En La nueva cara de la derecha (2018), el historiador Enzo Traverso presenta los distintos proyectos de derecha que existen en Europa hoy, mediante una mirada de largo alcance, y los relaciona con los fascismos históricos (liderados por Benito Mussolini y Adolf Hitler). Los conflictos en Medio Oriente, afirma el autor, han llevado a millones de personas a emigrar de manera forzada, buscando un respiro ante todo tipo de atrocidades cometidas por las potencias occidentales o por sus aliados (como es el caso de Israel1 o de gobiernos o grupos locales que son pertrechados por las multinacionales). Estos conflictos, además de provocar oleadas migratorias masivas que llegan a buena parte de Europa (esta situación es aprovechada por los proyectos de derecha para hinchar los odios y los miedos frente al otro, posible invasor y destructor del modo de vida digno de los europeos), generaron las condiciones para que surgieran y/o se potenciaran fundamentalismos religiosos que llevan al asesinato, a matanzas y a todo tipo de atrocidades.

Pero no debemos olvidar el telón de fondo de este dantesco panorama que estamos viviendo en las primeras décadas del siglo XXI (que parecen repetir las violencias vividas en las primeras décadas del siglo XX, aunque con claras diferencias, ya que hoy no asoma ningún panorama alentador de cambio): la lógica capitalista es la que alimenta estos procesos. ¿Cómo?, podría preguntarse alguien. Desde la fabricación del armamento hasta las riquezas que buscan ser controladas en cada uno de estos conflictos (las riquezas pueden ser materias primas o territorios estratégicos). Las luchas entre las tres grandes potencias (Estados Unidos, China y Rusia), en este mundo globalizado, se desarrollan en todas partes.

Estamos terminando la segunda década del siglo XXI. No hace todavía 20 años que se invadió a Irak, habiendo falseado los hechos de forma descarada al decir y afirmar no sólo que había armas químicas, sino que se las había visto. Tampoco pasaron 20 años del acontecimiento más espectacular y mediático de este siglo: la caída de las Torres Gemelas, en Nueva York. Sin duda, este acontecimiento marcó un antes y un después en la política internacional. Hoy parecería no haber dudas de que ese episodio brindó la excusa para que Estados Unidos librara las intervenciones militares y una suerte de cacería sin igual en donde creyera conveniente hacerlo.

Tarde o temprano, esta lógica desquiciada de la barbarie llegaría a nuestra América, desembarcaría nuevamente para afirmarse y decir (con los hechos y las palabras) que necesita más materias primas, más riquezas; necesita continuar devorando todo lo que encuentre a su paso, incluso lo que permite la vida: la misma naturaleza.

Entonces, ¿cuál es el futuro?

Uno de los aspectos fundamentales para cambiar la realidad que vivimos es abrir centros de discusión, culturales, de creación. De alguna manera, crear y recrear un espacio donde los seres humanos se puedan encontrar cara a cara para expresarse y comunicarse de forma directa. El contacto con los demás es un aspecto clave para recuperar la confianza en nosotros mismos como sociedad. Para emprender proyectos colectivos y buscar nuestros caminos debemos encontrarnos previamente.

Dichos centros deberían tener como objetivos simplemente eso: estar y ser con otros. Claro que esto parece simple. Sin embargo, hay una carencia y en los hechos es muy complejo estar con otros, confiar en el otro, discutir, porque cada uno tiene su preocupación particular y cree que es la más importante.

Los valores que se impregnan en nosotros están relacionados con lo que vivimos en la sociedad, son parte de la batalla de ideas que se da en la sociedad. En cierta manera, vivir en determinado lugar y en determinado tiempo termina influyendo en lo que podemos pensar y cómo podemos hacer para pensar-sentir algunos temas. Como afirma José Luis Rebellato en Ética de la liberación (2000): “Las instituciones en las que vivimos son expresiones de lógicas autoritarias y, puesto que nuestro proceso de formación personal, familiar y académico se ha dado en el seno de estas lógicas autoritarias, podemos decir que la heteronomía y el autoritarismo se encuentran profundamente arraigados en nosotros mismos”.

Muchas personas no creen que esto sea así, o al menos no pueden verlo de esta manera. Hay algunos elementos que juegan en este sentido para que la de pensarnos y reflexionar sobre nuestra realidad sea una tarea engorrosa y difícil. Nos da una pista el siguiente pasaje de la obra Ideología, de Terry Eagleton: “[...] la gran mayoría de las personas tiene una conciencia muy sensible de sus propios derechos e intereses, y la mayoría se siente incómoda ante la idea de pertenecer a una forma de vida muy injusta. Así pues, o bien deben creer que estas injusticias están en vías de ser corregidas, o que están compensadas por beneficios mayores, o que son inevitables, o que en realidad no son injusticias. Inculcar estas creencias es parte de la función de una ideología dominante”.

