Luego de la derrota electoral del Frente Amplio en las elecciones nacionales de 2019, diversos análisis adjudicaban la pérdida del gobierno a la sustantiva caída de votos en el interior del país. Creo que el argumento es totalmente válido y representa una de las causas fundamentales de la derrota electoral, en contraposición a otras posturas que aducen a la típica explicación de la clase media que se creyó rica y emitió su voto bajo el manto de “falsa conciencia” que inhibe y enceguece una visión de clase.

A su vez, en las elecciones departamentales celebradas recientemente, la derrota en tres intendencias (Paysandú, Río Negro y Rocha) que estaban gobernadas por el Frente Amplio en el interior del país evidencia que el Frente Amplio se alejó del interior en términos electores y políticos, no así en términos de políticas públicas, derechos, administración y gobernanza.

Resulta relevante problematizar, a modo de crítica, los discursos que suscitaron a partir de ambas pérdidas consecutivas. Me interesa reflexionar acerca del discurso –en mi opinión, colonial– que irrumpe en el espacio público y que principalmente emerge dentro de la fuerza política Frente Amplio. Se trata de la diferenciación entre una capital urbanizada y moderna (claramente, frenteamplista) y un interior atrasado, quizás bárbaro, gobernado por caudillos pertenecientes al Partido Nacional.

Este discurso no es nuevo, está presente al menos desde la independencia de nuestro país, y responde a la necesidad de producir una identidad capital, cosmopolita, civilizada y moderna, frente al atraso del “campo”, que se plantea relaciones de índole feudal (aunque estas nunca hayan existido como tales en América Latina), es decir, propias del conservadurismo que pretende estancarse y no “progresar”. Este último concepto, el de progreso, es clave en la construcción narrativa que enmarca la distinción campo-ciudad. Sin embargo, la estructura de este pensamiento no nace en Uruguay, ni siquiera en América, sino que responde a formas de poder colonial que emergen con la modernidad, la invención de América y las relaciones capitalistas, durante el proceso colonial.

Un discurso racista y colonial

Para muches militantes montevideanes del Frente Amplio resulta fácil justificar y adentrarse en esta lógica discursiva, bajo argumentaciones que culpabilizan y adjudican total responsabilidad a las personas del interior por la derrota electoral. Se las tilda de ignorantes, groseras y “cornudas”. El menosprecio es general, principalmente dirigido a quienes no apoyaron al Frente Amplio; sin embargo, el discurso permea el imaginario social y cala hondo en la subjetividad de todes les uruguayes. Penetra en nuestra lectura de la realidad, donde se vuelve natural distinguir la contradicción “ciudad-campo” y “capital-interior”, e interpretar estos ámbitos bajo el esquema racista/colonial.

El relato que emerge luego del período electoral reproduce el discurso colonial al interior del país, configurando determinadas relaciones de poder que se instalan en el vínculo Montevideo-interior, involucre o no a votantes del Frente Amplio. Algunes autores llaman “colonialidad interna” a este movimiento, donde se reproducen las mismas lógicas de poder colonial (antes entre Europa y América) al interior de los estados americanos, que deviene en la contradicción ciudad-campo.

La denuncia por parte de quienes militan en el Frente Amplio fuera de Montevideo no tardó en llegar. Esta forma de referirse al interior fue tomada (con razón) como soberbia, acrítica e irreflexiva; y se señaló que, en última instancia, promueve el alejamiento del Frente Amplio en estas localidades. De fondo, lo que sigue persistiendo es la falta de autocrítica, necesaria para la misma fuerza política.

¿Qué representa “el interior” en el discurso frenteamplista?

El progreso está comprendido en las bases fundamentales del liberalismo y el positivismo, utilizado como forma de poder para señalar al Otro como un ser atrasado, frente al ímpetu civilizatorio del progresista.

