En 1974, Marc Lalonde sistematizó los determinantes de la salud en cuatro grupos: estilo de vida, biología humana, medioambiente y sistema sanitario. El determinante medioambiental incluye aspectos sociales como la vivienda, la calidad del trabajo, las posibilidades de estudio, la convivencia, la participación social, el respeto a los derechos humanos, el sistema político –en nuestro caso, una democracia representativa y republicana que la izquierda uruguaya ha aportado significativamente a construir en toda su historia–. La salud no se mejora sólo desde el sistema sanitario –este es, además, el de menor incidencia–, sino que se determina y mejora en forma multifactorial. Un gobierno que no respeta los derechos humanos, por ejemplo, una dictadura, pero también una democracia recortada, el modelo neoliberal, somete a la sociedad en su conjunto a un severo deterioro de su salud. Sin duda, podemos decir que todo atentado contra el sistema democrático es un atentado contra la salud del pueblo uruguayo. Por esto es que queremos analizar ciertos planteos que atentan contra nuestra salud, porque atentan contra nuestra democracia.
A pesar de los compromisos de hacer una campaña electoral transparente y ética, los hechos muestran lo contrario. Discrepar, disentir y dialogar es sano para la democracia, pero tratar de hacernos pasar gato por liebre para evadir los verdaderos intereses es lamentable. Es en las redes sociales donde se juega con fuerza la lucha ideológica y la desinformación, a la que se suman algunos medios de comunicación de masas bajo una seudoimagen de objetividad. Quieren construir dos certezas.
En primer lugar, sostienen que es malo el gobierno de mayorías, porque burocratiza, impone, desprecia a las minorías, es casi “una dictadura”. Nos han llegado a comparar, en forma despectiva, con Cuba o Venezuela. Omiten que cuando impulsaron el balotaje (cuyo verdadero motivo era retrasar lo más posible la llegada del Frente Amplio [FA] al gobierno), su principal argumento era que para gobernar se precisaban mayorías parlamentarias. “El objetivo no era tanto lograr los votos para el balotage, sino sentar las bases para tener una sólida mayoría parlamentaria”, manifestó el 28 de agosto de 2009 el colorado Alejandro Atchugarry.1 El nacionalista Javier García afirmó que “por primera vez los partidos políticos debieron formalizar un acuerdo entre la elección de octubre y el balotage de noviembre para garantizar las mayorías parlamentarias que le dieran gobernabilidad a la gestión”.2
Cierto es que los partidos tradicionales se presentan como opciones diferentes, pero son las dos caras de una misma moneda: el neoliberalismo. Si tienen dudas, pregúntenle a Ana Zerbino, principal asesora en economía del candidato presidencial del Partido Colorado (PC), Ernesto Talvi, que reconoce haber votado en forma alternada al PC y el Partido Nacional (PN), porque vota proyectos. Si además comparamos programas de los partidos tradicionales, son el mismo perro con diferente collar. Ambos defienden los intereses de los más ricos y nos quieren convencer de que las mayorías parlamentarias son malas. Sí, las mayorías son malas cuando defienden los derechos de los trabajadores o cuando en los Consejos de Salarios se aprueban las jornadas de ocho horas para el peón rural o se reconocen derechos a minorías, o cuando se desarrollan políticas de género, o se mejora el sistema de salud fortaleciendo al prestador público. Si el FA no hubiese tenido mayorías parlamentarias, jamás se habrían aprobado leyes que nos ponen en la vanguardia de los derechos a nivel global: la Ley de Salud Sexual y Reproductiva, la ley de creación del Sistema Nacional Integrado de Salud, la ley de participación social en los directorios, la creación del Impuesto a la Renta de las Personas Físicas, la Ley Integral para Personas Trans, entre muchas otras.
Hoy, antes de las elecciones de octubre, ya están acordando construir una coalición que abarca un espectro que va desde PC y el PN, pasando por el Partido Independiente y Cabildo Abierto, para asegurarse una mayoría parlamentaria que les permita aprobar una ley de emergencia de dudoso contenido, como plantea la senadora Constanza Moreira (en la diaria del 6 de setiembre). ¿Resulta que esta nueva mayoría parlamentaria sí es democrática, y la nuestra, surgida del mandato popular, no lo es?
Pero esta idea de que las mayorías parlamentarias son malas es más grave aun si se plantea en un país con democracia representativa en ejercicio pleno, un ejemplo en el mundo, que además cuenta con mecanismos de democracia directa como los plebiscitos. Ese concepto es grave porque erosiona el sistema democrático que dicen defender.
La segunda certeza que quieren imponer es que “no hay nada más beneficioso que la alternancia de partidos en el gobierno”. Sin duda, otra falacia. Cuando el PC gobernó casi 100 años de corrido, diez años fueron de gobierno colegiado con mayoría blanca; en esos casos jamás reclamaron alternancia.
No hay dudas de que la alternancia es buena, pero para ellos, para poder frenar el avance del movimiento popular y hacer retroceder nuestras conquistas.
Conocemos muy bien las políticas de shock de los Lacalle (popularmente, la motosierra) y también las políticas presupuestales de gasto cero del PC. Sabemos muy bien quiénes se benefician, y esto explica por qué necesitan y alaban la alternancia: para alternarse entre ellos.
Si se deteriora el determinante medioambiental-social por el deterioro de la calidad de nuestra democracia, perdemos en salud.
Dejemos bien claro que en las próximas elecciones habrá dos proyectos de país diferentes: uno es el país del mercado, el del hombre al servicio de la economía; el otro es un proyecto de país solidario, con la economía al servicio del hombre.
No dejemos que esos planteos entren en nuestras cabezas, luchemos por el cuarto gobierno, que nos permita seguir avanzando en la conquista de más derechos, en calidad de vida, en reparar la red social, en proteger a las minorías, en políticas de género, en lograr verdad y justicia, en construir una sociedad más justa en la que cada uno dé lo máximo que puede y reciba lo que necesita.
No dejemos que esas falsedades ideológicas triunfen, sigamos construyendo ciudadanía inteligente. Cuidemos nuestra democracia plena y solidaria para cuidar de nuestra salud.
Daniel Parada es médico y fue profesor agregado de Clínica Médica en la Facultad de Medicina de la Universidad de la República.