“‘Todo para nosotros y nada para los demás’ parece haber sido, a lo largo de nuestra historia, la máxima vil de los señores de la humanidad”, escribió Adam Smith en 1776 en La riqueza de las naciones, un trabajo que se considera a nivel global la primera investigación integral sobre la naturaleza y la práctica del capitalismo.

Los señores de la humanidad todavía están entre nosotros: los llamo la “clase Davos” porque, así como la gente que se reúne cada año en las estaciones de esquí en Suiza, son nómadas, poderosos e intercambiables. Algunos tienen poder económico y una considerable riqueza personal. Otros tienen poder político y administrativo, ejercido principalmente en nombre de aquellos con poder económico, que los recompensan a su manera. Incluso puede haber contradicciones entre sus miembros: el director ejecutivo de una empresa industrial no siempre tiene los mismos intereses que sus banqueros, pero, en general, cuando se trata de opciones sociales, tendrán la misma opinión.

No cuestionando aquí la moral individual de nadie. Es cierto que hay muchos banqueros de buen corazón, comerciantes generosos y directores ejecutivos con responsabilidad social. Sólo digo que, como clase, podemos esperar que se comporten de maneras específicas, porque sirven a un sistema en particular. La clase Davos, a pesar de los buenos modales y la buena vestimenta, es depredadora. No se puede esperar que estas personas actúen de forma lógica, porque no están pensando en intereses a largo plazo, sino en comer ahora.

La clase Davos se puede encontrar en cualquier país: sus miembros no son parte de ninguna conspiración y su modus operandi se puede observar e identificar fácilmente. Entonces, ¿por qué preocuparse por las teorías de conspiración cuando estudiar el poder y los intereses ya resuelve el problema? La clase Davos es siempre extremadamente pequeña en relación con la sociedad; y sus miembros, por supuesto, tienen dinero, a veces heredado, a veces ganado por ellos mismos. Lo más importante es que tienen sus propias instituciones sociales: clubes, las mejores escuelas para sus hijos, vecindarios, consejos corporativos y caritativos, destinos de vacaciones, organizaciones corporativas, eventos exclusivos, etcétera, todo lo cual ayuda a reforzar la cohesión social y el poder colectivo. Dirigen nuestras instituciones más grandes, que incluyen los medios de comunicación; saben exactamente lo que quieren y están mucho más unidos y mejor organizados que nosotros.

Pero esta clase dominante también tiene sus debilidades: una es que tienen una ideología, pero no tienen ideas ni imaginación. Su programa, desde la década de 1970, comúnmente llamado “neoliberalismo”, se basa en la libertad de innovación financiera en privatizaciones, desregulación y crecimiento ilimitado, sin importar a dónde conduzca; en un mercado supuestamente libre y autorregulado, y en el libre comercio que dio lugar a la “economía del casino”. Esta economía ha fracasado gravemente y ha perdido su credibilidad, al menos en el imaginario colectivo.

La mayoría de las personas ni siquiera pide más evidencia; pueden ver que el sistema no funciona para ellos, para sus familias y amigos, o para su país. Muchos también reconocen que es malo para la gran mayoría de las personas y para el planeta. La única respuesta de la clase Davos es mantener el orden del viejo mundo un poco más, con un “pase libre” para todas las instituciones que generaron la crisis. No funcionará, incluso en sus propios términos.

Creo que “nosotros”, las personas decentes, honestas y comunes que conozco o con las que me encuentro constantemente, tenemos los números y los votos de nuestro lado. Tenemos imaginación, ideas y propuestas racionales, así como habilidades y conocimientos; es decir, sabemos lo que hay que hacer y cómo hacerlo. Pertenecemos a una amplia variedad de organizaciones formales e informales, en la lucha por el cambio en ciertas instituciones o territorios. Colectivamente, incluso tenemos el dinero. Lo que no tenemos es la unidad u organización de nuestro adversario, y a menudo carecemos de conciencia de nuestro propio poder potencial.

El movimiento Occupy Wall Street en Estados Unidos, junto con Indignados y otros en Europa, identificó las enormes desigualdades que prevalecen en nuestras sociedades con dos números: 1% y 99%, que coinciden, respectivamente, con la clase Davos y el resto de nosotros, aunque la clase Davos está más cerca de 0,1%.

En otras palabras, identificaron al oponente: la clase que mantiene este statu quo en decadencia. Nuestra misión ahora es construir una amplia coalición entre todos los que están de acuerdo con este diagnóstico, todos aquellos que quieren luchar por su futuro y también por una sociedad más justa, por un mundo mejor y por un planeta más saludable. Tales alianzas, que deben volverse locales, nacionales y globales al mismo tiempo, no surgirán mágicamente: se precisan conversaciones, debates y el reconocimiento de que, a pesar de nuestras pequeñas diferencias de opinión y de énfasis, todos estamos del mismo lado.

Si no somos nosotros, ¿quiénes? Si no es ahora, ¿cuándo?

Susan George es cientista política y escritora. Esta columna se publicó originalmente en portugués en Outras Palavras.