El Frente Amplio ha promovido políticas públicas (en la mayoría de los casos, sin el apoyo del Partido Nacional ni del Partido Colorado) basadas en derechos afirmativos, que sin duda han sido absolutamente positivas para las poblaciones a las que se dirigen, generando cambios sustantivos en la cotidianidad de las personas, además de intervenir en el imaginario y la subjetividad de la sociedad uruguaya. Sin embargo, esta agenda de derechos no puede ser utilizada para producir al Otro del interior como atrasado por votar a quienes (por lo general) no han apoyado en el Parlamento estas políticas. Esto no significa desconocer el patriarcado ni el racismo en varios sectores de derecha, que a su vez vienen tomando más fuerza y arraigo en la sociedad desde el triunfo de la coalición multicolor. Más bien se trata de reconocer e identificar cómo se enmarca este discurso montevideano como forma de poder inscripta en las relaciones que implican, sobre todo, racismo estructural.

El discurso que inaugura la escisión moderno-atrasado es peligrosamente utilizado por la izquierda para leer la realidad del Uruguay en la actualidad.

En este sentido me interesa preguntarme acerca de la relación que el montevideano (progre, moderno, civilizado, etcétera) genera con el Otro del interior. Tal vez, la forma más visible de opresión viene dada por la producción y exclusión de un Otro diferente al capitalino, con las cualidades que ya he referido anteriormente. Cabe preguntarse: ¿hasta qué punto el interior puede representar aquella identidad diferente que posibilita la idea del sujeto montevideano moderno? Con esto quiero cuestionar (a modo de autocrítica), si nos estamos preguntando por las causas de ese “atraso”, si es que existe. ¿Hasta dónde el mismo “atraso” posibilita la evolución del montevideano?

El discurso que inaugura la escisión moderno-atrasado es peligrosamente utilizado por la izquierda para leer la realidad de Uruguay en la actualidad, lo que determina una práctica profundamente racista. Montevideo no sólo produce mediante el discurso y su práctica al Otro (el campo, el interior, etcétera), sino que lo necesita para su propia promoción identitaria, y depende enfáticamente de esta exclusión. Dicho de otro modo, como exclusión constitutiva de su propia existencia.

“El interior” no sólo es aquella entidad diferente y distante de Montevideo, que amenaza su progresismo y deconstrucción, sino la exclusión que Montevideo mismo ha generado discursivamente para la construcción de su identidad. Como dije anteriormente, esto no es nuevo, los indígenas y negros o afros que habitaban (y habitan) este territorio ya lo sufrieron.

El rol pedagógico del discurso

Cuando uno se formula como el iluminado que debe salvar al Otro de sí mismo, ¿qué tipo de relación está planteando?

Si pretendemos “hacerle entender” al peón rural que fue el Frente Amplio el partido político que votó la ley de ocho horas, en algún sentido, nuestra relación se basa únicamente en una jerarquía frente al Otro, en la que este último cumple un rol pasivo, únicamente de acatamiento (generar conciencia). El diálogo con el Otro se vuelve imposición, y no intercambio en busca de un pensamiento crítico y reflexivo. El Otro se configura dentro del parámetro discursivo que imparte el sujeto montevideano, donde deviene objeto inhabilitado de pensar por sí mismo, frente al sujeto pensante de la ciudad.

Sin embargo, el montevideano olvida que su subjetividad, progresismo y modernidad dependen fundamentalmente de producir a ese Otro como objeto.

Al mismo tiempo, el imaginario colonial utilizado para comprender al Uruguay genera identidades completas, universales y homogéneas, tales como “el interior” y “la capital”, y se pierde de vista que toda identidad es en sí misma contradictoria e incompleta.

Concretamente, Montevideo se define y crea a sí mismo como la imagen representativa de “la ciudad”, cuando realmente la contradicción campo-ciudad se manifiesta dentro de la misma capital. Esto resulta nuevamente una forma de opresión para quienes se encuentran en “el campo” pero al interior de Montevideo, quienes quedan invisibilizados por este discurso homogeneizador.

Esto va más allá de lo electoral. De hecho, el Frente Amplio es una fuerza política que excede la acción electoral.

Facundo Zannier es estudiante avanzado de Ciencia Política y militante político.