Desde el momento en que se hicieron públicos los resultados de las PASO (elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) en Argentina, Jair Bolsonaro y dos ministros de su gabinete, el de Hacienda y el de Relaciones Exteriores, manifestaron públicamente que, de resultar electo el candidato Alberto Fernández, la República Federativa del Brasil abandonaría el Mercosur. El argumento esgrimido para lanzar tamaño exabrupto, que sorprendentemente no fue cuestionado por la cancillería argentina, fue que las políticas aplicadas oportunamente por los gobiernos kirchneristas entorpecieron la concreción del acuerdo con la Unión Europea (UE). Por otra parte, durante la campaña electoral, Alberto Fernández, en más de una oportunidad, manifestó que si resultaba electo presidente de la República Argentina revisaría los contenidos de este acuerdo.

El acuerdo con la UE aún no está firmado. Falta que se proceda a la revisión legal del texto y que se efectúen las traducciones correspondientes, para que los cancilleres estén en condiciones de firmarlo y remitirlo a sus respectivos parlamentos para su aprobación. Resulta evidente que estos eventos se llevarán a cabo cuando asuma el próximo gobierno argentino, que será de neto perfil kirchnerista.

El acuerdo Mercosur-UE consta de tres pilares: el económico, el político y el de cooperación. Los pilares político y de cooperación, por sus características y contenidos, son de naturaleza intergubernamental, por lo que requieren la aprobación de cada uno de los miembros de la UE en forma individual, lo que implica un proceso sumamente lento y engorroso. Por el contrario, el pilar económico-comercial es supranacional, por lo que entra en vigor luego de la revisión jurídica y de la aprobación por parte de la Comisión Europea y del Parlamento Europeo (ambos organismos supranacionales de la UE). Este pilar es el más relevante para los integrantes del acuerdo, y su aprobación implica un trámite más simplificado.

De acuerdo con información proporcionada, se entiende que si un país decide no firmar el acuerdo, que ya está negociado, los demás pueden decidir seguir adelante, es decir, se podría obviar la supuesta oposición de Argentina. La única limitación que existiría para que cada uno de los miembros del Mercosur pueda firmar y ratificar individualmente el acuerdo con la UE es la Resolución 32/00 del Consejo Mercado Común, que en su artículo 1º dice que los miembros del Mercosur reafirman el compromiso de “negociar en forma conjunta los Acuerdos de Naturaleza Comercial con terceros países o agrupaciones de países extrazona en los cuales se otorguen preferencias arancelarias”.

Seguramente las cancillerías de Uruguay, Paraguay y Brasil no interpretan la Resolución 32/00 del CMC como una limitación en este caso, lo que implica apostar a la flexibilización del Mercosur. Esta apuesta genera la posibilidad, para los miembros del acuerdo, de negociar a diferentes velocidades, lo cual, como ya hemos dicho, elimina la posibilidad de que una Argentina kirchnerista se oponga a la puesta en práctica del acuerdo Mercosur-UE.

El exabrupto de Bolsonaro al proferir la amenaza de abandono del Mercosur apunta a concretar un giro de 180° en lo que respecta a las definiciones estratégicas asumidas en la Declaración de Foz de Iguazú, firmada el 30 de noviembre de 1985 por los presidentes de Argentina, Raúl Alfonsín, y de Brasil, José Sarney. Aquel acuerdo estratégico coincidía con el restablecimiento de la democracia en ambas naciones; dejando de lado la hipótesis bélica, sentó las bases de un proceso de integración regional que tendría su momento cúlmine cuando se produjo el nacimiento del Mercosur. Argentina y Brasil sellaban así una alianza estratégica que hasta el día de hoy no se ha visto erosionada.

Dos son los motivos que impulsan a Bolsonaro a dar este paso: el primero, respaldar a Mauricio Macri en su disputa electoral con Alberto Fernández. Una victoria de este, unida a la de Andrés Manuel López Obrador en México y a las muy probables del Frente Amplio en Uruguay y de Evo Morales en Bolivia, podría llegar a interpretarse como la continuidad y la vigencia de los gobiernos progresistas en América del Sur, y una temprana y estrepitosa derrota del macrismo neoliberal. El segundo motivo amerita llevar a cabo un análisis previo del proceso que llevó a que se generase a nivel mundial un nuevo sistema de producción global, que tiene su origen en la crisis del petróleo acaecida a mediados de la década de 1970 y que impactó fuertemente en la estructura económica mundial. Las grandes empresas transnacionales buscaron los medios para recuperar la rentabilidad perdida, lo que trajo aparejado el desarrollo de un nuevo sistema de producción global y la paulatina pérdida del “Estado de bienestar” que se había desarrollado a lo largo de los “años dorados”; en el seno de los países desarrollados, en aquel entonces, como suele suceder, el peso de la crisis lo pagaron los trabajadores.

