Desde 2014, China ha encerrado sistemáticamente a musulmanes de origen turco, uigures, en la región de Xinjiang, en “campos de reeducación”

Hace exactamente un año, Estados Unidos tomó una decisión drástica con respecto a los “inmigrantes ilegales” en la frontera con México. La decisión fue que cada persona que fuera atrapada cruzando la frontera estadounidense sería transferida a un centro de detención federal estadounidense y esperaría hasta comparecer ante un juez. Pero como estos centros eran sólo para adultos, separaron a los niños de sus padres y los encerraron en otro lugar. Esto causó duras críticas al gobierno de Estados Unidos, y el 21 de junio de 2018, el presidente de ese país, Donald Trump, firmó un decreto que determinó la unidad de las familias.

Desde 2014, China ha encerrado sistemáticamente a musulmanes de origen turco, uigures, en la región de Xinjiang, en “campos de reeducación”. La noticia se difundió en todo el mundo por las principales agencias internacionales de noticias. Sin embargo, no podemos decir que haya sido objeto de tantas críticas. La afirmación del gobierno chino es que se busca la “reeducación para evitar el extremismo”. Algunos periódicos, como el Foreign Policy Journal y el Centro de Estudios Indígenas del Mundo, clasifican esta acción de China como un “genocidio cultural”, porque la práctica no se limita a los uigures, sino también a todos los musulmanes en la región autónoma de Xinjiang.

El número estimado de personas en esos campos de concentración de China es de un millón. Debido a que sigue siendo un misterio tanto el número exacto de personas detenidas allí como el tratamiento que tienen, estos campamentos aún se llaman “secretos”, porque no hay claridad sobre lo que sucede detrás de las paredes.

El 4 de junio, BBC News International publicó un informe sobre niños musulmanes perdidos en la región de Xinjiang. Según la noticia, el gobierno se lleva a los niños que han perdido a su madre y a su padre en la prisión o en el campo de concentración. De este modo se los separa de su religión, etnia, cultura e idioma. La base de la noticia es una entrevista con algunas madres que viven refugiadas en Turquía. Algunas dicen que no saben quién cuida a los niños, otras dicen que han perdido el contacto con ellos. Es probable, según las noticias, que a estos niños se les diga que abandonen sus creencias. No podemos dejar de notar que es una arbitrariedad.

China es gobernada por un partido que prohíbe a sus miembros tener cualquier religión o creencia. Los musulmanes son el grupo más minoritario en el país: representan 0,45% de la población. Antiguamente, en los reinos, la religión del rey era la religión de la gente –cuio regio, eius religio–. En cambio, hoy afirmamos vivir en un mundo de diversidad y libertad, donde se respetan las creencias de las personas. Pero, ¿realmente no es hoy la religión –o no religión– del rey la que se impone en la mayor parte del mundo? ¿Y nosotros, quienes tenemos la libertad de creer, pensar y optar, nos preocuparnos por la libertad del otro?

Atilla Kuş tiene una maestría en el Programa de Estudios de Posgrado en Ciencias de la Religión en la Pontificia Universidad Católica de San Pablo y es secretario general del Centro Islámico y el Diálogo Interreligioso e Intercultural de Brasil.

Esta columna fue publicada originalmente en Carta Capital.