Como vemos, aceptar lo que sucede hoy en el mundo y, por tanto, en Uruguay está relacionado con una ideología dominante que inculca algunas creencias y valores en toda la sociedad. Desde los medios de comunicación masiva se envían mensajes en este sentido. Pero no es el único lugar. La mayoría de los políticos profesionales muchas veces hacen lo mismo. Hoy no hay posiciones encontradas respecto de este tema: todos los partidos concuerdan en que el sistema en el que estamos viviendo es así y en que hay que acostumbrarse a él. El mensaje es: no hay una alternativa para el futuro (en todo caso, cambiaremos algunas pequeñeces). Es el “pensamiento de la frustración”. Es “el resignado reconocimiento de que ya no hay transformación social posible, de que la historia ha concluido” y de que “lo que hay es lo único que puede haber”, como sostiene Atilio Borón en el artículo “Las ciencias sociales en la era neoliberal: entre la academia y el pensamiento crítico”. Parece que la posibilidad de salida de este “pensamiento de la frustración” es construyendo espacios de pensamiento autónomo y de creación colectiva que vayan más allá de encuentros académicos, virtuales y basados en prácticas heterónomas.

La importancia de pensar los cambios en la historia

Las dificultades para vivir abundan. Buena parte de los sectores populares hacen lo imposible para sobrevivir con un mínimo de dignidad. Sí. Esto es así en este país, pese a 15 años de gobiernos progresistas, y por esto también el Frente Amplio perdió las elecciones.

Es cierto que hay situaciones peores en tierras cercanas. No me referiré a esas realidades. Lo que me interesa es detenerme en algunas situaciones que vivimos a diario. ¿Cuánto corremos? ¿Con qué sentido? ¿Pensamos en lo que hacemos en nuestro día a día?

La perplejidad es una constante en nuestros días y lleva consigo el inmovilismo. El fatalismo de “esto es lo que se puede hacer” o “antes era peor” lleva a que la desconfianza y la desesperanza circulen en la sociedad.

Al conversar con otras personas podemos ver que, al parecer, vivimos un tiempo de inseguridades múltiples. Quizá algunos entiendan que la mayor inseguridad es la que nos muestran los grandes medios de comunicación. Allí podemos observar diariamente que varios locales comerciales fueron robados o cuestiones por el estilo. Los mismos medios nada dicen sobre las causas profundas de esas situaciones. Es mejor difundir el miedo y el simplismo de encontrar un responsable en la pasta base y sus consumidores. Sin duda, con lo sucedido con el caso de las seis toneladas de cocaína se puso en evidencia el poder que tienen los medios para colocar y eliminar temas de la opinión pública: lejos de presentar este caso como paradigmático de narcotráfico, se le bajó el perfil y fue casi imposible obtener información al respecto.

Otro de los temas favoritos de los medios es el de las “catástrofes de la naturaleza”. Con relación a esto podemos apreciar que las personas pasamos a ser nuevamente inmovilizadas por el horror y el espanto. ¿Qué hacer después de ver todos los días algún desastre de este tipo, sino quedar pasmados frente a la pantalla? Nuevamente se plantea de forma implícita o como mensaje velado: tú no puedes hacer nada.

La colonización se manifiesta también en este aspecto de nuestras vidas. Los valores impartidos por el sistema hegemónico (competitividad, eficiencia, individualismo) nos llegan también por esa pantalla.

Esta lógica que muestran y ofrecen durante 24 horas los medios de comunicación y las redes virtuales parecería estar relacionada con lo que plantea el historiador Ignacio Lewkowicz en Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez (2004): “Si para valorar una experiencia necesitamos disponer de ciertos parámetros, cuando una experiencia destituye los parámetros, aparece una cuota de perturbación suplementaria. Llamémosla perplejidad”. La perplejidad es una constante en nuestros días y lleva consigo el inmovilismo. El fatalismo de “esto es lo que se puede hacer” o “antes era peor” lleva a que la desconfianza y la desesperanza circulen en la sociedad y en los grupos; en definitiva, hace una situación de época, un ambiente determinado que lleva a estar convencido de que la historia terminó.

En la sociedad no existen lugares fermentales de discusión. Escasean las ideas y propuestas que piensen el futuro del país. Esto lo podemos observar en la participación real de la población en procesos políticos y sociales, y también en la academia. La falta de discusión es un hecho que puede tener causas variadas. Algunas pueden ser las siguientes: el proceso de la dictadura cívico-militar llevó a un repliegue de la sociedad, que por temor ya no discute sobre política; la hipermodernidad ha dejado como consecuencia la desaparición de las formas clásicas de participación y hoy esta última se hace por “otros carriles” (básicamente virtuales) y no busca cambiar de raíz la sociedad.

También podríamos afirmar que estas respuestas por sí solas consolidan, de hecho, el orden establecido. Por lo tanto, son portadoras de la lógica que permite que millones de personas mueran de hambre. En cierta forma permiten que la religión de mercado (que está destruyendo día a día, en aras de las ansias de ganancia, toda forma de vida) se afiance cada vez más. De allí la importancia de pensar y reflexionar acerca de los cambios en la historia.

Héctor Altamirano es docente de Historia.


  1. Recordemos lo que pasa en la Franja de Gaza y en Palestina, para mencionar dos ejemplos notorios.