Así, asistiremos al proceso de deslocalización de la producción de los países centrales hacia la periferia, fundamentalmente hacia los países asiáticos, en donde hay abundancia de materias primas y mano de obra barata. En esta llamada “nueva división internacional del trabajo”, las potencias centrales mantuvieron esencialmente las tareas de innovación, diseño y comercialización mientras deslocalizaban las tareas más simples de la manufactura. Con el tiempo comenzaron a deslocalizarse tareas cada vez más complejas; no obstante, la lógica central de esta nueva división del trabajo seguía siendo la misma.

Este proceso permitió la acumulación de grandes ganancias a las transnacionales de los países centrales, pero generó la fragmentación de la clase trabajadora en estos países. Se dio un proceso por el cual los trabajadores más calificados se especializaron en tareas de innovación y diseño, ganando, por lo tanto, elevados salarios. Los que no tenían estas capacidades, como consecuencia del proceso de deslocalización, perdieron sus puestos de trabajo y se vieron forzados a emigrar hacia el sector de servicios, en el que perciben bajas remuneraciones.

El sector financiero fue otro de los ganadores en este proceso de deslocalización de la producción: grandes flujos de dinero ingresaban a Estados Unidos producto de la remisión de utilidades e inversiones que proveían de crédito a los consumidores, capitales para la inversión directa en corporaciones estadounidenses o alimentaban la adquisición de deuda pública de Estados Unidos. La caída del Muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética produjeron una transformación del mundo bipolar al unipolar; la hegemonía de Estados Unidos en todos los aspectos resultaba incuestionable.

El declive de la potencia hegemónica la conduce a modificar su estrategia en materia de política exterior, extremando su agresividad y provocando una alteración en la estabilidad del sistema internacional. Se generan multiples tensiones, fundamentalmente con China y Rusia, pero también con sus aliados de la UE, Canadá, México, Turquía, Irán, Siria, Cuba y, muy especialmente, Venezuela. Esta estrategia desarrollada por Estados Unidos explica la llegada de Donald Trump a la presidencia, debido a la necesidad de enfrentar los nuevos desafíos a los que se encuentra sometida la hegemonía estadounidense. Desata una guerra comercial con China, bloquea económicamente a Rusia e Irán, y desembarca una vez más en su “patio trasero”, nuestra América Latina, desempolvando la vieja doctrina Monroe. “América para los americanos” –del norte, agrego yo–, intentando desplazar de la región a China y Rusia.

Esta tarea se ha visto favorecida por el acceso de las derechas sudamericanas a los gobiernos, que apuntan a dejar de lado el tipo de integración regional que avanza más allá de lo meramente comercial. Estas derechas están en un todo de acuerdo con la estrategia esbozada por Trump, quien ha señalado expresamente que Estados Unidos privilegia la negociación bilateral y asimétrica.

Desplazar la presencia de China y Rusia en la región no será, por cierto, una tarea fácil: China es el primer cliente comercial de prácticamente todos los países de la región, y es la mayor consumidora de los commodities que producen. Es también, actualmente, el mayor proveedor de inversión extranjera directa, de insumos de bienes de capital y de consumo, que desplaza en la región la presencia estadounidense en casi todos estos escenarios.

Como bien ha señalado Diego Hernández Nilson, surge en la región un nuevo panamericanismo que reacciona contra el “giro a la izquierda” y el “regionalismo poshegemónico latinoamericano”, liderado por Brasil, la Argentina de Macri, Chile y Colombia, que buscan un realineamiento continental tras Estados Unidos. Las expresiones más ostensibles de esto han sido la propuesta de Prosur o el aval interamericano a los atropellos al Estado de derecho en Paraguay, Honduras y Guatemala. Este nuevo panamericanismo regenera, además, el antiguo bloque continental hegemónico –en el que convergía la oligarquía terrateniente, los intermediarios financieros, las elites políticas y los ejércitos de la doctrina de la seguridad nacional– en su nueva versión, en la que se agrega un nuevo sector financiero, ligado al lavado de activos y las iglesias evangélicas.

