¿A dónde van los discursos que no se dijeron? ¿Dónde queda la energía de tanta gente que durante muchos meses militó para que su candidato o candidata resultara electo/a y no resultó? ¿Qué pasa la mañana siguiente? Desde el domingo de noche, cuando se conocieron los resultados de las elecciones departamentales, no dejo de preguntármelo, sin tener una respuesta certera. En el camino, amigos y colaboradores a los que he transmitido mi inquietud me han respondido que de eso se trata la vida: de escenarios en los que se logran algunos resultados mientras otros quedan detrás. Lo asumo como una verdad razonable, pero cuando se trata de voluntades ciudadanas, de buenas ideas que corren el riesgo de perderse en la nada por falta de visión o voluntad política, me despierta cierta preocupación.

En una elección democrática, ¿cuál es y cuál debería ser el rol de los “perdedores” que –de alguna manera– cooperaron con el triunfo? ¿Cómo debería traducirse la humildad del ganador y la grandeza del perdedor? ¿Cuál es la responsabilidad del perdedor al asumir su derrota pero defender aquello en lo que cree y por lo que la gente lo votó?

Estamos en el comienzo de una nueva era mundial y Uruguay no es ajeno a esto. El último resultado electoral nacional –que ha mostrado una transición ordenada y colaborativa– hace visible el republicanismo de nuestro sistema político.

Los resultados municipales aún están calientes. Son muy recientes y, a nivel de todo el país, seguramente recojan la inercia exitista de un nuevo gobierno que tiene todo para mostrar. De igual manera que ocurrió en 2005, inmediatamente después del primer triunfo del Frente Amplio.

En la contienda electoral de Montevideo muchas propuestas, sueños y aspiraciones fueron puestos sobre la mesa durante la campaña electoral. Y dos modelos de país, entre los cuales toca tender puentes y no profundizar la brecha (y, a propósito, uso la palabra “brecha” en lugar de “grieta”; no me gusta hablar de grietas, porque sólo son reparables mediante parches... Sin embargo, las brechas siempre se pueden acortar, hasta llegar a cero). No deberíamos pensar que hay buenos y malos. Sí hay ideologías, diversidad de miradas y diferentes maneras de resolver las cosas. Prioridades y acentos en lo que importa.

Sobre todas las cosas, esta campaña electoral ha demostrado que hay mucha gente con ganas de hacer cosas por el país y sólo necesita espacio para desarrollarlo. Es una maravilla contar con esta voluntad ciudadana. Necesitamos levantar este país, volver a creer que es posible lo imposible, llegar desde Uruguay al mundo. Para esto se necesita voluntad política y respuesta ciudadana.

Dejemos atrás la retórica del Montevideo olvidado y el Montevideo de todas y todos. Aportemos para que esta maravillosa ciudad sea más limpia, más segura, más ciudadana, más luminosa.

Seamos grandes en la mirada. Generosos en la propuesta. Exigentes en la tarea. Soñemos con un mañana mejor para todas y todos. Al fin y al cabo, de esto se trata la política pública, ¿no?

Recuerdo cuando fui parte del equipo de dirección del Auditorio Nacional del SODRE, entre 2013 y 2016, e invitamos a escuelas rurales a ver Don Quijote por el Ballet Nacional. Un millar de niñas y niños de todo el país llegaron para ver la función. El Auditorio transpiraba ciudadanía, pura democracia, participación, igualdad... en su máxima expresión.

La primera vez que lo hicimos –que vinieron a ver La sílfide– me pareció genial que el Auditorio mostrara esta apertura. Resultaba encantador ver la sala llena de bullicio, sonrisas y emoción. La segunda vez, acabé por comprender la dimensión democrática de esta política pública: facilitar el acceso desde el lugar más recóndito de Uruguay al mejor espectáculo que uno pudiera imaginar, que se traducía en la posibilidad de alcanzar lo máximo, incluso desde el lugar más apartado y con menores posibilidades.

En ese recorrido no medimos nada; ni esfuerzo, ni compromiso, ni dedicación. No miramos si alguien estaba trabajando más que el otro y por eso merecía un espacio mayor. Cada uno dio lo mejor de sí mismo. Y por eso resultó fantástico.

Recuerdo esos momentos para inspirarme cuando necesito luz. Muestran que es posible hacer lo que a priori resulta impensable. Y lo importante que es enfocarse en objetivos para alcanzar las metas que soñamos.

En Montevideo esta es la revolución que estamos necesitando. Trabajar mancomunadamente en pos de un futuro mejor. Aportar cada uno desde su lugar para que sea la mejor ciudad para vivir, para disfrutar, para visitar. Sin importar a qué tienda política pertenezcamos.

Devolver la ciudad a la gente y lograr que la discusión política sea sobre ideas. Invitar a la participación ciudadana para la microgestión, porque los detalles también hacen la diferencia; se traducen en pequeñas cosas que cambian el día a día. Soñar con una Montevideo en la que todos tengamos oportunidades, una ciudad 100% inclusiva.

Dejemos atrás la retórica del Montevideo olvidado y el Montevideo de todas y todos. Aportemos para que esta maravillosa ciudad sea más limpia, más segura, más ciudadana, más luminosa. Para que tenga más espacios de convivencia, más lugares para que niñas, niños y adolescentes jueguen y se encuentren, aire más limpio para respirar, menos plástico en las playas.

Transformemos la energía preelectoral en aportes, en construir puentes y alianzas sin medir el rédito político.

Transformemos los discursos que quedaron en los cajones en propuestas, y los que se pronunciaron, en realidades.

Porque todas y todos nos merecemos el mejor Montevideo para vivir.

Erika Hoffmann es socia de Tinker Comunicación & Gestión, magíster en Dirección de Comunicación y docente del Claeh.