objetos de valor menor a 1.000 pesos. La tentación de gestos punitivistas parecen estar a la orden del día como una especie de mea culpa que tendríamos que confesar los izquierdistas.
No sólo se puede, se debe debatir. No hay alumbrados y otros que hacen humo. Polemicé públicamente en las internas de 2009 con Pepe, mi candidato, por aquella peregrina idea de internación compulsiva a los usuarios de drogas. Creo que fue útil. Hay que polemizar, desmontar lo demagógico, pero discutir las propuestas. Lo que repite Lacalle junior, “se acabó el recreo”, resulta infantil. O de patroncito de estancia, poniendo orden en la peonada díscola. Es más difícil, Luis. Confesemos. No está Ángel Gianola como testigo, pero está Juan Andrés Ramírez, que es un caballero. Sin embargo, el texto de su programa afirma cosas que son debatibles, y algunas de recibo. Incluso Jorge Larrañaga con su pulga amaestrada de Vivir sin Miedo plantea iniciativas que hay que desmontar, demostrando sus errores. No hay que descalificarlo.
Eso que llaman investigación-acción
De la naturaleza de las conductas criminales, de la creciente violencia social, sabemos poco. Lo único que podemos afirmar sin titubear es que la fuerza mal administrada, la apelación a la mano dura, no sirven. Ni aquí, ni en ningún lado. Ahora tenemos evidencia de la potencia de lo preventivo-disuasivo. La violencia en el deporte ha amainado. Se avanzó debido al compromiso de múltiples actores. Se construyó cultura de paz. ¿Por qué no proceder a nivel territorial con un enfoque similar ? 29% de los homicidios es por violencia interpersonal. ¿Lo demás va para la bolsa de ajustes de cuentas? Para construir política criminal hay que investigar y estar en territorio. Estar con todos los actores en forma integrada, zona por zona. Como estuvimos y no supimos o no pudimos avanzar. El plan Siete Zonas, de intervención integral y transversal, fue suspendido por discutibles argumentos presupuestales. El primer paso para superar la fractura social es superar política y culturalmente la grieta de “ellos y nosotros”. Los hechos son porfiados: honestos “nosotros” cometen delitos por ambición o por odios personales. O para lavar dinero.
Todo tiene su historia, las antorchas también
Ese Ateneo Popular fue fundado en 1924 por el SUA. En ese local en 1886 funcionó el Centro de Estudios Internacionales, sede de polémicas y trabajo conjunto de socialistas y anarquistas, entre ellos Emilio Frugoni. Fue sede de la Federación Obrera Regional Uruguay. En 1899 Florencio Sánchez estrenó allí su obra Puertas adentro. Una antorcha viva.
Muchos años después, el SUA crearía su seguro de salud, que, intervención mediante, se transformaría en una cooperativa médica: el Servicio Médico Integral. El sindicato de trabajadores, la Asociación de Empleados del SMI (AESMI-FUS) fue una de las 37 organizaciones sindicales que convocaron al 1° de mayo de 1983. El actual, denominado FUSMI (luego de la fusión con Impasa), organizó recientemente el repudio a José Gavazzo en la puerta del sanatorio. Vaya antorcha.
Después de estacionar, me fui a la presentación del libro de dos amigos y compañeros: Talo Valdez y Juan Pedro Ciganda. Psicoanalista y entrañable profesor de psicopatología, el primero. Profesor de historia, militante sindical, orador de aquel 1º de mayo, el otro. Escribieron juntos una novela policial. Dicen que se puede. Digo, escribir juntos, a pesar de que se conocieron en un asado, confesaron hace muy poco. El título: Parecemos, ya ves, dos extraños.
Milton Romani Gerner fue embajador ante la OEA y secretario general de la Junta Nacional de Drogas.