Este realineamiento panamericano adquiere un significado mayor a la luz de las transformaciones recientes del sistema internacional: se abandona el multipolarismo esbozado en la última década (un mundo de regiones) para pasar a una nueva estructura bipolar que divide al mundo entre los renovados bloques occidentales y euroasiáticos (guerra comercial incluida). La tensión mundial hace que para Estados Unidos sea fundamental contar con el alineamiento continental, como sucedió en otras coyunturas similares.

Estados Unidos ha logrado la sumisión de Brasil. El gobierno de Bolsonaro le ha permitido lograr el mayor éxito geoestratégico de las últimas décadas.

En la actual disputa hegemónica mundial, el bloque occidental abandona el liberalismo político, asumiendo un discurso occidentalista, asociado a la aparición de la nueva derecha conservadora y autoritaria (Trump, brexit, Vox, Viktor Orbán y el propio Bolsonaro), que no sólo rechaza al socialismo y a la socialdemocracia, sino también al liberalismo y al institucionalismo. De esta forma, además del alineamiento geopolítico de países, los aspectos ideológicos asumen renovada importancia. Hay una derecha conservadora que tensa la posición de Occidente en la disputa.

Brasil y su oligarquía conservadora son un jugador activo e importante en la actual disputa. Como bien decía Henry Kissinger: “Hacia donde vaya Brasil, irá América Latina”. En tal sentido, resulta sumamente significativa la declaración llevada a cabo por el ministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes: “Oficialmente estamos en negociaciones con Estados Unidos para un Acuerdo de Libre Comercio”. Queda claro, entonces, cuál fue el segundo motivo para anunciar el posible abandono del Mercosur. Si la Argentina kirchnerista pone trabas a la celebración de un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, Brasil abandona el Mercosur y lo negocia, como Trump prefiere, bilateralmente.

Estados Unidos prioriza un TLC bilateral con Brasil, el país con mayor territorio y población de América del Sur, con un importante mercado interno y una enorme reserva de recursos energéticos y naturales. Sin duda, Trump desea recuperar Brasil de la influencia china. No fue casual la visita del secretario de Comercio de Estados Unidos, Wilbur Ross, proponiendo, ante la implosión de la causa Odebrecht, cuantiosas inversiones en infraestructura, y ante la liberalización de las reservas de hidrocarburos del Pre-Sal, debido a la desarticulación de Petrobras, manifestó el interés de las grandes petroleras estadounidenses de participar en su explotación.

La competencia de Estados Unidos en Brasil, en busca de desplazar la presencia de China, implica reforzar los vínculos militares entre ambas naciones. En ese sentido, han sido múltiples los ejercicios militares llevados a cabo entre los ejércitos de ambas naciones y, finalmente, Brasil ha accedido a la firma de un acuerdo por el que liberará el uso de la base de Alcántara por parte de Estados Unidos. De esta forma, la nación del norte obtiene una base de lanzamiento de satélites que permite un acceso privilegiado a la órbita geoestacionaria.

Estados Unidos ha logrado la sumisión de Brasil. El gobierno de Bolsonaro le ha permitido lograr el mayor éxito geoestratégico de las últimas décadas. Lejos están aquellas iniciativas de Brasil para crear un bloque sólido en América del Sur con tendencias hacia un progresismo de izquierda. En lugar de ello, todo indica que vamos camino a la celebración de múltiples acuerdos bilaterales con la potencia hegemónica y que van quedando sepultados los sueños de una integración regional profunda y las aspiraciones de construcción de una Patria Grande, libre y soberana.

Roberto Chiazzaro es diputado del Partido Socialista, Frente Amplio.

Referencias:

Roberto Chiazzaro, Política exterior del Uruguay en el actual contexto regional e internacional.

Diego Hernández Nilson, El Brasil de Jair Bolsonaro.

Sergio Martín Carrillo y Pablo Quiñonez Riofrio, América Latina en la reconfiguración de la economía mundial.